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Una misa sin la voz del difunto

Tomás Fernández Robaina mezcla testimonio y ficción en el primer libro dedicado a la figura de Reinaldo Arenas que se publica en Cuba

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La salida de Misa para un ángel (Ediciones Unión, Ciudad de La Habana, 2010), recibió una inusual atención mediática. La noticia incluso mereció espacio en algunos diarios extranjeros, algo que no suele ocurrir con la salida de una obra literaria. La razón hay que buscarla precisamente en el detalle que más se ha resaltado: se trata del primer libro que se publica en la Isla dedicado a la figura de Reinaldo Arenas, quien además de ser uno de los mayores talentos de la narrativa cubana, se distinguió por la definida y radical postura anticastrista que mantuvo hasta el final de sus días. Con el paso de los meses, la noticia no ha dado paso a la reseña o al análisis de la obra. Poco o nada se ha escrito sobre ella y el libro continúa despertando sobre todo curiosidad. Ha llegado el momento de destacar lo que hay de valor y lo que de hojarasca en esta obra.

“¿Qué debo hacer para dominar esta pasión, esta locura? ¿Me ayudará la visita a un médico, a un espiritista, a un santero, o a un babalao? No sé qué hacer, pero mientras tanto, con fiebre, alucinaciones o lo que sea, continuaré escribiendo y preparándote la misa, a pesar de todos los que me llaman y quieren persuadirme para que no la organice. De todos modos la haré, más pronto de lo que todos se imaginan (…) Yo aquí, siempre pensando en cómo hablar contigo, y no logro materializar la misa en la cual quiero que bajes y hables. Mientras tanto divago, sueño, garabateo cuartillas, como si fuera mi forma de rezar, de pedir a todos los poderes conocidos y por conocer que se logre mi deseo. Necesito no solo todo lo que quiero saber de ti, sino que me aconsejes, ahora más que nunca, porque estoy perdido, ¿me estaré volviendo loco? ¿No es locura este deseo de hacerte confesar, o más que confesar, corroborar por ti mismo todas esas leyendas que se cuentan de ti? No quiero desmentir algunas, no las quiero hacer yo, pues no me creerían, y qué sentido tiene si tú no me puedes apoyar para que todo el mundo me crea”.

El fragmento anterior da una idea de la premisa de la cual Tomás Fernández Robaina (La Habana, 1941) partió para escribir Misa para un ángel. En el libro, un amigo de Reinaldo Arenas, a quien este se le aparece en sueños, quiere hablar con él y decide hacerlo a través de una misa espiritual. Desea conocer cómo fue su vida, corroborar si todo lo que hoy se cuenta sobre él es cierto. No escucha a quienes tratan de disuadirlo, argumentando que lo que en realidad el finado merece es, por el contrario, un ritual que lo envíe definitivamente a las profundidades del infierno.

“Si en vida fuiste capaz de meternos a todos, amigos y enemigos, en un mismo saco, no son pocos los que aseguran que si logras manifestarte plenamente desde esa otra dimensión con tu talento, con tus virtudes, maquiavelismo y bajezas humanas, ninguno de los que mencionaste —incluido yo— tendremos en adelante un minuto de paz y sosiego, ya que tu poder se limitaría a las palabras, ¿comprendes el porqué tanta gente está en contra de que yo te haga una misa?”.

Para armar su libro, Fernández Robaina empleó materiales muy heterogéneos, procedentes de fuentes diversas. Por un lado incluye páginas en las cuales desgrana sus recuerdos y evoca a Arenas. Muchas corresponden a las vivencias que compartió con él cuando residía en la Isla. Otras se remiten a hechos que tienen que ver con el escritor, pero que ocurrieron cuando ya había muerto. Por ejemplo, las reacciones de los amigos a quienes Arenas ridiculizó y transformó en personajes delirantes en sus novelas. O la fuerte impresión que produjo al narrador de Misa para un ángel la versión cinematográfica de Antes que anochezca, que si bien no satisfizo sus expectativas, de todos modos logra que Arenas ande de nuevo entre los que le conocieron. O, en fin, la tristeza por no haberlo encontrado “en ese Manhattan en donde alguna gente te recuerda tanto, y ahora te recordarán más”.

En esa vertiente, digámoslo así, testimonial, Fernández Robaina incorpora además fragmentos de cartas y correos electrónicos, así como artículos de Gina Montaner y Daniel Fernández aparecidos originalmente en el diario El Nuevo Herald, de Miami. Asimismo incluye entrevistas a la madre, la viuda y un tío de Arenas (esta última está tomada del documental de Manuel Zayas Seres extravagantes). También aparece otra realizada al dentista Aurelio Acosta, a quien Arenas canonizó como Santa Marica en una de sus novelas. A esos textos se suman, por otro lado, algunos testimonios ficcionales, un oxímoron que aquí resulta necesario.

Reinaldo García Ramos, Reinaldo Arenas y Roberto Valero, durante la presentación de la Revista Mariel en Nueva York, en junio de 1983Foto

Reinaldo García Ramos, Reinaldo Arenas y Roberto Valero, durante la presentación de la Revista Mariel en Nueva York, en junio de 1983.

Está, en primer lugar, la “versión de una conversación telefónica imaginada” con la pintora Clara Mortera (así es como aparece nombrada Clara Morera en Antes que anochezca). Fernández Robaina recoge también el incidente de la fuga de Arenas, cuando dos policías fueron a buscarlo a la casa de su tía. Lo hace a través de la declaración que da uno de los agentes. En los capítulos titulados “Habla el desaparecido” y “Habla el asesino” parece ser que hace algo similar, esto es, recrear un hecho real de la vida de Arenas. Pero quien redacta estas líneas debe confesar que no entendió de cuál se trata, pues no se precisa con claridad. Está además el “relato de una cartomántica que dice le tiró el tarot a Reinaldo”. Hay, por último, un texto sobre las UMAP, que al final se dice es un “manuscrito encontrado en la Biblioteca Pública de Nueva York dentro de un libro valioso del siglo XIX, que perteneció a un hombre que fue encontrado muerto sentado en uno de los bancos junto a la Estatua de José Martí en el Parque Central de esa ciudad”.

Misa para un ángel se mueve, por tanto, entre el relato de ficción y el testimonio. Otros escritores han combinado esos dos géneros. Antes que anochezca, del propio Arenas, participa de la mezcla de realidad y ficción. Es algo que está presente en toda su producción narrativa, y en ese sentido su autobiografía vino a confirmar el carácter raigalmente autobiográfico de toda su obra. Una obra valiosa tanto por lo que aporta en el plano documental como por las cualidades estéticas de la escritura. Vale la pena preguntarse si Misa para un ángel cumple satisfactoriamente ambos requisitos.

Como testimonio, el libro de Fernández Robaina no se esfuerza en aportar mucho a los textos ya existentes. Por ejemplo, y para citar algunos, a A la sombra del mar. Jornadas cubanas con Reinaldo Arenas, de Juan Abreu, y Un Cubain Libre, Reinaldo Arenas, de Liliane Hasson. Misa para un ángel incluye, sí, recuerdos, anécdotas, pero de escaso valor documental y sin precisiones de fechas y lugares. El libro está, además, muy hipotecado a la autobiografía de Arenas, al volver y repetir parte de lo que allí se cuenta. Si Fernández Robaina lo hubiese hecho para ofrecer otra visión o hacer matizaciones, se habría justificado. Pero, a lo sumo, se limita a incluir pasajes como este: “¿Realmente reescribiste tantas veces El mar, siempre el mar? Me decías con frecuencia que tu tía te robaba cosas del cuarto y que te botaba páginas de tus creaciones. Estabas convencido de que era quien lo hacía y me reprochabas que yo dudara de tu palabra. Pero, Reinaldo, reescribirlo tantas veces como dices en tus memorias, no lo recuerdo”. De paso, señalo el descuido de que se refiera indistintamente a esa novela como El mar, otra vez y el mar y Otra vez el mar (el segundo es el título correcto).

Al quererle dar un tratamiento ficcional a ese material, Fernández Robaina lo despoja de la utilidad que pude tener. Eso por no hablar de los capítulos ficticiamente reales como los mencionados antes. Asimismo cae en trivialidades como referirse al “autor de Los mudos por fin tienen ya su lenguaje”, para aludir a Delfín Prats y su poemario Lenguaje de mudos. Hace lo mismo al recordar una anécdota malediciente que Arenas se encargó de divulgar. Tiene como protagonista a un escritor a quien habían sorprendido “disfrutando de la erección fálica de un caballo no domesticado en una de las caballerizas de la Feria Agropecuaria de Rancho Boyeros”. Fernández Robaina lo identifica como el autor de El día de los salvadores, La niña que no se puede maquillar por falta de espejo y El círculo de la discordia, libros inexistentes al menos con esos títulos. Si teme hablar del susodicho con su nombre y sus apellidos auténticos, ¿a qué viene hacerlo de ese modo? Y a fin de cuentas, ¿cuál es el sentido de dedicar espacio a algo tan intrascendente?

Una parte de los capítulos del libro están narrados en segunda persona o bien tienen un narrador explícito: “¿Por qué saltaste por la ventana y corriste por los placeres que dan a la calle 1ra.? ¿Creíste que eran las brujas más malignas de todas las brujas que venían a buscarte disfrazadas de policías? ¿Por qué pensaste que tu tía te había denunciado? ¿Denunciado de qué? ¡Ay, Reinaldo!”. Es ese un recurso que conlleva cierta restricción estilística y que por eso da cierta monotonía al relato. Asimismo a ello se suma que junto a los textos cuya lectura es más interesante, por lo que en ellos se cuenta y por el estilo en que eso se hace, hay otros de carácter poético en los que ese interés decrece. Son los que llevan el título de “Sueño”, cuya inclusión no queda bien justificada.

A la mención de una novela de Arenas con dos títulos diferentes hay que agregar que en similar descuido incurre Fernández Robaina al escribir incorrectamente los nombres de Julian Shnabel (por Schnabel) y Liliana Hansson (por Liliane Hasson). Esa negligencia también se pone de manifiesto en la escritura. Hay así conjugaciones mal empleadas (“Al salir de aquella casa y recorrer las calles, casas, cuadras, aceras, los lugares que tantas veces andamos juntos”), faltas de concordancia (“Tengo muy fresca las palabras en mi mente sobre ese incidente”), preposiciones incorrectas (“Él deseaba que visitara a la Isla”), expresiones perogrullescas (“A veces me sorprende la duda de algunos amigos acerca del invierno habanero. Claro, nunca es, por suerte, como el que conociste allá”), anfibologías (“Tenías que cobrar tu salario para reintegrarme el dinero que me había prestado Tomás González Fuxá con el que te había pagado la fianza”), adjetivos inadecuados (“Nuestro invierno es pequeño”), desorden sintáctico (“Una visión muy crítica políticamente”, “Miro en mi derredor”).

Fernández Robaina demuestra asimismo que tiene poco aprecio por decir las cosas de modo natural y prefiere hacerlo, como decía Cervantes, de redondeada manera. Eso lo lleva a referirse al invierno como “ese aire acondicionado ampliado a toda la ciudad”, al idioma francés como “la lengua de Molière”, a la cercanía de la muerte como “ya la noche más larga había comenzado a tejer sus oscuridades en tu pensamiento”. No me extiendo más, en fin, con los ejemplos, pues lejos de mis intenciones está el propósito de martirizar al hipotético lector de estas líneas. En todo caso, creo que son suficientes para ilustrar lo que quiero decir, acerca de las debilidades e insuficiencias literarias de Misa para un ángel.

Fernández Robaina tuvo la oportunidad de haber escrito un libro de estimable valor documental. Al hecho de haber sido buen amigo de Reinaldo y haberlo tratado durante varios años, se sumaba su experiencia en el género testimonial. Eso lo tiene sobradamente probado en libros como Recuerdos secretos de dos mujeres públicas (1984) y Hablen paleros y santeros (1994). De haberlo encaminado por esa vía, su proyecto pudo haberse materializado en páginas que habrían arrojado luz adicional sobre la etapa habanera del autor de Celestino antes del alba. Pero en lugar de ello, aspiró a hacer literatura, sin tomar en cuenta que es algo que exige obrar de otro modo.

Más allá de los lunares y las limitaciones del libro de Tomás Fernández Robaina, su publicación merece otro comentario. Lo hizo ya Juan Antonio Madrazo Luna en la página web del Comité Ciudadanos por la Integración Racial. Como allí afirma, una misa sin la voz del difunto no tiene gracia alguna. Así será mientras Reinaldo Arenas siga siendo en la Isla un desterrado.


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