Actualizado: 28/03/2024 20:04
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CON OJOS DE LECTOR

…un viejo enterrador de la comarca (II)

Tomás Gutiérrez Alea concibió una película muy divertida, en la que, sin embargo, no renuncia a recrear satíricamente aspectos de la realidad circundante.

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Quienes han visto la película, recordarán que el primero de ellos que se nos muestra es el empleado que atiende a Juanchín y su tía, cuando inician el papeleo para la pensión. Todo va bien con él hasta que les pide el carné laboral de Francisco: no da crédito cuando le contestan que lo enterraron con él. Su cara hasta entonces sonriente da paso a una expresión adusta y tiene además una reacción muy significativa: de inmediato retira las planillas que había estado llenando y las guarda en una gaveta de su escritorio. Aparece así el burócrata desprovisto de sensibilidad e inflexible en lo que se refiere a exigir el cumplimiento de todos los formalismos. Interviene entonces un segundo empleado, mucho más simpático y dispuesto aparentemente a hallar una solución al problema. Pero sus buenas intenciones no pasan de ser pura palabrería, por lo cual deben acudir ante un tercer funcionario. Éste se lanza a hacer una disertación filosófica sobre la costumbre de enterrar a los muertos con objetos que en vida los acompañaron. A la larga, ninguno de ellos tiene interés en resolver el problema de la pensión, pues significaría traicionar uno de los pilares sagrados sobre los cuales se sustenta la maquinaria burocrática: todo lo humano le es ajeno.

La muerte de un burócrata muestra, por otro lado, los extremos a que conducen la inflexibilidad de los formalismos y los comportamientos aberrantes del burocratismo, que en la película adquiere connotaciones orwellianas. Al inicio de sus gestiones, el protagonista debe acudir a una enorme oficina en la cual le toca ser testigo de algunas muestras de ello. Un hombre tiene un pie tan pequeño que sólo puede usar zapatos de niño, pero como de acuerdo a la libreta de abastecimiento es un adulto no le permiten comprarlos. Otro tiene muñones en lugar de manos, pero como las normas establecen que debe firmar una planilla, le han atado con cinta adhesiva un bolígrafo para que cumpla el requisito. En esa escena, por cierto, los documentos van de un buró a otro a través de un cohete que se desliza sobre un carril. Aunque parezca increíble, según Gutiérrez Alea se inspiró en una empresa habanera donde realmente se empleaba una solución mecánica similar. Y como algunas veces funcionaba mal, se formaban unas colas enormes. Esta imagen hiperbólica no lo era tanto, pues como ha apuntado José Antonio Évora, no estaba muy lejos de la realidad cubana: no es surrealista, apunta, sino hiperrealista. Asimismo al referirse a Guantanamera, inventó un término ingenioso y acertadísimo: la absurdocracia.

Pero Gutiérrez Alea tiene presente, ante todo, que para cumplir su función social el cine primero debe ser espectáculo. Podrá movilizar la conciencia del espectador en la medida en que sea "un espectáculo, un hecho estético, un objeto de disfrute". Ese requisito lo satisface sobradamente La muerte de un burócrata, al ser una obra cinematográfica muy bien realizada y muy disfrutable, que cuarenta años después sigue siendo un estupendo ejemplo de comicidad inteligente. A partir de los trajines del cadáver que el burócrata del cementerio se niega a exhumar y que luego no acepta vuelva al sitio donde descansaba, Gutiérrez Alea concibió una película muy divertida, en la que, sin embargo, no renuncia a recrear satíricamente aspectos de la realidad circundante. El éxito de público que tuvo en Cuba cuando se estrenó respondía precisamente a esos dos factores. El otro ingrediente, esto es, su abordaje crítico del problema de la burocracia viene a significar un valor adicional; pero sin aquéllos habría resultado poco eficaz.

Gutiérrez Alea maneja con acierto diferentes registros cómicos de origen cinematográfico. Eso le permite incluir elementos del humor popular cubano junto a formas más elaboradas y sutiles, como el humor negro, el absurdo, el surrealismo. Retoma además el recurso de las citas que había empleado con timidez en Las doce sillas, algo que asume ahora de modo más obvio y explícito. La escena de la máquina en la cual el inventor tiene el accidente mortal remite a Tiempos modernos, de Chaplin. El personaje de la muerte que se ve en una de las pesadillas de Juanchín proviene de El séptimo sello, de Ingmar Bergman. Otro de sus sueños, aquel en donde arrastra un ataúd en donde va montado su tío, posee un claro cuño buñuelesco. La peripecia que vive en el alero de un edificio tiene como referente inspirador las acrobacias en el rascacielos de Harold Lloyd en Safety Last. El psiquiatra lleno de tics que atiende a Juanchín tras esa escena remite a The Nutty Professor de Jerry Lewis. Y, en fin, hay otros homenajes a las comedias de tortas de crema, las de porrazos, el cine de vampiros y las películas de Max Sennet y Laurel y Hardy. Son inserciones realizadas a modo de divertimentos, secuencias y gags realizados "a la manera de", que si bien no resultan importantes dentro de la estructura, se insertan coherentemente en ellas sin dañarla.


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