Actualizado: 25/04/2024 19:17
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CON OJOS DE LECTOR

…un viejo enterrador de la comarca (II)

Tomás Gutiérrez Alea concibió una película muy divertida, en la que, sin embargo, no renuncia a recrear satíricamente aspectos de la realidad circundante.

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La muerte desde una óptica desacralizadora y ligera

Por otro lado y como comentó Gutiérrez Alea en una entrevista, en el filme hay un tratamiento de la muerte que no es muy usual entre los cubanos (el realizador lo retomará veintinueve años después en Guantanamera). Como él precisó, sus compatriotas siguen más la tradición española proveniente de la Edad Media, y que se basa en una visión sombría e imponente de la muerte y en un temor supersticioso. En la película, por el contrario, aparece vista desde una óptica más ligera y desacralizadora. A lo largo de la misma hallamos numerosos ejemplos que lo ilustran. A la entrada de la oficina del cementerio se ve sentado un hombre famélico y de aspecto siniestro, que sostiene en sus manos una guadaña. Detrás de él, un cartel anuncia las metas de entierros y exhumaciones a cumplir. Dentro de la oficina, los empleados cuelgan una banderola para saludar el Día de los Difuntos. Y cuando un empleado de la funeraria está prendiendo una vela al lado del ataúd con el cadáver del inventor, un niño empieza a cantar el Happy Birthday.

Una secuencia particularmente hilarante es la pelea entre los chóferes del carro fúnebre y los burócratas del cementerio, que se va generalizando hasta adquirir proporciones tumultuarias (en la misma tomaron parte cerca de mil extras, lo cual significó una verdadera superproducción para la cinematografía cubana). Entre las situaciones que allí se incluyen, menciono una: ante aquel insólito espectáculo, la banda que acompañaba un cortejo deja de tocar la marcha fúnebre y pasa a ejecutar un conocido himno deportivo. En otras ocasiones, en cambio, la comicidad se sustenta en el diálogo. Durante la escena en que Juanchín va de noche al cementerio para recuperar el carné laboral del tío con la ayuda de unos gamberros, los ruidos que hacen atraen la atención del guardia de seguridad. Mientras camina hacia ellos entre las tumbas y nichos, pregunta: "¿Quién vive?". Y cuando las gestiones para obtener el certificado de exhumación parecen no tener fin, el comentario de Juanchín es: "¡Ay, mi madre, esto es la muerte!". Gutiérrez Alea hace con la muerte lo mismo que Severo Sarduy en sus Epitafios, o que los autores de piezas de la música popular cubana como Sobre una tumba una rumba, Espíritu burlón o El muerto se fue de rumba: le resta trascendencia, pero tal como, según Octavio Paz, hacen los mexicanos, no la elimina de la vida cotidiana, sino que por el contrario la frecuenta, la burla, la festeja, la contempla con impaciencia, desdén o ironía.

La muerte de un burócrata fue el primer título importante de la filmografía de Tomás Gutiérrez Alea, que a partir de entonces conoció una trayectoria ascendente y que después alcanzó sus cotas artísticas más elevadas con Memorias del subdesarrollo, La última cena, Hasta cierto punto y Fresa y chocolate. Pese al bajo presupuesto con que se realizó, posee un alto nivel profesional y técnico, lo cual se pone de manifiesto en su atinado sentido del ritmo, su medida exacta de las secuencias, su ajustado metraje. Desde el punto de vista narrativo, la historia está bien contada, sin caer en digresiones, y mantiene la agilidad esencial en toda comedia que se precie de serlo. Cuenta asimismo con unas estupendas y eficaces interpretaciones en los personajes protagónicos de Salvador Wood, Silvia Planas y Manuel Estanillo. Muy lograda y coherente con la estética del filme es también la música compuesta por Leo Brouwer, quien después colaborará con Gutiérrez Alea en otros cinco títulos.

Un último detalle a destacar son los imaginativos créditos. Están presentados como si se tratara de un memorándum, con sus resoluciones, sus por cuantos y sus sellos estampados. Mientras aparecen en la pantalla, son acompañados por el sonido de una máquina de escribir, que se alterna con una marcha fúnebre. En el único fragmento del guión que se publicó, esto aparece bien expuesto: "Los créditos serán en forma de resolución con abundantes por cuantos y un por tanto y firmas y cuños (imprimatur, Nihil obsta, etc.) // A través de esa fórmula se explicará cuál es el título de la película, cuáles son las personas que intervienen en su realización y se expondrán las razones por las que se filma esta película: que es una fantasía y que no tiene nada que ver con la realidad, ya que en este país no hay burocracia; que si la hubiera podrían suceder cosas como éstas y que cualquier semejanza con personas vivas o muertas o con acontecimientos reales es pura coincidencia. // Durante toda esta presentación se escucharán sonidos producidos por máquinas de escribir, máquinas de sumar, golpeteo de cuños, y otros ruidos característicos de una oficina. Pero estos ruidos serán tratados como música concreta, utilizando todos los recursos que esta práctica ha aportado, para ir creando un crescendo que culminará con el ruido inconfundible cuando se hala la cadena de un inodoro".

Cuatro décadas después de haberse estrenado, La muerte de un burócrata demuestra que ha resistido muy bien el paso del tiempo. Conserva su lozanía como un ejemplo de cine inteligente, diáfano y fresco, que logra hacer crítica y sátira social sin caer en el didactismo ni el panfleto.


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