Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Necrofilia

El difícil caso de la literatura policíaca cubana, visto a través del escritor Leonardo Padura y de su alter ego, el detective Mario Conde.

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Esa transformación paulatina —ya en Máscaras es un oficial en desgracia— lo lleva inevitablemente a dejar de ser policía: la negación de su oficio, de lo que sabe hacer mejor, es también una renuncia a la definición mejor de su vida, lo que inevitablemente lo lleva a tener que enfrentar a sus demonios literarios.

Sórdido y escuálido. Entre estas dos palabras, con algunos significados similares pero no idénticas, se mueve la literatura de Padura. Si la sordidez define el mundo de Hammett, en Salinger la escualidez tiene un carácter existencial que forma parte de un mundo corrupto, donde los que buscan la exactitud y honestidad son presa de una tensión insoportable, cuya única salida es el silencio o la muerte. Un mundo escuálido donde se sacrifica el amor.

La dimensión filosófica de este concepto en Salinger tiene su definición en el budismo zen y se manifiesta en su libro de relatos Nueve Cuentos, al que pertenece el título citado. La neblina del ayer nos presenta un mundo sórdido en que su protagonista lucha por encontrar un amor que lo salve de la escualidez.

Ella cantaba boleros

Luego de dimitir del cuerpo, Conde se dedica a la compra y venta de libros. Singular oficio para un ex agente, pero no para alguien que en entregas anteriores ha quedado claro que siempre fue un policía hecho para la literatura. Pese a su integración en el "trapicheo" —al igual que las anteriores de la serie, la novela transcurre en la época del derrumbe del socialismo en la URSS y la Europa del Este—, Conde recurre a su mentalidad policial cada vez que se enfrenta con un problema.

Sus amigos se lo recuerdan. Y el ex teniente vuelve a estar en problemas. No sólo es el sospechoso de un crimen. Se ve frente a una situación para la que no está preparado: un descenso al infierno en busca de una ilusión. Este viaje de ida y vuelta a las profundidades del mal es lo mejor de la obra.

Más allá del valor de la denuncia —siempre efímero en la literatura—, la obra trasciende la realidad cotidiana para trasmitirnos la desesperanza, principalmente de una generación, pero también de un país. Que lo logre recurriendo al mito le otorga una cualidad superior a los relatos empeñados en la descripción de la miseria.

Un día Conde descubre una biblioteca maravillosa en venta, que puede solucionarle el problema de la subsistencia por varios años —quizá hasta su muerte— y permitirle disfrutar de las ventajas materiales que nunca ha tenido y ahora desea como nunca en su vida; en parte porque las desconoce, pero también porque ha llegado al convencimiento de la inutilidad de los sacrificios anteriores.

Para su desgracia, no viene en su ayuda ningún budista zen que lo advierta de su error (una alucinación, en que se le aparece Salinger en el momento clave de la trama, sirve de sostén filosófico al libro, pero compromete la calidad literaria del relato). Apenas al iniciar el camino hacia la riqueza, descubre en un libro un recorte de prensa donde se anuncia el retiro de una bolerista en el mejor momento de su carrera.

Esa mujer enigmática será la perdición del negocio, del bienestar hasta ese momento inalcanzable para él, su socio y los amigos, casi de su integridad física y el motivo para un asesinato, el intento de otro y un encarcelamiento.

¿Todas estas calamidades por un crimen que ha quedado impune en el pasado? No. Esta es la explicación policial a la que se aferra Conde. Simplemente por mirar atrás. El mito, por supuesto, es el de Orfeo y Eurídice y la lectura de La neblina del ayer lleva a recordar Vértigo, de Alfred Hitchcock, y la crónica sobre la película escrita por Guillermo Cabrera Infante —curiosamente Padura no menciona al autor de Tres Tristes Tigres en parte alguna de sus múltiples referencias a los escritores cubanos—, por encima de cualquier otra referencia literaria.

Al igual que el detective John Scottie Ferguson de la cinta (otro ex agente del orden público), Conde se obsesiona con una criatura marcada por la destrucción y se niega a ver las señales de peligro con igual estupidez.

Scottie y Conde comparten una conducta irracional que bordea la locura, pero no las claves que van del misterio a la obsesión. Para el ex teniente no es el amor hacia una mujer atractiva lo que lo lleva casi a la perdición —hay en la novela una explicación psicológica que es débil e innecesaria—, sino el mundo del cual ella formó parte.

Catalina Basterrechea, Lina Ojos Bellos, Violeta del Río, la Dama de la Noche: todos esos nombres en una cantante de boleros que es simplemente La Habana, la ciudad perdida que de pronto Conde descubre que tiene que buscar para encontrar otra que desconoce, en la que no sabe moverse sin un mapa o un amigo: que lo rechaza.