Actualizado: 28/03/2024 20:07
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CON OJOS DE LECTOR

Oye la historia que contóme un día… (I)

Cuarenta años después de su estreno, 'La muerte de un burócrata' conserva su lozanía como un ejemplo de cine crítico inteligente, diáfano y fresco.

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"El humor y la sátira son recursos que casi habíamos olvidado bajo el peso de un exacerbado sentimiento de responsabilidad. Y sería un error caer en ese olvido". Esto lo escribía Tomás Gutiérrez Alea (Santiago de Cuba, 1928-La Habana, 1996), poco después de haber finalizado el rodaje de su primera comedia, Las doce sillas (1962). Y para demostrar que en lo que a él correspondía, no constituían meras palabras, tras dirigir dos años después Cumbite, volvió al terreno del humor y la sátira en el que sería su cuarto largometraje: La muerte de un burócrata (1966).

En su nuevo proyecto, Gutiérrez Alea recuperaba un tema, el del flagelo del burocratismo, que aparecía de modo tangencial en Las doce sillas. Era, por otro lado, una manifestación que en la nueva sociedad cubana resultaba retrógrada y ridícula, al igual que lo eran el "siquitrillado", el cura y el ex sirviente de aquel filme. Éstos, no obstante, venían a ser representantes del sistema capitalista que poco a poco iba quedando atrás. Burlarse de ellos no implicaba ningún riesgo; se movía sobre un terreno seguro. En La muerte de un burócrata, por el contrario, iba a tomar como blanco de su humor corrosivo el papeleo burocrático generado por las empresas e instituciones de la triunfante revolución. Y lo peor, iba a hacerlo en una etapa en la que las críticas de esa índole levantaban sospechas de alineación con el enemigo imperialista o de desviación ideológica. O sea, que su nueva comedia representaba una propuesta osada por partida doble: por criticar de manera directa un problema actual en ese momento y por emplear una vía como la del humor satírico, que tantas ronchas suele levantar.

Un espacio para poder ejercer la crítica de la realidad inmediata fue precisamente un derecho que Gutiérrez Alea siempre defendió, y supo ganárselo con honestidad y gracias a su talento como cineasta. Conseguir ampliar ese margen para expresarse libremente dentro de los límites fijados por la revolución no le resultó, sin embargo, una tarea fácil. Léase, por ejemplo, su libro Dialéctica del espectador, donde se refiere entre líneas a los obstáculos que encontró para que le autorizaran rodar Memorias del subdesarrollo. Conviene recordar también el malestar con que fue recibido en ciertos estratos oficiales su último largometraje, Guantanamera. En una entrevista que le realizó Michael Chanan poco antes de su fallecimiento, declaró que no era un disidente, como afirmaban algunos, ni tampoco un propagandista de la revolución, como lo presentaban otros. Pero aclara que, por supuesto, en sus películas advierte sobre todo lo que le parece una distorsión de los objetivos y los caminos más esperanzadores de la revolución, todo lo que la ha desviado hasta colocarla en la crisis en que se hallaba en los noventa, fecha cuando concedió la entrevista.

Las películas de alcance crítico representaban entonces una rara avis en el cine de los países socialistas. La censura era una práctica común y se aplicaba de manera inflexible y con unos criterios que, en ocasiones, eran difíciles de comprender. Por ejemplo, en 1967 Andrei Mijalkov-Konchalovski rodó un filme tan temáticamente inofensivo como La historia de Assia Kláchina que, a pesar de que amaba, nunca se casó. Sin embargo, no logró la aprobación de los celadores de la libertad de expresión y pensamiento, que la mantuvieron secuestrada durante más de veinte años. Resultaba, por tanto, insólito que una cinematografía tan joven como la cubana apostara tan tempranamente por esa vertiente. La presentación de La muerte de un burócrata en el Festival Internacional de Karlovy Vary, Checoslovaquia, debió de dejar perplejos a muchos, pues se trataba de un filme sin prédicas ideológicas ni conclusiones forzadas, que no disfrazaba la realidad. Eso se trasluce cuando uno revisa las palabras leídas por Gutiérrez Alea antes de que se proyectara su cinta en aquel certamen: "La película que van a ver a continuación (…) es una comedia satírica cuyo argumento se desarrolla en la Cuba de hoy. No tiene nada que ver (…) con aquellos elementos exóticos (por otra parte tan familiares) que siempre se esperan de cualquier obra que venga de nuestro mundo tropical y subdesarrollado. No tiene mucho que ver tampoco, y esto se notará enseguida, con ideologizaciones más o menos románticas, más o menos retóricas del momento histórico que vive nuestro país". Como se ve, más claro ni el agua clara.


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