Actualizado: 25/04/2024 19:17
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Literatura

Premios devaluados

El escándalo en torno a la 'baja calidad' de las obras laureadas en la última edición del Planeta, acrecienta la polémica desatada este año por el Rómulo Gallegos y el Alfaguara de novela.

Enviar Imprimir

Huele diferente, pero apesta igual

En suma: Planeta, Alfaguara y Rómulo Gallegos se encuentran ante el tribunal de los lectores, de aquellos que no se dejan confundir por la publicidad o el lujo de las ediciones, por el populismo o los virus políticos. Y desde luego que sólo muestran la cumbre —el piquito— de un tétrico fenómeno donde la trivialización se lleva las medallas de oro, plata y bronce. Aunque al rayarlas aparezca hierro, ni siquiera puro.

La crisis de los premios afecta, desde luego, a la formación de lectores, al circuito literario en su conjunto y al deprimido mercado del libro. Las consecuencias educativas, artísticas y sanamente económicas son nefastas. Las expectativas no pueden ser peores.

¿Cómo pretender que haya más y sobre todo mejores lectores cuando el caos valorativo impera en las librerías? ¿Quién orienta el gusto literario, si jurados y críticos subordinan sus juicios al bolsillo o a la ideología? ¿Cuál canon puede formarse progresivamente, sobre todo para las jóvenes promociones, si ven que la fugacidad —el no tener que pensar— es el signo de éxito?

Y si la devaluación caracteriza el inundado mercado en el género más popular, ¿qué esperar de aquellos que apenas tienen un pequeño sitio, como la poesía, el cuento, el ensayo y la literatura dramática? ÀCómo hallar sentido, rumbo? ¿Acaso el hecho de que muchas ediciones —quizás a excepción de la novela— sean pagadas por el propio autor, por alguna universidad o fundación, hace más sospechosa la calidad que cuando alguna gran editora es la que promociona el nuevo volumen?

En este caos, sin embargo, hay paliativos… El más obvio es reconocer lo inevitable, sin chacoloteos pesimistas, con un escepticismo apoyado en datos históricos: En los insalubres mercados del Madrid de Lope de Vega, se vendía lo que hoy llamamos literatura de cordel —hojas colgadas de un cordel— y en ellas alternaban Góngora y Quevedo con poetas más o tan mediocres como la plaga que hoy ataca el idioma. Menos del 20 por ciento de la población de habla hispana sabía leer y escribir hace apenas un siglo.

¿No meditaba Octavio Paz que "en 1886, Verlaine publicó la segunda edición de uno de sus libros más famosos: Fetes Galantes. La edición fue de seiscientos ejemplares y de ellos cien destinados al autor y a la prensa. El hecho es revelador, pues en 1886 Verlaine ya era un poeta célebre y no únicamente en Francia: lo leían ávidas minorías en toda Europa y lo veneraban en Buenos Aires y en México"?

Sin exagerar ni minimizar los problemas inherentes a los círculos de lectores, lo cierto es que noticias como las concernientes a los premios literarios empobrecen las perspectivas, desaniman a los jóvenes escritores y enrarecen la atmósfera cultural del planeta, gracias al Planeta.

Si referimos esta crisis al ámbito cubano, las observaciones son, por supuesto, más sombrías. Hoy los burócratas de la dictadura podrán manipular a cándidos y ávidos con el espejo de la subordinación de la calidad a los índices de venta. Exaltar el fenómeno para minimizar el peor demérito: el que subordina el arte a una política sectaria, a una ideología excluyente.

Pero cuando Marsé aludía al verdadero reto para un autor ("no es entrar en ese mundo, sino ser capaz de rechazarlo") no creo que excluyera de "ese mundo" a los amanuenses que cambian párrafos, declaraciones o silencios por ediciones y viajes, por dolaritos mensuales del Ministerio de Cultura y premios nacionales de literatura. La devaluación huele diferente, pero apesta igual.


« Anterior12Siguiente »