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Reportaje: Música

Muerte por censura

La Habana prohíbe a Issac Delgado en radio y televisión. Los censores no se toman vacaciones, a pesar del publicitado 'debate intelectual'.

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"Aquí estaba bien, pero si se fue es porque le faltaba algo o simplemente porque le dio la gana. Es problema de libertad para escoger tu futuro, cosa que aquí no existe", alegó un productor musical.

Los discos de Delgado han volado en las vendutas de esquina. "La gente se los lleva como pan caliente, saben que el tipo habló allá", afirmó uno de los tantos comerciantes informales de música apostados en portales habaneros.

Para la censura hay dos tipos de "desertores". Los que guardan silencio y los que no. Para los primeros se ofrecen ciertas benevolencias, como ser radiados esporádicamente, algo que ocurre con la cantante Xiomara Laugart o con el pianista de jazz Gonzalito Rubalcaba, ambos con carreras en Norteamérica.

Los que "dan declaraciones", casi siempre desagradables al gobierno, no obtienen el beneficio de la vista gorda. Mueren por censura.

A despecho de los medios

Es copioso el directorio de músicos emigrantes que han sido desterrados al vasto país del silencio oficial. Sin embargo, algunos resquicios han sido abiertos para conocer o reconocer a los proscritos.

Hace unos años los cubanos quedaron boquiabiertos cuando en el documental Yo soy del son a la salsa, del realizador Rigoberto López y con guión del novelista Leonardo Padura, apareció Celia Cruz. O con Calle 54, del español Fernando Trueba, en el que se filma un dúo entre Chucho y Bebo Valdés. Ambos fueron vistos en pantallas de cine, nunca en televisión.

A despecho de los medios, es inevitable que los vedados consigan vida propia en las fiestas familiares de fin de semana. Se baila y se goza con Manolín El médico, un salsero emigrado hace más de cinco años a Miami que sigue haciendo "furia" en la Isla.

Los ejemplos sobran. En una cafetería estatal de San Lázaro, en pleno corazón de La Habana, ya se puede escuchar a Celia Cruz a todo volumen con su "no hay que llorar, que la vida es un carnaval".

Una gorda mesera mueve los pies, agita las manos con sabrosura. No puede contenerse. Es un invierno suave, hay brisa de verano y todo está por vivirse, parece insinuarnos.

"¿La censura?... ¿quéseso, niño?", dice y sigue bailando.


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