Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Un receptor y emisor oblicuo

Respuesta al artículo 'Un puente de silencio', publicado en 'Encuentro en la Red' por Antonio José Ponte.

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Acaso por esa rigidez de pensamiento, nos concebía a los jóvenes escritores que hacíamos El Caimán Barbudo como sometidos a un juramento "militar o de partido". Estoy seguro de que Ponte, en sus tiempos de estudiante de tecnología, vio demasiadas películas soviéticas de los años cuarenta.

Ponte es hombre de un manejo autoritario de las opiniones de los demás, porque las presenta no como han sido dichas sino como él cree que deben ser leídas. Me acusa de desorientado, pero si no hubiera leído oblicuamente se habría percatado como yo, de que Pío Serrano estaba citando a José Mario en la imprecisa referencia de Isabel Alfonso (y no Díaz, como en dos ocasiones la llama el descuidado Ponte), porque era José Mario quien podía hacer esa tajante definición en primera persona de los propósitos de la editorial que dirigía, y no Pío, quien a lo sumo tuvo que haber sido un colaborador muy al margen, como sabemos los que conocimos de primera mano El Puente, en el lustro de su actividad.

Ponte deriva, con su "oblicuidad", todo un cúmulo de temores del testimonio que Nancy Morejón daba hace cuatro años en una revista: teme ser castigada, teme que no la dejen hablar, teme que la cuestionen políticamente, tiene el miedo dentro de sí, porque —es la moraleja ponteana— no se puede permanecer en Cuba sin sentir miedo. Y si no te hacen mal, tienes que tener miedo de que te lo puedan hacer. Pero no creo que Nancy, quien relataba con toda sinceridad los males que sufrió, no se sepa por encima de sus envenenadores.

'Conducta impropia'

Su mentalidad oblicua lo conduce a deducir que cuando yo hablo de Delfín Prats, en realidad estoy hablando de José Mario, y no es que no mencione Conducta impropia (el documental de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal) sobre la represión a los homosexuales en Cuba, sino "que me cuido muy bien de mencionarlo", cuando en verdad me parece que la denuncia que ese filme formula llegó muy tarde: cuando esa represión había cesado desde tiempo atrás. Ya entonces su propósito no era denunciar una represión que no existía, sino sumar un argumento más contra la revolución cubana, así fuera anacrónico. Porque del cese de esa discriminación, de ese maltrato, no se daba cuenta en la cinta.

Conducta impropia no fue realmente un testimonio contra las UMAP, que mi oblicuo crítico quiere comparar con Auschwitz o Buchenwald o acaso con algún campo de la cruda Siberia, donde Stalin mandó a morir al poeta Osip Mandelstamm.

Las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) eran campos de trabajo agrícola sostenidos por la absurda convicción de que el homosexualismo era una "enfermedad" que podía "curarse" con el trabajo físico.

Los que allí trabajaban eran reclutados por la ley del Servicio Militar Obligatorio, tenían régimen militar y recibían un "pase" como los soldados. Que no fueran los "campos de concentración" que Ponte quiere presentar, claro que no les quita el carácter represivo que tuvieron, pero para rendirle un mínimo de honor a la verdad, haría falta que Ponte les desinstalara a los campos la alambrada electrificada o la cámara de gas que sugiere con las expresiones "campos de concentración" e "internados".