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Presentación de «Diario de una puta. Espejo de miserias»

En esta obra el autor rompe con los cánones preestablecidos de la narrativa lineal y gestiona, con espacios temporales adecuados, el reloj interno de la historia

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Es para mí un privilegio estar hoy sentado entre dos grandes narradores. Por ello doy gracias a Luis Rafael y a todos los que habéis venido a escucharnos pero muy especialmente a Omayra Huertas, la mujer protagonista, sin la cual el doctor Mauro Zúñiga Zaraúz hoy no estaría aquí, porque gracias a su diario nos ha reunido para hablar de su obra.

Obra que Editorial Verbum cataloga dentro de su Colección de Narrativa.

La novela que se presenta hoy y ahora, por primera vez en España, con el sugerente título Diario de una puta. Espejo de miserias aborda, a través de la vida de una mujer, su lucha por sobrevivir y superar todos los obstáculos que cruelmente padece desde niña y que se interponen en su infernal trayecto hacia la madurez. Desembocando en el ejercicio de la prostitución acuciada por su propia madre.

Novela social y psicológica que se alimenta, a lo largo de sus dos primeros tercios, de la experiencia mundana de la violencia en sus más diversas variedades. Maltratada en su hogar, testigo de abusos constantes, la novela arranca en una atmósfera sórdida que resume lo que Omayra ha vivido de niña y presagia lo que vivirá hasta el desenlace final.

Pero el drama no es todo. Hay una balanza que equilibra la búsqueda constante del yo. Una exaltación del amor propio, tan necesaria para triunfar en la vida y que es lo que el autor ha querido apuntalar como conflicto. La superación de uno mismo a través de la identidad con el valor más profundo que una persona siempre debe de conservar: el amor a su propia condición de ser humano.

Equilibrios internos son los que de alguna manera mantienen vivo el interés en cada capítulo. Se sucede a cada desarrollo-desenlace de tensión, su antítesis. Donde el hombre capaz de causar la mayor aberración, puede, como género humano, ser el creador de las más bellas obras. Como el regalo que recibe la propia Omayra de su maestra, un libro de pinturas famosas con la biografía de sus pintores.

Antes de continuar no quiero pasar por alto la portada del libro. Sorolla visita Londres exclusivamente para observar Venus del espejo. Cautivado por el óleo de Velázquez regresa con la idea de abreviar, de silenciar imágenes. Inspirado en el desnudo de Venus, pinta Desnudo de mujer. Sin cupido, sin diosa y sin espejo. Así es la narrativa de Zúñiga, sutil y evocadora. Porque el lector enseguida capta las imágenes esgrimidas o las omisiones a propósito, cómo la de la niña que comienza a ir a la escuela a los siete años creyendo que el mundo es desamor, amargura y muerte en la barriada de El Cerrito.

Estilo Narrativo

Rompe el autor con los cánones preestablecidos de la narrativa lineal y gestiona, con espacios temporales adecuados, el reloj interno de la historia. Avanza el narrador en segunda persona hasta el momento en que la niña se convierte en mujer a los trece. En mujer y en escritora. El diario muda al yo mujer. A una narradora protagonista que nos sumerge en el vivo dolor y en la reflexión arcana de lo íntimo, de lo femenino reservado para uno mismo. Mauro atrapa. Primero encandila porque mete a Omayra en el corazón del lector. Pero a la par le enfurece porque le es imposible rescatarla, luchará impotente, sabedor de cuál es el camino adecuado, obligándole a continuar leyendo. Avanzando en la historia.

El diario marca la diferencia con la tipografía, con letra desenfadada y con una desgarrada inocencia de la cristiana que Omayra lleva dentro, que le lleva a buscar soluciones inconclusas, respuestas a temores. A mantener su identidad. El patrimonio léxico del autor, denota un trabajo paciente y metódico, primero con Omayra escritora, cuyas primeras palabras aprendidas, por escuchadas repetidamente, fueron gritos de dolor en su propia familia. Al finalizar la enseñanza media, un adolescente, por norma general, conoce unos pocos miles de palabras (María Teresa Serafini, Cómo se escribe, ed. Paidós, 2007) y solo los buenos textos llevan a mejorar el vocabulario. Y así evoca el doctor Zúñiga, la importancia del lenguaje en la narrativa que maneja la niña, la adolescente, la mujer, la prostituta o la enamorada que a lo largo de varios años vamos íntimamente conociendo. Citando textualmente el título de Dr. Jekyll and Mr. Hide de Stevenson, por ejemplo.

Asistirá el lector a un baile de narradores, que se centra mayoritariamente en la segunda persona. Punto de vista que intima con la genialidad del mexicano Carlos Fuentes en Aura. Pasando con brevedad por el narrador omnisciente en tercera persona (Cap. IV otro de ellos, pag. 81; Cap. VI el otro de ellos, pág. 109; Cap. VIII él, pág. 119). Caudal léxico que se consigue con un paso del tiempo que solo el diario demuestra, y con las sucesivas experiencias que la vida depara a Omayra. Su lectura convierte al diario en auténtico ejercicio de estilo a lo largo de los nueve capítulos de que consta Espejo de miserias.

¿Por qué un diario?

Es su inicio, con un arranque soberbio, conciso y afilado, el que va a marcar al narrador en segunda persona, a lo largo de todo el texto, y con el que el autor se centra en recrear las escenas que van derrumbando el espíritu de sacrificio de la mujer, enfrentada al descubrimiento de islotes desiertos. Vacíos en medio de un mar de personajes que ventilan a una muchacha sin rumbo hacia puertos desconocidos y sobre los que vuelve para reafirmar su conciencia de rechazo. Va puliendo el diario con la agonía de una vida destinada al dinero fácil de la prostitución. Conoce del aborto, de la cárcel, del crimen, del odio, del engaño, de todas las agitaciones que dejarán al lector empotrado contra la cruda realidad de una clase social desenfrenada en busca de la utopía de la honradez moral como medio para alcanzar la riqueza del alma.

En el diario se estimula, con la primera persona, la cercanía inmediata. La complicidad. Mediante la palabra el ser humano expresa lo que siente. Sentirá, padecerá el lector con Omayra. Cuando reflexiona sobre sí misma, cuando disiente, cuando se arrepiente, cuando sufre, cuando ama, cuando sabe que no debe seguir escribiendo pero lo hace. Expresar es exprimir. Y el Diario toma posesión de ese sentimiento. Penetrará en el lector a su vez y le dejará sumido en la pregunta ¿Por qué escribe Omayra? Más allá de la expresión, evitando posibles respuestas biológicas, o de satisfacción de instintos primarios para comunicarse con seres supremos, a modo de pinturas rupestres, como apunta José Antonio Marina en su ensayo La magia de escribir. Quizás el diario obedece más a una de las nueve causas, que aseguraba Primo Levi, a las que un hombre atiende para ponerse a escribir de manera asidua: La liberación de la angustia.

Desenlace final

El diario es el antagonista de Omayra. Le acompaña durante catorce años, hasta el final de la obra. Desde julio de 1977 hasta enero de 1991.

Un final bien sorteado. Inesperado. Explosivo y redentor. En el capítulo nueve se goza de una narración épica, donde se refunden las voces de todos los narradores. La conciencia del lector disfrutará de un pequeño descanso para afrontar el desenlace. El diario, aunque parezca una contradicción, espera, durante la tregua, en un segundo plano. El doctor Zúñiga tiene la medicina preparada, el remedio contra todo un inoperante Estado de bienestar que no sabe atajar las verdaderas miserias de las clases marginales. Y de la mano de la vieja y falaz madre de Omayra, que retoma el mando de la situación nuevamente, nos lleva de vuelta a casa. Una regresión en forma de segunda oportunidad.

Ante la aparente falta de solución, sobre el lector planeará levemente la cuestión kafkiana del laberinto sin salida. Toda respuesta, toda posible solución que el Estado no es capaz de engendrar para remediar la lacra de la pobreza y sus profundos traumas, puede crearle al lector un final anticipado. Manipulado por la exaltación de valores analizados a lo largo de los ocho capítulos anteriores. Pero Zúñiga, dominador del ensayo y la valoración científica, sorprende una vez más y, pasada la luna de miel de Omayra y Luis Eduardo, abre de nuevo la jaula al monstruo de mil cabezas que atenaza la conciencia de la muchacha. Quedará el lector estremecido de nuevo por la tensión, la desenfrenada búsqueda de recovecos. Destreza sin fisuras que elevan el estilo narrativo a un precioso y directo lenguaje, que enmascara una verdadera historia de desamor.

Amenazado por el arrepentimiento, rompe el autor ese flujo kafkiano, de “el castigo busca la falta” y se revierte en “la falta busca el castigo” (El arte de la novela, Milan Kundera, Tusquets, 2007). Deja entrever el peso del insoportable remordimiento de Raskolnikov, a la inversa que en Kafka donde el condenado no conoce la causa del castigo. Porque las personas están en constante cambio, y así sucede a lo largo de parte final de la novela con Omayra, cuya lucha por volver a un sitio que nunca estuvo, le hace dar un nuevo giro, dando un paso más hacia el infierno. Cambios que le reviven su pasado, los hechos que la denostaron, que se le antojan ciertos a cada momento, con la frescura de una crónica eterna de negros sucesos. Una negrura con reminiscencias de El color Púrpura.

Para finalizar y antes de pasar la palabra al autor, quiero concluir con una pequeña selección de críticas literarias que la obra ha recibido en otros medios, desde su primera publicación en Panamá en 2010:

  1. “En resumen, tenemos entre manos una buena obra, esgrimida por su autor con conocimiento de causa y, más que como un libro, como un estetoscopio en el cual ausculta los síntomas de la sociedad.” (De Ariel Barría Alvarado).
  2. “Para el lector casual como para el amante de las ciencias humanas este libro representará un espejo profundo y novedoso, una radiografía social. Expone la explotación de la mujer, los abortos clandestinos, el incesto, los secuestros, la prostitución, homosexualidad, lesbianismo, miedos, sobrevivencia, el mundo de las pandillas, el vicariato, la violencia en todas sus modalidades.” (De la catedrática de la Universidad de Panamá Yolanda Crespo).
  3. “Esta breve novela aborda temas densos que retratan las incongruencias y carencias sociales, no solo de Panamá, sino también de todo este mundo que también está globalizado en sus privaciones y penurias. También plasma con detalles una enorme y enlutada realidad que se repite en todos los territorios de la tierra. Mauro, como debe ser, no se conforma con lograr un relato novelístico valioso y novedoso; él es un hombre comprometido con la sociedad que lo alberga y, por ello, subyace bajo la factura propiamente literaria, un anhelo de renovar y purificar nuestra irredenta realidad social” (Isabel Barragán de Turner).
  4. “En Diario de una puta, el autor nos muestra la vida de una mujer castigada por el entorno y la prostitución, para formar un caleidoscopio de miserias a través de personajes efímeros que hablan de la dignidad perdida frente a una moral enferma de sexo, en una metáfora de la lucha del sujeto por recuperar la humanidad” (Rafael Guerrero Ríos. Le Monde Diplomatique).

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