Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Con ojos de lector

Un banquete de lector para lectores

En 'Bienes del siglo', Enrico Mario Santí demuestra, como decía Dostoievski, que toda gran crítica es una deuda de amor.

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Nunca se olvida Santí de que es un académico (desde hace más de un cuarto de siglo es profesor universitario), y prueba que sabe serlo cuando es necesario. Pero al mismo tiempo posee el mérito no demasiado usual de ser profundo sin alardes ni pedanterías, de no perderse en abstrusas entelequias. Contrariamente a lo que muchos ensayistas e investigadores pretenden hacernos creer, demuestra que lucidez y fárrago son términos irreconciliables; que el rigor, la erudición y la capacidad analítica no tienen por qué estar reñidos con la claridad expositiva ni con ese poder de fascinación que tienen las buenas novelas. En sus escritos, Santí tiene la gentileza de la claridad, de tratar al lector como un par, de recibirlo con los brazos abiertos, como sabe hacer la buena literatura. Logra de ese modo eludir tanto las jergas teóricas y seudocientíficas como el facilismo y el tratamiento epidérmico del mal periodismo cultural.

Hay, por último, un aspecto al cual no quiero dejar de referirme, y que representa otro de los rasgos que diferencia a Santí de la inmensa mayoría de los académicos. Es la aplicación consciente de sus ideas éticas e ideológicas al estudiar fenómenos literarios y culturales, sobre todo cubanos, que empezó a incorporar en determinada etapa de su trayectoria. Algo que aparece expresado por él en las páginas introductorias de un libro anterior, Por una politeratura (1997): "Comprendí entonces que la tarea del crítico literario, o al menos la que entonces yo empezaba a ver como mía, no estaba desvinculada de mi postura moral en torno a cualquier circunstancia. Como buen discípulo del formalismo, había vivido hasta entonces convencido de que, por muy pesados que fuesen mis lastres políticos, como crítico debía aspirar a la objetividad que recrease la organicidad del texto. Confieso que nunca he podido abandonar del todo esa creencia, la cual abrigo como convicción no sólo teórica sino pedagógica; muchos de mis ensayos la reflejan. En todo caso, fue a partir de ese momento que al menos cesé de reprimir en mis escritos ese 'inconsciente político' del que habla Fredric Jameson y dejé que hablase no sólo mi oído o mi ojo crítico; puse a trabajar otro órgano, hasta entonces silente, pero que hoy considero vital: mi conciencia".

A esas palabras conviene agregar que las concepciones éticas y políticas de Santí están articuladas de manera orgánica a su discurso ensayístico, y afloran a la superficie cuando éste así lo demanda. Se traslucen más cuando realiza lecturas críticas de obras permeadas por la ideología, como la película Fresa y chocolate. O para citar un ejemplo mucho más evidente, cuando escribe textos más abiertamente polémicos, como lo es su análisis de las ediciones cubana y mexicana de las memorias de Lisandro Otero. Es un aspecto que requeriría ser tratado más extensamente, lo cual implicaría consumir mucho más espacio del que a estas alturas me queda. Pero quiero por lo menos señalar un par de cuestiones: la primera, que Santí sustenta siempre sus opiniones con argumentos capaces de persuadir al más reacio; y la segunda, que incluso en los textos más controversiales sabe discrepar sin ofender. Santí confirma, por otro lado, la tesis del argentino Ricardo Piglia de que "la crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando escribe sus lecturas". En ese aspecto, conviene acercarse a Bienes del siglo como una suerte de hoja de ruta, de cartografía personal, en la que también hay espacio —como lo hay en la vida de cualquier persona— para las ideas políticas y éticas.

Con Bienes del siglo, Enrico Mario Santí revalida y consolida el que es ya un itinerario sobresaliente en la investigación y el ensayismo. Su lectura, que recomiendo con entusiasmo, constituye una experiencia de la cual se sale enriquecido, a la vez que se disfruta con sus lecciones de crítica.


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