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CON OJOS DE LECTOR

Ni fresa ni chocolate: helados de pasión

En uno de los cuentos de su primer libro, Roger Salas reescribe y narra desde otra perspectiva la historia que se cuenta en la famosa película de Tomás Gutiérrez Alea.

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En su momento, el cuento de Senel Paz El lobo, el bosque y el hombre nuevo y Fresa y chocolate, la adaptación cinematográfica que se hizo del mismo, se divulgaron por medio mundo y dieron lugar a una abundante bibliografía crítica. En cambio, existe una reescritura de la historia que se cuenta en ambos que inmerecidamente apenas ha recibido atención. A tal extremo, que pienso que muchos incluso ignoran su existencia. Es ésa la razón por la cual he decidido dedicar esta semana el espacio a un texto que, pese a haber aparecido publicado hace ya casi una década, en buena medida sigue siendo una novedad.

Me refiero a Helados de pasión, uno de las trece narraciones recogidas en Ahora que me voy (Libros del Alma, Madrid, 1998, 159 páginas). Contrariamente al carácter de despedida sugerido por el título, significó el estreno como escritor del holguinero Roger Salas (1948), quien desde los años ochenta es el crítico titular de danza y ballet del prestigioso diario español El País. Los textos más antiguos del libro están fechados en 1981, y su autor los clasifica como "leyendas cubanas de ayer y de hoy" (hace años alguien, no recuerdo ahora si el propio Salas, me comentó que originalmente la colección iba a llamarse Leyendas cubanas). En las entrevistas que aparecieron cuando Ahora que me voy salió de la imprenta, Salas declaró que en esos cuentos incorporó unas cuantas pinceladas autobiográficas. Pero aunque admite que Cuba se respira en cada línea de los mismos, expresó que no hay nostalgia en ellos. A juicio suyo, "la nostalgia y el patriotismo son defectos imperdonables".

Nostalgia no, pero sí hay otros ingredientes, pues como se dice en la nota de la contraportada en esos trece relatos "la risa y el llanto son una sola música". O dicho en palabras del autor, "el libro tiene una parte de risa, pero es de mucho llorar, se endurece progresivamente". Y aunque la escritura de Salas nunca pierde su gran sentido del humor —recomiendo Ahora que me voy a quienes quieran disfrutar de una lectura sumamente divertida—, tampoco falta la dosis de cabreo, que fue precisamente lo que dio origen a Helados de pasión.

En buena medida, ese cuento aporta la otra cara de la moneda de unos hechos que para Salas tienen mucho de vivencias personales. Su discrepancia, sin embargo, es con el filme de Tomás Gutiérrez Alea y no con el cuento de Senel Paz. "Originalmente, ha comentado, el relato, que es muy respetable, está inspirado en mi último año en Cuba, aunque no es exactamente fiel. Pero luego vino la película, una infamia". Salas aclara que no le importa que se haya recreado una etapa de su vida, pero se siente "muy molesto" a causa de la manipulación política que se ha hecho de ella. Según él, Fresa y chocolate "está hecha por el régimen de Castro para demostrar que hoy hay libertad en Cuba para los homosexuales y de paso alentar el turismo sexual diciendo que allí se puede hacer de todo". Una imagen con la cual él discrepa tajantemente: "Las dictaduras suelen tener víctimas propiciatorias, y el régimen castrista tiene una especie de predilección por las mariquitas".

El vínculo cordial y juguetón que Helados de pasión establece con el cuento de Senel Paz se establece desde el subtítulo que Roger Salas pone al suyo: El cordero, la lluvia y el hombre desnudo. Un asterisco remite además a una nota aclaratoria al pie de página: "Ni el argumento ni el título de este relato son originales y se corresponden con El lobo, el bosque y el hombre nuevo de Senel Paz (La Habana, 1990), a quien está dedicado con todo cariño". Debajo del título y el subtítulo aparece asimismo una breve referencia, que es fundamental para comprender el ejercicio literario que Salas llevará a cabo: Rashomon. Alude al famoso filme de Akira Kurosawa, cuyo guión se basa en dos cuentos de Ryonosuke Akutagawa. En el mismo el asesinato de un hombre y la violación de una mujer son reconstruidos a partir de las versiones de cuatro personas.

En Helados de pasión, su autor nos propone precisamente contrastar una historia ya conocida al enfocarla desde otra perspectiva, desde otro punto de vista. Como dice un antiguo refrán, las cosas cambian según sea el cristal con el cual se vean. Es a partir de esa premisa, pienso yo, como se pueden apreciar mejor los valores del cuento objeto de estas líneas. Lo digo porque un crítico apuntó de pasada, en un ensayo dedicado al filme de Gutiérrez Alea, que Helados de pasión es una parodia del texto de Paz. Aparte de que, como el propio autor ha aclarado, no lo es, se está reduciendo su narración a una simple imitación burlesca, dado que es así como el diccionario de la Real Academia Española define ese término.

Quien ahora asume la narración en primera persona es el homosexual, cuyo nombre, a diferencia del cuento de Paz y la versión cinematográfica, nunca se menciona. Lo primero que se hace evidente es que estamos ante alguien que asume su opción sexual con naturalidad, y se refiere a ello con tanto impudor como desenfado. Asimismo la irreverencia y la incorrección política son dos notas dominantes en su lenguaje y permean la visión de la realidad cubana que proyecta. Un psiquiatra con quien tiene terapia dos veces por semana le dice: "Eres la mariquita más curiosa y elaboradamente loca que he atendido", y como según él en Cuba todos los psiquiatras son policías, deduce que era una definición oficial de su persona.

El joven estudiante coprotagonista del cuento se llama aquí Abel, y el narrador tuvo su primer encuentro con él no en Coppelia, sino en una de las zonas a donde los homosexuales habaneros acuden por las noches a ligar. Se trata concretamente de la calle Galiano, que de acuerdo a un personaje que se cita es una especie de Museo Antropológico del Maricón Criollo. Ya desde aquella ocasión Abel despertó en el narrador intenciones aviesas, que se traslucen en el modo como lo describe: "El muchacho tenía una cara dulce, unos ojos pequeños, pero tan vivos y delicadamente dibujados, y sobre todo un culo extraordinario y muy bien puesto en su sitio". Abel repetirá luego sus visitas a aquel lugar, y el narrador se siente ofendido por el pretexto tan vulgar con que trata de justificar el motivo de sus idas nocturnas a Galiano: "Es que quiero escribir una novela sobre la vida de ustedes, sobre la escoria habanera".

Tras una primera visita, en la cual insiste en marcar las consabidas diferencias ("Te repito que no soy maricón, y no sé muy bien qué hago aquí"), Abel se convierte en huésped habitual del narrador. Éste vive en un cuarto en lo que años atrás fue el Hotel Monserrate. Lo ha transformado en un minúsculo apartamento, donde "no faltaba el pan ni la sal ni la música y todos los anzuelos posibles. Había gran surtido para frívolos y profundos, para pintores y bailarines, para camioneros y trapecistas". Fotos de García Lorca, tazas de Sevres, restos de un tutú atribuido a Alicia Alonso y otras reliquias de un pasado glorioso, formaban parte de aquel paisaje de retazos al que el narrador llama "mi casa".


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