«Soy sencillamente un pintor»
El alemán Neo Rauch y la Escuela de Leipzig: De la decadencia del realismo socialista al esplendor del mercado artístico global.
Nacido en 1960 en Leipzig, antigua RDA, Neo Rauch es considerado una de las grandes estrellas del arte internacional. Su particular poética, marcada por el realismo y la nueva figuración destilada de la llamada Escuela de Leipzig, ha influenciado a toda una generación de pintores alemanes como Tim Eitel, Matthias Weischer, Martin Kobe, Tilo Baumgärtel, Peter Busch, Chritoph Ruckhäberle y David Schnell, entre otros.
Ellos, bajo la estela de Rauch y la brillante gestión artística de EIGEN + ART, dirigida por Gerd-Harry Lübke, protagonizaron una de las operaciones más intrépidas en el mercado internacional del arte contemporáneo abriendo el nuevo milenio: un grupo de noveles autores alemanes —nacidos a principios de los setenta y con trayectorias apenas conocidas— insertados en los más altos circuitos institucionales, tanto privados como públicos.
Una de las consecuencias fue el espectacular boom de la pintura realista neofigurativa. Alemania quedó como centro de promoción y cotización de esta nueva etapa de la pintura en el escenario internacional. Ahora todos los grandes museos del mundo se rifan una exposición de Neo Rauch y sus epígonos y las grandes colecciones hacen colas para comprar sus pinturas a precios millonarios.
Tal vez por ello, el celo de Gerd-Harry Lübke con los artistas de su galería es muy grande, por lo que la concertación de esta entrevista se realizó siempre bajo su aprobación y atenta mirada. El viaje en tren de Berlín a Leipzig es de aproximadamente hora y media, y en el trayecto se perciben, todavía frescas, las huellas del socialismo alemán de la era Honeker, cuyos sueños y utopías transparentan las obras de Rauch.
En Leipzig, una coordinadora de la sede de EIGEN + ART nos adentra en las instalaciones de una fábrica de la era comunista, ya en desuso. En una de sus naves nos espera Neo Rauch. Mi primera pregunta le sorprende, le produce una ligera sonrisa, casi de complicidad.
A principio de los ochenta viaja a La Habana para una exposición en el Instituto Superior de Arte (ISA), con motivo de un intercambio cultural entre países socialistas. Desde el punto de vista pictórico, ¿cómo recuerda ese período creativo de su trabajo? ¿Ha cambiado su obra desde entonces?
Ésa es una pregunta que se remonta a tiempos muy remotos… Tan sólo la posibilidad de que pudiéramos viajar cuatro colegas y yo a Cuba, era una situación enormemente excepcional, puesto que, pese a que Cuba estaba vinculada a nosotros, ésta no era accesible.
Sí, mi obra se ha transformado evidentemente. Sería una catástrofe de no haber sido así… Sin embargo, siempre me apresuro en apuntar que nunca ha habido nada en mi creación que pueda recibir la definición de revolución. Es más bien una corriente sólida con incisos revolucionarios; tal vez se puede percibir de esta manera.
En aquella época me encontraba en una situación de cauta indecisión. Me encontraba en una fase transitoria, que estaba, por un lado, determinada por el afán de desprenderme del repertorio académico y, por otro, por el deseo de ser aceptado de algún modo como artista moderno, sin importar lo que yo entendiera bajo ese concepto. Supongo que es normal, en un graduado de escuela superior de arte, la necesidad de integrarse en la categoría de artistas modernos. En mi opinión, este dilema, gracias a Dios, es ya inexistente en nuestros días.
¿Guarda alguna relación su obra con ciertos paradigmas estéticos del llamado "realismo socialista" que en su momento practicara la Escuela de Leipzig, en la que se formó como artista?
Negarlo sería fatal. De hecho, yo fui a Leipzig a estudiar con los representantes más significativos de esta categoría. Ellos ejercían un poder de atracción enorme sobre mí, aun sin conocer el significado de dicho concepto. Durante la carrera comenzaron a sucederse, en mayor o menor medida, dichas ansias de desprendimiento. Esto es probablemente un impulso muy normal, un impulso deseable en un alumno: escapar de la esfera de los padres.
En este sentido, el empeño de modernización de mi arsenal o de mis posibilidades estaba caracterizado por la desesperación y desvalidez. ¿Cómo escapar de la sombra de los padres? ¿Cómo conseguirlo, teniendo en cuenta, que la obra de dicha generación paterna ya estaba siendo sometida por doquier a una crítica general? Los años ochenta fueron la época de colegas como Jörg Immendorf, Rainer Fetting y Middendorf y más allá, por supuesto, la Transvanguardia italiana, que eran de gran importancia. Walter Dahn…, todos ellos eran influencias que se desataron, no sólo en mí sino también sobre toda mi generación. He citado ahora estos nombres, porque todos ellos representan una posición, que dentro de su modernidad temporal adoptaron posiciones figurativas. Ya por aquel entonces no existía para mí duda alguna de que jamás abandonaría el ámbito de lo figurativo.
Sus cuadros, que de cierto modo hacen referencia al mundo de vida de la antigua República Democrática Alemana, ¿responden a una visión nostálgica de ese pasado reciente o constituyen una crítica consciente al estado actual de la Alemania unificada?
No, seguro que no. Yo nunca he pretendido afirmar algo así. No es posible afirmar tal cosa cuando uno se quiere dedicar seriamente a la pintura. De hecho, opino que dicha réplica sobre hechos relacionados con la RDA es muy limitada. No es algo que me estimule y oriente primordialmente. Es más una afluencia subliminal de materia, de material.
Imagino que hay formas especulativas de una apropiación nostálgica de momentos biográficos, ya sean de naturaleza construida o traducida. En mi caso, eso sería una interpretación errónea y de ningún modo correspondería con mis intenciones. Me interesan mucho más los profundos momentos psicológicos de la existencia humana y estos son motivos amplios que, naturalmente, se tiñen de una percepción, también de una percepción infantil temprana. Y ese es tal vez el punto inicial, ese es el original a través del cual comienzo a crear y desde el cual, probablemente, todo artista crea de manera consciente o inconsciente. Cada artista emplea también intencionada o inintencionadamente sus sueños.
Los personajes de sus obras parecen moverse entre el sueño y la vigilia, entre la historia y la ficción. ¿Significan ellos, de alguna manera, la utopía y el absurdo que rodea la existencia del mundo actual?
Sí, en absoluto. Es decir, me alegraría mucho si fuera acogido así. Se demuestra así que el estado atmosférico del mundo puede ser caracterizado de este modo acertadamente, precisamente sin pretenderlo, simplemente dejando que provoque ahondamiento introspectivo en nosotros para después, en la superficie, situarlo en nuevos contextos. Mi correctivo es, por así decirlo, el momento de la delimitación; tengo que estar siempre pendiente de no resbalar hacia ciertas categorías sospechosas. Quiero decir, por un lado no debo volver a caer en la esfera paterna, no debo deslizarme en el periodismo, tampoco incurrir en el área del romanticismo social o del arte comprometido; es un balanceo precavido.
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