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Mi verano en Tenerife

Notas de viaje con epígrafes de Dulce María Loynaz (en cursivas)

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Siempre he pensado que lo mejor de Dulce María Loynaz se encuentra en Un verano en Tenerife; lo mejor de su prosa y de su poesía, porque esas crónicas de un viaje a Canarias en 1947 y de sus visitas al archipiélago en años posteriores están permeadas de poesía, de su mejor poesía.

Aunque el libro fue publicado en 1958 yo lo leí mucho después; y fue su lectura, más que ninguna otra razón, lo que me indujo a visitar Canarias años más tarde. Sean pues estas breves notas de viaje un humilde homenaje a quien me contagió el amor por esas maravillosas islas.

Tenerife.Pues bien: estamos ya en Santa Cruz de Tenerife; la ciudad, que no es grande, se conoce pronto o no se conoce nunca. (D.M.L.)

A los pies del Teide (el pico más alto de España) está el próspero valle de la Orotava. Y a la orilla del mar, Santa Cruz, la bella capital de la isla. Al noroeste, las pequeñas ciudades de La Laguna, El Sauzal y Tacoronte, donde me hospedé.

En las cumbres de Roque Negro, un exquisito conejo frito al ajo; y de postre: bienmesabe, manjar cuyo nombre describe con exactitud su efecto.

Después, a las playas de Taganama y Teresita, donde el viento incrusta con saña la arena en la piel.

En Garachico: mejillones, pulpo y pescado, junto a piscinas naturales donde el mar renueva constantemente las aguas. Y en las tiendas: toda clase de mantelería bordada a precios irrisorios.

En Icod de los Vinos: el drago milenario y un interesante museo de mariposas vivas.

Y siempre, la imponente silueta del Teide que, como un dios, preside y vigila todo el paisaje.

Lanzarote.No es precisamente Lanzarote jardín de enamorados ni predio que deban visitar las personas felices. Acaso sean sólo los que sufren quienes estén ya madurados para recibir su mensaje. (D.M.L.)

La isla de Lanzarote, a menos de 40 minutos por avión desde Tenerife, es un paisaje totalmente lunar, negro y baldío. La vegetación es escasísima. En una de las cuevas formadas por la lava han construido una obra arquitectónica bellísima: Jameos del Agua. Aquí se mezcla lo árido del terreno con el agua que se filtra del mar a la roca; espectáculo iluminado por juegos de luces maravillosos. Bendición de aguas, música y color que mitiga la lóbrega aridez.

La Gomera.La isla de La Gomera es todo lo contrario a Lanzarote: si hay volcanes, parecen amansados desde hace muchos siglos bajo una colcha de tupida vegetación. (D.M.L.)

Desde Tenerife, visita de un día a la isla de La Gomera, a poco más de una hora en barco. Verde y redonda La Gomera. Aquí hizo escala y se avitualló Colón en su primer viaje a América. (Partió aquel día por la mañana del puerto de La Gomera…: Diario de Colón; jueves 6 de septiembre de 1492). Ese día comenzó la hermandad entre Cuba y Las Afortunadas, como llamó Plinio el Viejo a este archipiélago.

De almuerzo: sopa de ñame y mousse de gofio, condumios ordinarios elevados a categoría de manjar por el ingenio del arte gastronómico. Y después, una demostración del silbo gomero, lenguaje con que se comunican los nativos a través de valles y montañas y que se enseña en las escuelas para que no se pierda esta peculiar forma de hablar, exclusiva de la región.

El Teide.No es fácil ya escribir sobre el Teide, y yo desde el principio me propuse no hacerlo. ¿Qué novedad podría contarse hoy de este coloso en cuya nevada cima convergen desde tiempo inmemorial las más diversas plumas? (D.M.L.)

Si alguna vez los hombres deificaron las manifestaciones de la naturaleza, nunca fue más apropiado hacerlo que con este volcán, la montaña más alta de España en la isla de Tenerife. Y no por el terror que infunde el rugir de sus entrañas, sino por la majestad que inspira su plácido y solemne perfil. Subirlo es un ritual sagrado. Se asciende por sus laderas con un sobrecogimiento piadoso. El aire se va haciendo más puro a cada vuelta del camino, y la vegetación cesa en una especie para dar lugar a la correspondiente a la nueva altitud. Y de pronto, estamos sobre el estático y encantado mar de nubes del Teide.

En la cima, un sabor de la niñez. En la cafetería del funicular: frangollo, palabra y manjar que creíamos invención cubana. Esto, como muchos detalles más, confirma la gran afinidad entre Cuba y este archipiélago: la forma de hablar, las comidas, el carácter y la fisonomía de las personas, etc. Y aunque otras regiones de España proclaman ostentosamente su presencia en nuestro país con edificios emblemáticos como el Centro Gallego y el Centro Asturiano, no cabe duda de que los canarios, callada y humildemente, fueron los que más aportaron a las características que definen nuestra idiosincrasia.

Y concluyo estas notas de viaje con la hermosa despedida de Dulce María Loynaz a estas islas.

Adiós, isla florida, donde fui tan feliz, tierra fragante que casi no es tierra. Adiós, espuma de volcanes, rosal de aire, sueño de sirena. Que los dioses te guarden y te dejen recordar algún día a la viajera. (D.M.L.)


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