Vivir para la música
Tras la muerte de Helio Orovio, investigador infatigable, escritor certero y ameno.
Debe haber sido en 1982, que buscaba, sin muchas esperanzas, en una librería de Barranquilla (Colombia) libros sobre música cubana, y de pronto topé con uno de cubierta azul, titulado Diccionario de la Música Cubana. Por supuesto, comencé a devorarlo inmediatamente, con una mezcla de admiración por su contenido, y de tristeza por la exclusión casi total de los intérpretes cubanos en el extranjero.
Escribí una crítica del trabajo, señalando que, con todo y esta objeción, era un libro esencial sobre la música cubana, posiblemente el más importante en ese momento, después de La música en Cuba, de Alejo Carpentier, de la década de los años cuarenta. En América, no se había hecho nada parecido, en formato de diccionario, por ningún otro país.
A fines de esa década, conocí a Helio en Ciudad México, en un encuentro sobre música. Por supuesto, conocerlo fue quererlo. No podía ser de otra manera, porque desarmaba con su calidez humana, su sencillez, su cubanía, su optimismo. En una emisora, en forma inexplicable, Helio se cayó fracturándose la mandíbula. Cuando le visité en el hospital, comentándole que en ese estado no podría acudir a otro espacio radial al que estábamos invitados, en forma casi ininteligible me dijo que él esperaba estar listo para la siguiente mañana…
En esos días hablamos extensamente. Yo absorbía la información que me brindaba del acontecer musical cubano. Me explicó lo sucedido con el libro y su censura, en la que no tuvo nada que ver, ni alternativa, y que, a fin de cuentas, esto sirvió como reclamo para incentivar el interés por el mismo, cuya edición pronto se agotó. Como bien se dice en uno de los excelentes artículos publicados ahora por su muerte, fue ampliamente criticado por aquellos que, a su vez, usaban el tesoro de información contenido en él.
Como era inminente una segunda edición, le prometí información sobre figuras musicales cubanas en el exilio, que no le era fácil conseguir. Creo que se las di en otro encuentro en Colombia. Al salir la nueva edición, en 1992, noté que no había usado alguna de las fichas suministradas. Escribí otra crónica, señalando esto, pero haciendo la salvedad de las importantes adiciones que había hecho.
Al poco tiempo, coincidí con Helio en otro festival, en esta ocasión en Mérida (Venezuela). Pensé que estaría molesto por la crítica, pero al verme me recibió con una cálida sonrisa y un apretado abrazo. Así era Helio. Me explicó que le avisaron súbitamente de esta nueva edición, y que no le dieron tiempo para terminar de añadir todo el material que tenía.
Leyenda de sí mismo
Tenía la rara virtud de saber reírse de sus errores y dificultades, pero no voy a hacer su retrato físico ni el bosquejo de su talante espiritual, tan bien logrado por Sigfredo Ariel, su hermano de sueños y vigilias, en su reciente artículo Helio Orovio, la tertulia continúa.
Como no mencionaba sus logros en otras áreas, fue por amigos mutuos que conocí de sus hermosos poemarios: Este amor, Contra la luna, El huracán y la palma y La cuerda entre los dedos, o de su trabajo en la selección y prólogo de la obra Órbita deJosé Zacarías Tallet. Y más importante aún: su biografía de Italo Calvino, publicada en el año 2000, una importante figura de la narrativa europea contemporánea, que había nacido y pasado parte de su juventud en Cuba, precisamente en el terruño de Helio, su querido Santiago de las Vegas, donde vivió toda su vida, porque Helio fue un habanero santiago-veguero.
Coincidimos otras veces en Miami, La Habana —en esta última en una tertulia también con Leonardo Acosta, que era como escuchar un dúo de titanes—, y aquí en Puerto Rico, donde se le quería entrañablemente, donde cautivó al público con sus amenas conferencias y se le esperaba con su obra inédita, Daniel Santos en La Habana, tan pronto la misma fuese editada .
Deja también a su muerte, preparada y lista para una segunda edición, su importante antología Trescientos boleros de oro. La publicación inmediata de estas obras, y posiblemente de otras, como una antología de sus poemarios y una selección de sus artículos sueltos, sería el mejor tributo.
Hace pocos años, dedicaba gran parte de sus esfuerzos a reciclar el Conjunto Jóvenes del Cayo, del que había formado parte en su juventud, y los amigos lo molestábamos, diciéndole que debía dedicar mejor su tiempo a escribir e investigar sobre la música. Recuerdo haberle dicho que si navegaba en Google, podía encontrar más de 9.000 menciones a su obra literaria, pero ninguna a su trabajo como bongosero de los Jóvenes del Cayo. Helio se reía, y es que su compromiso con la música era total.
Investigador infatigable, escritor certero y ameno, conversador amenísimo y agudo, que se fue convirtiendo en leyenda de sí mismo, había que escucharle contar su amistad íntima con el famoso "Caballero de París", figura ya institucional de la historiografía cubana, y su presencia en el velorio del famoso Caballero, como el casi único asistente.
De hecho, si tiene algún mensaje pendiente con Helio, y quiere enviárselo, y está o pasa por La Habana, dígaselo al oído a la estatua del famoso Caballero, que está a la entrada de la Iglesia de San Francisco, en la plaza del mismo nombre en la Habana Vieja. Seguramente, el caballeroso hidalgo se lo hará llegar.
Hay mucha gente que vive de la música cubana, trabajándola, como intérpretes, compositores, críticos, investigadores, y otras formas, y esto es muy encomiable; pero hay unos pocos que viven para la música cubana, dedicados a ella como a un sacerdocio. Y esto es sublime. Y Helio era uno de ellos.
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