Actualizado: 23/04/2024 20:43
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CON OJOS DE LECTOR

Un duende maligno y solapado (II)

Para el escritor y crítico Norge Espinosa Mendoza, enviar a imprenta el libro lo mejor compuesto posible es la garantía para no tener que sufrir las erratas.

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Se ha discutido mucho si el verso de José Martí "cardo ni oruga cultivo" no es en realidad "cardo ni ortiga cultivo", atendiendo a que las orugas no se cultivan, sino que se crían. El problema sería sencillo si no fuera porque esa palabra tiene más de un significado. Uno de ellos es, en efecto, "larva de los insectos lepidópteros que es vermiforme, con doce anillos casi iguales y de colores muy variados". Pero también posee otro, relacionado con la botánica: "planta herbácea anual, de la familia de las crucíferas, con flores axilares y fruto en vainilla". Sí constituye un error, en cambio, hacer decir a Martí que "nuestro vino es agrio, pero es nuestro vino", cuando lo que él escribió es "nuestro vino, de plátano, y si sale agrio es nuestro vino".

En ese libro encantador que es De las pequeñas cosas (en su primera edición el título era Las pequeñas cosas. ¿Acaso la "de" que se omite se debió a un error?), Antón Arrufat dedica un trabajo a "la insidiosa errata". Recuerda en esas páginas que descubrió la existencia de esa palabra en sus años de estudiante, cuando tuvo que leer en voz alta un texto donde se hablaba de "las viejas de Cristóbal Colón". "Donde dice viejas debe decir viajes. Rectifiquen la errata", expresó la maestra. Arrufat comenta su reacción ante aquel hecho: "El cambio resultó simple y el significado, sin embargo, diametralmente diverso. Operación tan sencilla me produjo no obstante una impresión extraña: intervenía en la composición del libro, rectificaba con mi mano inexperta un texto respetable. A la vez me impresionaba como un juego. De ahora en adelante, si me lo proponía, podría cambiar el significado de las palabras deslizando voluntarias erratas. Total, una letrica por otra".

Errores debidos a los autores

Antes de que empezaran a usarse las nuevas tecnologías y se introdujese la edición digital, la culpa de las erratas era atribuida por lo general a linotipistas y tipógrafos distraídos o extenuados, o bien al mal trabajo de los correctores. Mas no siempre era ésa la causa de que una tilde inoportuna convirtiese en esdrújula una palabra llana, o de que un anónimo pasara a ser un ano nimio. En ocasiones, se trata de errores debidos a quienes firman el libro o el artículo. Nunca lo he leído escrito, pero en más de una oportunidad he escuchado comentar acerca de lo descuidado que era José Lezama Lima en sus escritos. Recuerdo una de sus "Sucesivas o Coordenadas habaneras", la serie que publicó en el Diario de la Marina y recopiló en Tratados en La Habana, en donde habla indistintamente de La mucurita de barro y La múcura de barro, para referirse a la misma canción popular. En otra acerca de nuestro deporte nacional, emplea por igual los términos baseball, béisbol y beisbol.

En el tomo II de su Antología de la poesía cubana, en las páginas que sirven para presentar la selección correspondiente a Luisa Pérez de Zambrana, Lezama Lima cita un par de versos que pertenecen a Dolor supremo, incluido por él en el volumen: "¿o en que playas de luto y de silencio / me encuentro, con las manos extendidas". Quien se tome el trabajo de buscar el poema, comprobará que lo que la autora escribió es: "¡y en qué playas de luto y de silencio / me encuentro, con las manos extendidas". Y acerca de la primera edición de Paradiso, Julio Cortázar apuntó que "estaba plagada de errores tipográficos, sin contar algunos descuidos casi increíbles de Lezama, que iba cambiando alegremente la ortografía de los nombres de algunos de sus personajes, con lo que Alberto Olaya se convertía en Olalla, y no hablemos de otras fantasías parecidas".

Por último, incluyo los textos que generosamente escribieron para esta ojeada a las erratas dos autores muy respetados por mí. Uno es el poeta Orlando González Esteva, para quien "las erratas saben más que las bibijaguas, y existen para bajar los humos. De ahí que sean, en cierta medida, necesarias. Ratifican, risueñas o feroces, que somos falibles. Por más que uno se empeñe en erradicarlas, más tarde o más temprano descubre que le han tomado el pelo, que son más vivas que uno".