Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Viaje al centro de la Tierra

Hay dos fuerzas en pugna: los que quieren sumar y reconocer que existimos y los que quieren borrarnos de un plumazo. Los últimos tienen mucho más poder que los primeros.

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Hacía ocho años que no visitaba La Habana. Sólo la muerte en Madrid de mi hermano Jesús, el reconocido novelista, fundador y director de la revista Encuentro, e impulsor de este sitio Cubaencuentro.com, me hizo volver a la isla en 2002 para visitar a mi hermana.

Antes había estado en Cuba para participar en sendos Festivales de Cine de La Habana; en 1995, presentando la que fue mi primera película censurada por el ICAIC, Melodrama, y en 1998, estrenando Si me Comprendieras. Ambas sólo se visionaron en el entorno del evento habanero y nunca se exhibieron comercialmente en la Isla. En 2006 envié el largometraje Cercanía, filmado en Miami con un reparto de importantes actores cubanos encabezado por Reinaldo Miravalles, y ni siquiera fue incluida en la programación del Festival.

Esta vez visité mi ciudad (porque también es mía) aceptando la invitación de mi buen amigo, el director Fernando Pérez, en el contexto de la Muestra de Nuevos Realizadores, institución que él preside desde el pasado 2009. Durante el evento se exhibirían (y se exhibieron, hay que decirlo) todas mis películas y documentales que han sufrido diversas formas de censura en la Isla. No es poca cosa.

Encontré una Ciudad diferente, en parte, a la que yo conocí. Los agobios cotidianos, que son muchos, continúan presentes, aunque lo nuevo es que las gentes que la habitan están más hartas, aburridas y crispadas, pero, a su vez, la presencia de una compleja maquinaria represiva intenta aparentar que no pasa nada. No obstante, el vapor de la olla de presión social es cada vez más intenso: se escuchan con frecuencia las quejas sobre el mal funcionamiento de los servicios, en general, y las preocupaciones en el terreno de lo político se ventilan con un aire mucho más aciclonado e irreverente que hace unos años.

La Muestra, que va por su novena edición, se caracteriza por exhibir la obra de jóvenes realizadores independientes que plasman sus preocupaciones y sus miradas sobre esa sociedad agotada y urgida de cambios. Esta vez, la expresión mayor de esa inquietud estuvo en el documental Revolution, ganador de los Premios principales del evento, que narra la visión del convulso presente que vive el país, contado y cantado por el dúo de hip hop Los Aldeanos, el mismo al que el cantante colombiano Juanes dedicó, a viva voz, su presentación habanera en noviembre pasado. Fue la forma que encontró para quedar bien consigo mismo, ya que a Los Aldeanos le fue negado cantar en su concierto, en la Plaza de la Revolución.

No quiero pasar por alto la exhibición especial de Chamaco, el más reciente largometraje de Juan Carlos Cremata, una interesante y dura película que refleja, por primera vez en el cine cubano, la presencia de un repugnante policía corrupto, y no es esa su mayor virtud, sino la valentía de enseñar una ciudad, un barrio, un lugar, de una universalidad incuestionable, que la iguala con los espacios más oscuros y sombríos (a pesar de lo que la Revolución se ufana en haberlos erradicado) de cualquier ciudad contemporánea. No hay, ni habrá, Hombre Nuevo.

Me encontré también con viejos amigos y conocidos. En los conocidos intuí, detrás de un amable e indiferente saludo un: “no eres de los nuestros, abandonaste la nave”; y en los amigos el amor de siempre, sin reproches, a pesar de haberlos perdido de vista por dieciséis años (intermitencias aparte).

Aunque para los cubanos de a pie estuve totalmente ausente; en su blog Cine Cubano, la pupila insomne, el respetado crítico e investigador cinematográfico Juan Antonio García Borrero escribió: “Me llamó la atención que (…) apenas trascendiera en los medios la presencia en Cuba de Rolando Díaz…”. Y así fue, quedando en evidencia que hay dos fuerzas en pugna: los que quieren sumar y reconocer que existimos y los que quieren restar e intentan borrarnos de un plumazo. Los últimos, disculpen la obviedad, tienen mucho más poder que los primeros.

Para complicar más las cosas, mi visita y la Muestra coincidieron con la muerte del prisionero de conciencia Orlando Zapata Tamayo, un hombre que sacrificó su vida por un ideal, tras una prolongada huelga de hambre, y esas son palabras mayores, sobre todo para el discurso de un gobierno que ha invertido décadas enfatizando una consigna que, paradójicamente, un disidente fue capaz de poner en práctica: Patria o Muerte.

Incluso la prensa extranjera acreditada se alejó del evento, priorizando en sus informaciones los sucesos relacionados con la muerte de Tamayo, por lo que la planificada entrevista que me haría el periodista Mauricio Vicent para el diario español El País se fue a bolina y me encontré ante una realidad doblemente curiosa: reconocer que estaba, pero no estaba en Cuba.

Atravesado por la mirada de cualquier viandante, moviéndome entre boteros y rostros conocidos pasé mis días en la ciudad. Paseé por la calle donde nací, en el popular y “marginal” barrio de Luyanó, muy destruido, por cierto. Refresqué mi Habana Vieja mirando lo bonito y lo feísimo, que es mucho más, y asistiendo a las proyecciones de mis películas siempre con demasiadas butacas vacías a pesar de que mis historias hablan de los cubanos de los barrios. Cubanos que apenas asistieron porque ni se enteraron.

Los asistentes a las funciones fueron familiares, amigos y cinéfilos que obtuvieron la información por los esfuerzos divulgativos de la Muestra. También noté la presencia de “desconocidos” (no puedo asegurar que hayan sido “agentes encubiertos”, aunque se presentían por todas partes e impidieron, en este caso sí explícitamente, la entrada de blogueros opositores pacíficos en la exhibición de Revolution). Así, se llenaba la mitad de la sala; a veces más, a veces menos.

Pude, entonces, escuchar aplausos por Cercanía, y sin valorar calidades, incluso algún grito de ¡Bravo! en el mismísimo cine Chaplin. Al menos, unos pocos cientos de cubanos pudieron ver una inesperada ciudad de Miami, y volverse a encontrar con Miravalles, que visitó La Habana para la ocasión y continúa estando como en sus mejores años.

También pude volver a ver una copia, por cierto, bastante mala (ojalá el original de la película no desaparezca), de Melodrama, en el emblemático 23 y 12, y “presentar” a actores de la talla y la significación para la cultura nacional de Rosendo Rosell, Manolo Coego y otras figuras que abandonaron el país desde la década de 1960 hasta los primeros años de este siglo, en el documental Actrices, Actores, Exilio… donde los entrevistados, quince intérpretes, exponen sus criterios del porqué se marcharon de Cuba.

Tuve, además, la oportunidad de dialogar abiertamente con un reducido grupo de jóvenes cineastas, muy rebeldes, por cierto, después de una proyección especial del censurado documental Si Me Comprendieras, en la Sala Titón, en el propio quinto piso del edificio ICAIC. Del lobo, un pelo.

Pero los censores se siguen saliendo con la suya. El valor simbólico de la invitación es alto, muy alto, aunque, como le confesé a la joven periodista Elizabeth Mirabal, que me entrevistó para Bisiesto, el Boletín de la Muestra, si soy bobo, soy de los de Abela (no es textual) y no cejaré en mi esfuerzo por colaborar, siempre que existan espacios y personas del valor de los organizadores de la Muestra, para que todas las películas hechas por cubanos, o no, que traten sobre la realidad del país y que hayan sido censuradas, vean alguna vez la luz, y una luz intensa, que no se apague o se restrinja al Chaplin, sino que ilumine las pantallas de las maltrechas salas de cine que quedan en toda la Isla.


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