Un hombre sólido
Mario Parajón no dejó de decir lo que pensaba y nunca cedió en su libertad por miedo, ni por motivos económicos, a pesar de las presiones.
Acabo de leer las palabras de Manuel Díaz Martínez sobre papá y quisiera agradecerle que hable de lo que yo quisiera contar sobre él, y así me haya animado a hacerlo.
Tengo dentro de mí, más adentro que los recuerdos, largas horas de conversación con él, plagadas de experiencias, de reflexiones, y de humor. Era un erudito, manejaba los pasajes de las novelas, las ideas filosóficas, sociales, políticas, psicológicas, la historia de la humanidad, las vidas de las personas o personajes que le interesaban… Era como si estuviera, constantemente, preguntándose y respondiéndose sobre aquello que consideraba importante. Y era un gigante de la oratoria, un maestro.
Pero siempre me pareció que todo ello no le servía para su vida o para sí mismo, pienso que no aprendía para ser más feliz, aprendía por el placer de aprender y contaba por el placer de contar. Y reflexionaba y leía y escribía no por un deseo de hacer, sino como una forma de estar (¡y tantas veces no sabíamos dónde estaba!)… y de ser. Esa manera suya, nos proporcionó silencio, intimidad, vida interior, sabiduría y serenidad en nuestra infancia, y, también, la fascinación por las historias, por su risa abierta y su conversación animada, por sus sorprendentes intuiciones, por la lectura.
Yo no compartía muchas de sus ideas, ni tampoco muchos de sus intereses, pero le agradezco profundamente algo que no se si sabré expresar porque las palabras se me quedan cortas.
Lo que más me ha acompañado de él, lo que más me ha ayudado a lo largo de los años ha sido una confianza absoluta en la solidez de sus valores, los suyos, que probablemente no coincidan con el listado completo, no lo sé. De lo que estoy segura es de que nos enseñó, o al menos intentó enseñarnos, a pensar por nosotras mismas y a expresarnos en libertad, con resultados variados, más o menos afines a sus propias ideas… Costaba disentir, porque era demasiado inteligente, y demasiado seductor como interlocutor, pero debió de hacerlo bien, porque las dos, Tere y yo, disentíamos con frecuencia.
La fidelidad a sus principios
Sé que siempre fue valiente para decir lo que pensaba. Hay que vivir en Cuba o proceder de allá para entender bien lo que eso quiere decir. Lo hacía con la serenidad y el talante de un hombre sólido que hablaba tras el estudio y la reflexión. Practicaba la democracia, lo que le permitía conversar con mis abuelos comunistas como un hijo, con todo el cariño, con toda la comprensión, con todo el respeto por ellos como personas y con todo el respeto por sus ideas. Siempre cuidó de no perjudicarlos. Pero todos los fuertes vínculos familiares y afectivos nunca lo desviaron en sus decisiones, no dejó de decir lo que pensaba y nunca cedió en su libertad por miedo, ni por motivos económicos, ni por obtener poder, a pesar de las presiones. Presiones que llegaban de dentro o de fuera de Cuba.
Últimamente, antes de enfermar en mayo, hablábamos de un artículo que publicó meses después del triunfo de la revolución. Se titula Antígona. A través de la tragedia griega se proponía reflejar cómo las luchas fraticidas por el poder pueden destruir los valores de un pueblo; cómo un fin, como es dirigir un país, no justifica los medios, que todos conocemos en el caso de Cuba. Mi madre me contaba que al publicarse este artículo, le llegó a papá un recado de Fidel Castro: "dile a Parajoncito que está muy jodedorcito". Terminó recluido en casa, donde seguía pensando, escribiendo sin publicar, y hablando con los amigos, hasta que nos exiliamos en España.
Quizás sea ahora un buen momento para reflexionar sobre ello, han pasado muchos años. Él no era un político, no luchaba por ninguna causa, pero nos metió dentro la semilla de la libertad, el sentido de la democracia y el respeto por valores que están más allá de las ideas o los sistemas de gobierno del tipo que sean. Quisiera trasmitirlo. Supongo que es posible aniquilar mucho de lo que el ser humano lleva dentro a través del ejercicio del miedo. Se destruyen proyectos vitales, se separan familias, amistades, afectos, se traiciona, se atenta contra la dignidad y la libertad.
A mí me ayuda pensar, saber, que no pudieron matarle a mi padre la fidelidad a sus principios. Pienso que si queda una esperanza de futura democracia para Cuba está en la constancia de estos valores en la mente y en el alma de los cubanos, porque para mí son como un suelo, una roca, que quisiera regalar, de su parte, por haber tenido el privilegio de escucharle y de estar cerca de él.
© cubaencuentro.com