Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Viviendo en una nube

El documental 'El telón de Azúcar', de Camila Guzmán, es la crónica de una generación antes adoctrinada y hoy desengañada.

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Lo primero que sorprende del documental El telón de azúcar, de Camila Guzmán, chilena de nacimiento y cubana de corazón, es el elevadísimo nivel de implicación sentimental con que abordó esta, su ópera prima.

La documentalista se involucra en la historia objeto de su interés, e incluso con los propios testimoniantes, evidencia de lo cual es la secuencia que graba junto a su madre, en la cual, utilizando un espejo, la realizadora consigue incluirse también en el plano, compartiendo entre ambas la pena ya no sólo por haber emigrado de Chile, sino sobre todo por la pérdida del "paraíso cubano".

El punto de partida de esta obra, según la propia autora, fue "rescatar el sueño, rescatar la infancia y la adolescencia, partiendo de un punto de vista intimista y subjetivo". En esencia, el documental es un vibrante ejercicio de nostalgia, de añoranza por la "década dorada del socialismo cubano".

En los ochenta, la calidad de vida en Cuba, tanto el consumo social como individual, lograron contentar a la población al tener cubiertas algunas necesidades básicas, haciéndole creer falsamente que el socialismo, a la vez que perseguía la elevación de la conciencia y de los valores humanos, podía además lograr una satisfactoria realización material de las personas.

Realmente el país vivió en aquellos años muy por encima de sus posibilidades objetivas de generación de riqueza, siendo ésta aportada, en enorme medida, por el voluminoso y multilateral subsidio soviético.

Sin embargo, la realizadora no se planteó en ningún momento entrevistar a políticos o académicos que ofrecieran una interpretación objetiva y rigurosa de las razones de tipo económico y político que determinaron, primero, aquella Jauja, y luego el doloroso derrumbe que dio lugar a la crisis estructural y la descomposición moral que padece la sociedad cubana.

Su objetivo se orientó a entrevistar a amigos, compañeros de infancia y juventud, así como a jóvenes de su generación, como los integrantes de Habana Abierta —reforzando así la carga intimista y vivencial— para que evocaran junto a ella aquellos dulces y promisorios años de "bonanza económica y armonía social" en que "el dinero no tenía valor y no había desempleo ni religión".

Nostalgia e incertidumbre

En el documental, las nostálgicas remembranzas de aquel pasado "feliz", en una "sociedad nueva y más justa", presidida por ideales en la que nadie hablaba de dinero, donde existía el pleno empleo y que se empeñaba en la construcción del hombre nuevo preconizado por Guevara, se truecan en frustración e incertidumbre cuando los amigos y amigas de infancia y juventud de Camila se refieren a las durísimas condiciones que súbitamente tuvieron que afrontar a partir de la desaparición del campo socialista y la disolución de la Unión Soviética.

Tres de estos jóvenes expresan elocuentemente el espejismo; la gran burbuja en la que vivía el país. Uno de ellos es el vocalista de Habana Abierta, Boris Larramendi, quien afirma: "cambiamos política por petróleo y, al dejar de cotizar la política, se jodió todo".

Otra de las entrevistadas, de manera muy reflexiva y certera, expresa que "todo ha cambiado: la gente, la sociedad, la forma de ganarse el dinero. Se dependía completamente de la Unión Soviética, sin embargo ahora no hay un sistema definido, pues lo que parece es un capitalismo dirigido por Fidel".

Una más de las amigas de Camila, con la mirada cargada de escepticismo y decepción, se refiere a la crudeza del período especial y el fuerte impacto que ha tenido en las economías domésticas y en la familia, cuando dice: "Aprendimos a bañarnos sin jabón, a desayunar sin leche, a cocinar sin grasa, a hacer croquetas sin empanizar. ¿Nos acostumbramos, o nos resignamos?".

La misma Camila admite que se quedó "con un recuerdo idílico de algo que quizás nunca fue", mientras discurre la imagen de un camión repleto de banderitas cubanas de papel que la gente bota luego del final de un acto político. En resumen, este documental enfoca los alegres años ochenta desde la óptica muy personal de la realizadora, que, de hecho, forma parte del elenco de jóvenes que ofrecen su testimonio, tanto por su narración "en off" como, sobre todo, su implicación emocional a lo largo del discurso cinematográfico.

El telón de azúcar es la crónica desilusionante de una generación de cubanos que llegaron a creer en los valores en que fueron sistemáticamente adoctrinados, pero que hoy se sienten profundamente desengañados, frustrados; sobre todo los que aún viven en la Isla y tienen que encarar las graves penurias y carencias, entre ellas la peor de todas: la falta de libertad.


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