Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Literatura, Poesía

“Solitar”, de Ena Columbié

Ena Columbié nos llega con un poemario que sobresale por cierta tendencia al intimismo, en edición bilingüe español-inglés

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Tuve la suerte de leer el poemario anterior de Ena Columbié, modestamente titulado Ripios: un conjunto de epigramas-haikus donde, como debe ser, básicamente descollaba el ingenio, la ligereza del vuelo poético. Anoto una de las piezas del poemario en cuestión: “Un poema puede ser una palabra…/ tu nombre, por ejemplo”. En esta especie de advertencia quise ver que una palabra era más que una palabra, o mejor decir que una palabra pueden ser muchas palabras. Yo, el lector, no quedé satisfecho con Ripios, se le podía pedir más a esa poeta que en aquel libro aseveraba: “En el filo de la navaja/ sólo/ camina el equilibrista/ y a veces —muchas veces— termina degollado”.

Y ahora Columbié ha dado más: nos llega con mucha más altura con el poemario Solitar, recientemente publicado por Editorial AlphaBeta en edición bilingüe español-inglés. “Muchas palabras”, escribí con toda intención más arriba, puesto que uno de los rasgos esenciales del poemario que nos ocupa es su polisemia, que no es dable para todos los poetas —tampoco tiene que serlo, claro—, pero que cuando así es resulta una bendición para muchos lectores. De este modo, si tomamos, por ejemplo, el texto “Poesía”, que comienza: “Siempre fuiste tú/ desde que nuestros ojos se tocaron”…, no hay dudas de que estamos ante una lectura numerosa; sirve este poema, de principio a fin, para asumir tanto el objeto poético al que nos quiere dirigir la autora, como para remitirnos al lirismo de unos ojos amados (esto fue lo que yo leí). En la misma cuerda cito “Entrega”, con estos versos: “Quiero entrar en ti/ darme en tu luz como polvo y zarza/ como manso domingo de noviembre”.

Las cinco secciones que componen el libro obran a favor de una unidad de formas, y creo que se logra el propósito. Del tono sentencioso de la primera, “Solitar”, pasamos a “Tiempo”, un hermoso canto donde el agradecimiento como una reverencia, podríamos decir, es la divisa principal. La tercera, “Entrega”, se explica desde el mismo título —“sabemos de gaviotas de olas y de peces / del tamaño anormal de las carencias”—. En “Recuerdos” también resultan previsibles los asuntos tratados; y los tonos, como en la primera sección, se inclinan hacia lo lapidario; sirvan de ejemplo estos dos breves pero rotundos versos: “Los recuerdos son/ bosques en la piel”. El libro se cierra acertadamente con “Partida y regreso”, en la cual, en mi opinión, sobresale el poema dedicado a mi madre, fechado en el verano de 2008: “Un mujer acaba de morir/ y abrió la puerta al horizonte”.

Si he mencionado antes los recursos poéticos que podrían indicar al lector que estamos ante un poemario que sobresale por cierta tendencia al intimismo, quiero destacar, como contraparte quizás, el que a mi juicio es un poema soberbio: “El Hombre Junco”. Partiendo de esencias tal vez anecdóticas, en este poema Columbié alcanza una parábola estremecedora: “Deambuló como monje mendicante pirata/ encantador de serpientes y mujeres/ y se volvió cazador”, rezan estos versos del poema citado.

Al principio de esta nota me refería a Ripios, el poemario anterior de esta autora. Me ha llamado la atención que en éste, escasamente, se alude a los elementos de la naturaleza, los cuales, sin embargo, abundan en Solitar —viento, mar, agua, bosques, flores—. Quién sabe si un investigador podría tomar en cuenta este dato para explicar el acrecimiento de calidad del más reciente libro en comparación con el anterior.

Ena Columbié nació en Guantánamo, Cuba, en 1957. Desde hace tiempo está exilada en Estados Unidos.

Felicidades.


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