Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Artes Plásticas

Mutilación de la estética

La mayor muestra de arte cubano presentada hasta ahora fuera de la Isla omite a los creadores del exilio.

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La segunda generación de pintores modernos mantiene su cohesión en calidad, al menos dentro de los años cuarenta. Mariano con su gallo, Portocarrero con su barroquísimo paisaje de La Habana y Carreño con sus maravillosos El ciclón y El corte de caña, nos han dado iconos esenciales de la cubanidad. Cundo Bermúdez, el único que queda vivo de esta generación, está representado por dos joyas que pertenecen al Museo de Arte Moderno de Nueva York: La barbería y El balcón —costumbrismo alegre y poético—. La ausencia de los pintores "primitivos", como Moreno y Acevedo —los cuales fueron "descubiertos" y promovidos en los años cuarenta—, se nota.

La escultura sólo está representada por dos fuertes cabezas de Ramos Blanco y nada más. ¿Quiénes faltan? Sicre, Lozano, Longa, Estopiñán, Tomás Oliva, Agustín Cárdenas y López Dirube. Es imposible narrar la vida de la escultura en Cuba sin la obra de estos artistas. La fotografía, desde el siglo XIX hasta 1967, está representada profundamente, desde la última y conmovedora foto de Martí tomada en Jamaica, hasta el "costumbrismo revolucionario" de Korda y Mayito.

Encontré problemática la sección Cubanía: Afirmando un Estilo Cubano, que abarca hasta el año 1959: ni el Grupo de los Once (Guido Llinás, Hugo Consuegra, etcétera), ni los artistas geométricos están representados. Es en esta sección donde la obra de Wifredo Lam es presencia central de toda la muestra. Nadie puede negar la fuerza e importancia de la pintura "del chino". Su síntesis y transformación del cubismo y el surrealismo en un idioma original y poscolonial es uno de los aportes del arte cubano al siglo XX.

La galería dedicada a Lam es quizás el espacio más profundo y trascendente de toda la exposición. La incorporación de afiches y portadas de revistas refresca visualmente esta sección y permite al visitante ver esa Cuba de gozo y turistas (a pesar de la dictadura de Batista) que cesa de existir con el triunfo de la revolución en 1959.

Después del '59

Sabemos que la vanguardia pictórica existía en Cuba desde la década de los años veinte —la revolución no puede adueñarse de esta historia, pero sí creó y promovió el afiche de propaganda y el cine comprometido del ICAIC—. Aquí aparecen poderosos afiches diseñados por Rostgaard, Muñoz Bach, Ñiko y el siempre extraordinario Raúl Martínez.

Creo que gran parte de la pintura que aparece con la revolución es mediocre, derivativa y repetitiva. Hay cuatro geniales excepciones: los siniestros objetos de Acosta León, el pop caribeño de Raúl Martínez y Humberto Peña, y los monstruos de Antonia Eiriz. Para este visitante, Eiriz es la pintora más significante de ese momento. Sus monstruos —en la desafiante tela Una tribuna para la paz democrática— anuncian la pesadilla del poder de la revolución y son hermanos de esas otras figuras grotescas y protestonas que aparecen en el resto de la pintura del continente en la obra de Noé, Cuevas, Borges y Alonso.

Los "atentados" de algunos artistas en crear algo así como un "realismo socialista" —que fuera compatible con ciertos sectores estalinistas de la revolución— son francamente ejemplos patéticos de oportunismo pictórico, como se puede ver en la pintura esencialmente homoerótica de Servando Cabrera Moreno.

En el segundo piso del museo se encuentra el mural de 1967, Cuba colectiva, el cual contó con la participación de artistas cubanos y extranjeros. Ideado por el periodista Carlos Franqui y el propio Lam, y pintado en ocasión del Salón de Mayo de La Habana, el mural está repleto de imágenes idealistas y radicales en su apoyo ferviente a la revolución. Queda un espacio en blanco que nunca fue pintado; estaba designado para Fidel Castro, el cual, de acuerdo con Franqui, se negó a participar. Con esta obra existe un error informativo: la ficha en la pared y en el catálogo menciona la participación de Estopiñán, hecho imposible, pues este había partido al exilio en 1961.

La última sección, que es la que contiene el "exitoso nuevo arte cubano" que emerge a partir de 1980, recuerda cualquier galería o museo del Tercer Mundo donde los artistas absorben y reflejan la posmodernidad con una gran variedad de fracasos y triunfos. Falta la obra de Bedia y, sobre todo, del difunto Juan Francisco Elso, las cuales establecen parámetros de calidad formal y fuerza conceptual que no han sido superados en la Isla. Una sobria tela de Arturo Cuenca, un objeto y un vídeo de Lázaro Saavedra, y una instalación de Kcho son magníficos ejemplos de arte crítico, sobrio e irónico.

El catálogo, con sus magníficas ilustraciones y variedad de textos, vale 70 dólares. Entre los ensayos destacan los de López Núñez, Vázquez Díaz, Cobas Amate (un excelente ensayo sobre Lam), Cardet Villegas, Barnard, Cepero Amador, Mosquera y Tonel, debido a su seriedad, clara prosa y conocimiento. Las contribuciones de Luz Merino Acosta son derivativas de la importante obra de críticos e historiadores anteriores, como Graziella Pogolotti y Adelaida de Juan en la Isla, y Juan Martínez en el exilio. Su ensayo sobre la exposición cubana en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1944, erróneamente identifica a Edgar Kauffman, Jr. como "Albert Kauffman".

La Isla y la diáspora

No cabe duda de lo significativa que es esta muestra en la historia de nuestras artes plásticas. Pudo haber sido la exposición definitiva de arte cubano en este siglo. ¿Por qué no puede serlo? La plástica cubana ha tenido una dura y dinámica vida en el exilio a partir del año 1959, ¿cómo es posible ignorar la obra hecha en el exilio por creadores como Cundo Bermúdez, Carmen Herrera, Serra-Badue, Agustín Fernández, Lozano, Consuegra, Estopiñán, López Dirube y Gay García?

¿Y qué de los cubanamericans, como Azaceta, Brito, Algaze, Arturo Rodríguez, Larraz, Trasobares, Martínez-Cañas y Mendieta? (La difunta Ana Mendieta está representada con un vídeo). ¿Y los "marielitos", como Juan Boza, Carlos Alfonso, Gilberto Ruiz y tantos otros? La lista es tan larga como ha sido el exilio.

Como crítico e historiador de arte, siempre he tratado de tener una visión lúcida y contextual; nunca he permitido que la "belleza" opaque la realidad social que la construye. Entré en las galerías del Museo de Bellas Artes de Montreal con gran entusiasmo y anticipación. Salgo de ellas con una fuerte pero manca experiencia estética. La cultura cubana —visual, musical, literaria, popular— no existe sin la Isla y el exilio. Espero ver en los próximos años la exposición de arte cubano que con honestidad y pasión estética refleje la Isla y la diáspora. Esta pudo serlo.


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