Actualizado: 15/04/2024 23:17
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CON OJOS DE LECTOR

Un duende maligno y solapado (II)

Para el escritor y crítico Norge Espinosa Mendoza, enviar a imprenta el libro lo mejor compuesto posible es la garantía para no tener que sufrir las erratas.

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Ilustra sus palabras con un ejemplo propio: "Durante más de veinte años di por un hecho que la primera edición de Mañas de la poesía era, desde el punto de vista tipográfico, impecable. Fue una edición de autor, diseñada y revisada una y mil veces por una excelente amiga, María Madruga, cuya meticulosidad y cuyo talento van de la mano. No escatimó esfuerzos. El librito era nuestro orgullo. Hasta que hace dos o tres años descubrí en él un contratiempo musical, una errata bailadora: donde debió decir "guaguancó" dice "guagancó"… Aún me esfuerzo por encajar el golpe. Y yo mismo vuelvo a veces al libro con la esperanza de que la errata, piadosa, haya desaparecido, de que la "u" que falta haya vuelto a ocupar su lugar como, en una décima de Ballagas, la imagen de la Virgen de la Caridad que aprovechaba la noche para abandonar el altar y regresar al amanecer. Pero hasta hoy, esa "u" brilla por su ausencia".

El otro texto lo firma el escritor y crítico Norge Espinosa Mendoza, quien además es editor de revistas. Lo reproduzco a continuación:

Erratas, laberintos, pistas falsas

"Ganándome la vida, entre otras cosas, como aprendiz de editor (digo aprendiz porque en un país donde se mantienen en activo Ana María Muñoz Bachs y Esteban Llorach, entre algunos pocos, el oficio tiene aún ciertos nombres de respeto), las erratas son una suerte de pesadilla que me persigue infinitamente. Si la literatura es un laberinto de palabras, no pocas de las pistas falsas de ese dédalo verbal están compuestas por el cambio inesperado de una letra por otra, que ya se sabe a qué malos pasos de lectura pueden conducirnos. Recuerdo, en el mundo editorial cubano, una famosa, que adornó la mismísima portada de una célebre novela. Ediciones Huracán publicó La dama de las camelias, y desde aquella carátula en la que nos miraba Margarita Gautier-Greta Garbo, aparecía el nombre riguroso del autor: Alejando Dumas. La calidad remota y distanciada de ese imposible autor le valió a los editores una deliciosa estrofa en la que Raúl Hernández Novás echaba carcajadas ante el descalabro. Y recuerdo otra errata, esta vez enteramente gráfica: una edición del Diario de Amor de Gertrudis Gómez de Avellaneda en cuya cubierta lucía sus mejores galas el rostro de… Luisa Pérez de Zambrana. ¡Ay, Alejandro, hay Tula?

"Antón Arrufat dedicó una de sus mejores crónicas en su libro De las pequeñas cosas a esa obsesión que pueden ser las erratas, y evoca algunas memorables. En un índice de Lunes de Revolución que apareció en el propio semanario, recuerdo yo ahora, leí el nombre de un importante dramaturgo transformado de forma maliciosa: una errata que dada la sexualidad del autor y sus enemigos, acaso sea intencional: Virgilia Piñera. Tal vez la más terrible de cuantas recuerde se deba a Ediciones Capiro, que editó una novela de Alberto Anido en una cuidada impresión, a la que sin embargo le faltaba, nada más y nada menos, que la última línea del último párrafo del capítulo final. No era, por suerte, una novela policíaca, en cuyas palabras finales se revelase el nombre del asesino; pero al buen Alberto eso debe haberle costado más de una angustia. Y Delfín Prats se puede anotar, junto al mérito de ser uno de los mejores poetas de Cuba, el del asombroso récord de más de ochenta erratas advertidas que suma la edición de su poemario Abrirse las constelaciones, que presentó Ediciones Unión, por puro milagro no retitulado Abrirse las consternaciones; que muchas ha de haberle provocado tal cosa al pobre autor.

"En mi caso particular, trato de enviar a imprenta el libro lo mejor compuesto que se pueda. Para que el trabajo editorial no sea mínimo, pero sí conlleve la menor manipulación del texto tecleado. Es la garantía que me permite culparme de las erratas y salvar la amistad con mis editores. Aunque siempre alguna estará al acecho. Y puede llevarnos a la muerte: en una cartelera teatral que tuve en mis menos se anunciaba el estreno de una pieza de Abelardo Estorino no en la sala Hubert de Blanck, sita en Calzada y A, el Vedado, sino en Calzada y K. Los habaneros saben muy bien qué representación pudo haber sido ésa. Para los que no lo saben, aclaro cuán imposible pudo ser que El baile, drama de tan querido autor, haya podido aplaudirse en la famosa funeraria a la que fue "trasladado". A Dios gracias, Estorino sobrevivió a semejante errata mortuoria. Yo también, aunque tal vez, quién sabe si la muerte no sea una errata, en ese libro que dicen, escribe sin cesar, sin parar, y sin correctores, el mismísimo Dios".


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