Literatura, Crítica y Revolución. Homenaje a Salvador Redonet I
Dennys Matos | 04/11/2008 0:26
TOMAR EL CUENTO POR ASALTO (Primera Parte)
Investigación Crítico-Literaria –vaya nombrecito – es la asignatura impartida actualmente por Salvador Redonet Cook en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Habida cuenta del interés que despierta los problemas analizados por Redonet en sus alumnos, cabría esperar que la entrevista fuera directa a “saquear” los planes de clase, o la memoria viva del profesor, pero decidí postergar esta indagación para un contexto más académico. Finalmente conversamos sobre la narrativa cubana post-revolucionaria- tema sobre el cual Redonet prepara un libro-campo no menos atractivo para preguntar y polemizar. Y además ¿de qué mejor se puede hablar – cuando uno se encuentra un domingo, cobijado (¿No sería mejor: asediado, aplastado?) por las cuatros paredes de una angosta barbacoa, a la cual se llega por una más angosta aún escalera y se halla rodeado de libros, de un Chaplin, cuyo cuerpo gira mientras su cabeza permanece inmóvil, y de un entrevistado convaleciente, vestido de pijama verde-sino de cuentos, y si es posible absurdos, grotescos, fantásticos.
Dennys Matos : En la Revista de Literatura Cubana N0 4 de 1985 aparece su trabajo “Contar el cuento (1959-1983)” en el que usted afirma: … “la auténtica cristalización de los nuevos temas, la real y profunda perspectiva de un autor, la verdadera tendencia de una obra están relacionadas, pero no determinadas por los asuntos que aquel relaciona (…)”.¿No cree usted que obras como Los pasos en la hierba de Eduardo Herás, o Condenados de Condado de Norberto Fuentes entre otras, estén determinadas por los temas y asuntos que tocan y, aún más, porque tratan de hacer un ajuste de cuentas al período histórico en que se escriben, y no a otro?.
Salvador Redonet : Vamos por partes: creo que no hay contradicción –al menos no veo-entre lo afirmado en el trabajo y tu pregunta. En el mejor de los casos, esta última incluye respuestas a diferentes momentos y aspectos de la recientes cuentística cubana y hasta a problemas conceptuales en el análisis narrativo.
¿Cuáles serían en este caso, esos problemas?
La diferencia, digamos, entre, tema y asunto; lo cual puede parecer una tontería; pero yo la considero capital, independientemente de los diversos bautizos que reciban estas “cosas”: la materia prima de la que parte el autor para armar su mundo (el asunto) y el problema, el tema que él enfatiza, recrea, en su obra. Dicho sea lo anterior – y no al paso- pues tiene que ver con aquella cita: no se deben valorar a un autor solo por los asuntos seleccionados, sino por la efectividad de sus temas, que –claro-están vinculados (más o menos) con esos asuntos.
Pero, volviendo a la cita, fíjate que allí están subrayados con todo intención las palabras: auténtica, real y profunda, y verdadera. Además vale la pena agregar el párrafo que le sigue:
“se puede a veces recrear (incluso de forma técnicamente plausible) “asuntos revolucionarios”. (Esto también lo entrecomillé intencionadamente), y ser –en última instancia –más tarde o más temprano profundamente traidor (ideológica, literaria, estéticamente) a esos asuntos: el traje –dicen e mi barrio (y con razón) nunca hace el santo.
¿Por qué el párrafo, y sobre todo, por qué entre comillas?
Lo anterior quiere ser una manera de contradecir, una vez más, el criterio (todavía sostenido por algunos) de que la obra artística revolucionaria solo son posibles a partir de la recreación de asuntos revolucionarios (entienden algunos, por tales, los hechos históricos más o menos cercanos que le prestan al autor –casi de modo especular- la sustancia ideotemática de sus textos). Se pregunta uno ( de ahí las comillas) cómo no ver que otros tipos de asuntos pueden ser la fuente de temas, la vía, para expresar una verdadera tendencia revolucionaria y el trampolín desde el cual salta una real y profunda perspectiva, también revolucionaria. No verlo así significa (creo yo) no diferenciar, entre las cosas y sus sombras; lo que se hace más terrible aún, cuando –como era lógico que sucediese- la discusión desembocaba en el dilema realismo/no realismo; y se establecían bizantinas dicotomías: realismo= asuntos revolucionarios/ asuntos no revolucionarios=no realismo. Con ello se llega a rechazar ya no solo el carácter revolucionario, sino la validez y eficacia estética de determinadas formas de re-crear la realidad; lo que puede resultar nefasto para la recepción y también en la creación o perfeccionamiento de mecanismo de percepciones en el lector: O por lo menos en determinados lectores; sobre todo en los más jóvenes; para muchos de los cuales, por ejemplo, tropezarse ahora con los once nuevos fogonazos de Virgilio Piñera puede ser una experiencia parecida a la de José Arcadio Buendía ante aquel “enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo”.
Los libros que mencionaste de Heras y Fuentes escogen asuntos de la historia más reciente; pero su efectividad artística no está precisamente en los asuntos mismos –insito- sino en los profundos temas que de ellos extrajeron y elaboraron de modo literalmente eficaz; con lo cual esos asuntos (recreado uno de ellos –la lucha contra bandidos con tino estético por Jesús Díaz) reafirmaban su lugar en la historia de nuestra literatura.
¿Acaba de mencionar usted ahora Un fogonazo. A qué se debe que siendo Virgilio Piñera – junto con Lezama y Carpentier- uno de nuestros grandes escritores, su obra sea prácticamente desconocida y que la crítica le haya prestado tan poca atención?
Creo que Virgilio es un desconocido, sobre todo para la gente más joven, también para el lector de librería; es decir aquel que solo consume –por no tener, en algunos casos, tiempo para visitar bibliotecas, o las librerías de viejos (libros), o no contar con el socio (o el amigo del socio) que le preste un libro x – sobre todo lo que ofrecen nuestras editoriales. Si descontamos algún que otro cuento aparecido en publicaciones periódicas en los últimos años, lo más reciente que de él se edita en libro (en Cuba) es: su poesía en el 69; en el 68, la obra teatral Dos viejos pánicos y en el 67 su novela Presiones y diamantes (los cuentos fueron publicados en el 64). Como ves, casi veinte año (más o menos) de receso, tiempo en el que nace y crece un buen grupo de lectores potenciales, que este año pueden conseguir con mayor facilidad los libros que te mencionaba hace un momento: una colección de cuentos inéditos Un fogonazo, y los relatos –también inéditos- de Muecas para escribientes . Creo que las razones del desconocimiento y de la desatención descansa – mucho- en lo que te decía hace unos minutos: si una literatura podría ser catalogada como no pertinente, alejada de la realidad (algunos la llamaban decadente), fuera de lugar –amen de la irónica y vitriólica- era la de Virgilio: literatura – por sus cuatros costados- del absurdo (por sus cuatros costados).
En el lanzamiento de Un fogonazo, Antón Arrufat señalaba el hecho (el texto fue publicado en uno de los últimos números de La Gaceta de Cuba): la obra y el nombre de Virgilio desaparecieron. Por obra y gracia –creo yo- de torpezas, incomprensiones, prejuicios, desconocimientos, malentendidos, caprichos…. – y ¡vaya usted a saber!- de todo tipo (críticos y/o teórico/literario, funcionario-administrativo…): errores, en fin. Ahora tienen la palabra los fogonazos y las muecas.
Por cierto, ante el “caso” Virgilio y otros desaguisados cometidos en nuestra literatura no quisiera aparecer como juez, capaz de dilucidar causas, razones, culpables…En este sentido, me afilio al criterio dostoyevkiano de que todos-absolutamente todos- somos culpables. Decía el autor de Los Hermanos Karamazov que (y permíteme echar mano al texto):
“no puede haber en la tierra juez para el delincuente hasta que ese mimo juez no comprenda que él es también un delincuente como el que tiene delante y que pudiera ser que fuese más culpable de ese crimen que todos. Cuando hubiese comprendido eso, entonces podrá hacer de juez. Por absurdo que parezca, esta es la verdad. Porque si fuera yo justo, puede que no tuviese ahora ningún criminal ante mí”. Citas aparte, en tu pregunta inicial hacías referencias a la obra de Heras y Fuentes, narradores que aparecen en uno de los periodos más importantes hasta ahora, en nuestra cuentística: 1966-1970; tan importante (en general para la narrativa toda) que –no en broma- la llamo el quinquenio de oro.
¿Cuáles son los rasgos que caracterizan la cuentística de este período?
Además de los aspectos ideotemáticos a los cuales me refiero en “Contar el cuento”; es decir, la efectiva incursión en los contextos más recientes, en ese momento, la preocupación está en algo que se percibe en la literatura posterior al 65: un cambio básico en el modo de narrar.
Si descontamos El acoso de Carpentier (relato muy anterior) y otro, también de Carpentier, escrito en el 65 y publicado ese mismo año en Francia (se edito en Cuba en el 72 El derecho de asilo) casi toda la narrativa cubana precedente se caracterizó por el predominio de un tipo de discurso literario con un narrador equisciente en primera persona, o más o menos omnisciente en tercera, como eje rector de la narración y ordenador y portador fundamental de la información recibida por el lector. Sin embargo, ya la norma de la literatura del boom latinoamericano había dejado en un segundo plano a este tipo de narrador; o sea, predominará un narrador bien en segunda persona (se había utilizado antes, pero va a alcanzar precisamente en este momento su mayor expresión) bien en primera o en tercera (más con diferentes grados de profundidad en lo que concierne al resto del mundo presentado o a si mismo) o se hacen interactuar diferentes puntos de vista y personas gramaticales; con lo cual se acentúa lo que podemos llamar el juego de voces en la información, superposición de distintos narradores.
¿Qué sucede con esto?
La voz interiorizada o exteriorizada de los personajes comienza a ser entonces (como nunca antes) tan importante como la voz del narrador tradicional. Este cede el paso o deja oir más los personajes; con lo que –me parece- no solo se hace más complejo (y más rico, más sustancioso) el texto narrativo. Los narradores que aparecen (o continúan escribiendo) en este momento tienen en cuenta consciente o inconscientemente esta norma, y con ella funcionan- te repito: conciente o inconscientemente. Hace un momento te referías a la obra de Eduardo Heras. Ahora es inexcusable mencionar un libro que es fundador por muchas razones –en este sentido- en la narrativa cubana: Los años duros de Jesús Díaz. Esta colección la abren y la cierran dos trilogías, en las que se presenta un acontecimiento narrado por tres ángulos diferentes. En el segundo libro de Eduardo Heras – Los pasos en la hierba- también hay un cuento (“No se nos pierda de la memoria”) parecido, con la diferencia de que cambia la voz rectora (como –más o menos- en la primera trilogía de Jesús Díaz.
Continua.
Publicado en: Paisajes (Im)personales | Actualizado 12/11/2008 11:03