Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Artes Plásticas

Una migaja de reconocimiento

El Premio Nacional de Artes Plásticas 2006 ha sido para Pedro Pablo Oliva, a quien se escatimó tantas veces esta distinción por resultar incómodo a la ideología oficial.

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Llama la atención el absolutismo desde el que se instrumenta el premio, al operar con criterios tan desacertados para el ejercicio axiológico como pueden ser la definición de "mejores artistas" y, por demás, el hecho de afianzar —con la legitimación excluyente— una historiografía del arte cubano contemporáneo empeñada en la escritura circunscrita a la plaza sitiada que constituye la frontera física insular.

No obstante, a pesar de la sospecha que no puede sustraerse al hecho de que este reconocimiento ocurra en el momento de expectación que está viviendo Cuba en términos políticos, y a las lecturas subversivas y subliminales de esta reivindicación prorrogada, sirve este pretexto para unirse a un júbilo, no por el premio ocasional, sino por la celebración de una obra que desde la década del setenta del pasado siglo se ha manifestado como una de las representaciones más genuinas de esa generación de creadores cubanos.

Recordemos que frente a la militancia estereotipada de la identidad campesina —común en buena parte de la producción pictórica de los años setenta—, la obra de Pedro Pablo Oliva, con su figuración chagaliana y la carga onírica de representaciones subjetivas que reconstruyen el imaginario lúcido y variopinto del contexto rural, se ha mantenido como señal de una estética particular que ha sentado escuela. Escarbando en las pasiones humanas y desvelando tanto la poesía de la conducta sencilla y noble del hombre, así como las conductas virulentas y macabras.

Se trata, además, de un artista que ha compensado la tiranía del mercado con el auspicio y patrocinio de proyectos sociales puestos al servicio del público especializado de la provincia de Pinar del Río, con la apertura de su Casa Taller como biblioteca y centro propicio a una movida intelectual que fomenta el acceso a información y acciones culturales alternativas, y el apoyo a la programación del Museo de Arte de Pinar del Río (MAPRI).

Por demás, este artífice de la imaginación lleva su ética creativa hasta el punto de no renunciar a la condición periférica de su natal Pinar del Río, viviendo allí y desplegando una labor que sin duda ha convertido esa ciudad, después de la capital, en una de las más dinámicas dentro de la Isla. Posiblemente, un arte que brota de forma natural del ambiente de una pequeña ciudad, de la gente de pueblo, las circunstancias coloquiales que provoca el trasiego por sus calles, el verbo disparatado e incontenible de la gente modesta y popular, no puede renunciar a habitar ese espacio y dejar continuo testimonio de la emoción que provoca esa lírica de lo cotidiano que parece una fábula.

Por esas y otras muchas razones, un premio de artes plásticas es apenas una migaja de reconocimiento de lo que un artista como Pedro Pablo Oliva merece, máxime cuando se trata de un galardón escatimado tantas veces. Entonces, la alegría no debe enturbiar la memoria y mucho menos permitir que se vuelva a escribir una historia sobre los acontecimientos en Cuba que tenga por norma la falacia. Tantos años de prácticas institucionales arbitrarias nos han entrenado en la desconfianza y la sospecha. "Más vale tarde que nunca" es un refrán que se aparta de la real voluntad de los gestores políticos de la cultura cubana, por eso "a buen entendedor, pocas palabras bastan", y en la sabiduría y elocuencia de la oralidad popular se dirimen los entuertos.


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