Literatura, Crítica y Revolución. Homenaje a Salvador Redonet II
Dennys Matos | 08/11/2008 18:14
Tomar el cuento por asalto (Segunda parte).
Entrevista a Salvador Redonet
(Viene de la primera parte)
¿En qué medida es impersonalizado el narrador que aparece en los cuentos de ese período?. ¿Por qué en la narrativa post revolucionaria llama usted a este período el “Quinquenio de Oro?
No creo que en esta literatura haya un narrador impersonalizado, sino un juego de distintos puntos de vista. (Después se emperezará repetir esto con una ineficacia espantosa). Creo que la literatura del 66 al 70 pone el énfasis en esto, se trata de buscar una verdad y desde el punto de vista contenidista y formal; se busca –entre otras cosas- a través no de un narrador impersonalizado, sino de un juego de voces, de punto de vista. Lo que trata de rechazar este período narrativo, especialmente, es ese narrador en tercera persona omnisciente. Si te fijas en los cuentos, por ejemplo, del Chino Heras y de Jesús también en Escambray 60 de Chinea, te encuentras con la casi ausencia del narrador en tercera y la aplastante presencia de monólogos en primera, monólogos en segunda y una narración en tercera con el punto de vista de los personajes. Al narrador le interesa presentar a los hombres, a sus seres, a sus criaturas, denudándose frente al lector o frente a otros personajes; personajes que constantemente se están cuestionado, indagando en los problemas, y que están muy lejos de la impersonalización o la despersonalización.
Por lo tanto, te diría que hay una alta subjetivización del narrador. Cuando no hay esta subjetivización, desde el punto de vista del narrador –como pasa en los cuentos de Norberto Fuentes o en algunos de Jesús –te enfrentas a personajes que dialogan intensamente, y en estos diálogos tienes que hallar la respuesta o –también en el caso de Norberto (y de Jesús también)- te encuentras con un narrador “tradicional”, pero este no da toda la información, o sea es un narrador en tercera , objetivo, que escamotea información para reclamar una participación más activa del receptor. Por esto y todo lo anterior hay, creo, una conquista, un logro en esos años del “Quinquenio de Oro” de nuestra cuentística más reciente. (Al menos hasta el sol de hoy –como dicen aquí en el barrio- y de ahí el nombre.)
Crees que nuestro cuentistas se esfuerzan en dar –argmumentalmente hablando- el principio y el fin de los acontecimientos para que el lector agregue lo que falte ente ambos?
Yo te diría todo lo contrario: generalmente dan lo del medio, para que después infieras, sobre todo, el principio y el final. Y ese final, por ciento, no como conclusión de la acción, sino de todo lo que ha pasado en ese medio, y de lo que pudo pasar al inicio. Esto, vale aclararlo, no es un redescubrimiento nuestro ni de ahora, sino una conquista narrativa de hace un buen rato.
¿Qué ocurre en nuestra cuentística a partir de aquel quinquenio?
Historia larga y compleja: después del año 70 ó 71 se produce “¿La mala hora”?: hubo un hueco, un bache, porque se empezó a mimetizar, reproducir, prácticamente con papel carbón, mucho de lo que habían hecho los narradores precedentes. Faltaba, sin embargo, talento, sensibilidad, y sobre todo valentía, para ahondar en los conflictos; entre otros casos por lo polémicos que resultaron algunos libros del quinquenio anterior, y añadiría: más que polémicos, mal interpretados.
¿A qué libros, específicamente, se refiere?
Pienso en los mismos que tú mencionabas al inicio de la conversación: Condenados de Condado de Norberto y Los Pasos en la hierba de Heras. A mi juicio, fueron libros superficialmente analizados y valorados a partir de una simplificación de los conceptos de tipicidad, tendencia y perspectiva autoral. Y de una confusión –por algunos- de las leyes del testimonio y las leyes del cuento. De arte hay, por supuesto, en ambos; pero cado uno tiene sus rasgos caracterizadores.
Luego de esto, se produce lo que llamas “¿La mala hora”?
Sin lugar a dudas. Pero el nombre –siempre insito- va entre signos de interrogación y entre comillas, que es una manera de evitar los esquematismos y simplificaciones, perjudiciales también a la hora de explicar (se) uno los procesos literarios. La historia, te dije, es larga y compleja: dentro de ese mismo bache, por ejemplo, comienza a aparecer una nueva manera de narrar, solidamente fundada por Soler, quien vuelve a contar un poco a la manera tradicional (por llamarle de algún modo). Soler, hijo del autor de El pan dormido, toma como asuntos la Campaña de Alfabetización y la formación de las Milicias, pero conscientemente, insistentemente, al personaje que desciende –claro está-, del pasado, no tiene deudas que saldar, en relación con este pasado (como ocurriría en una buena parte de la narrativa del 59-65) personaje adolescente (sobre esto Francisco López Sacha presentó una argumentada ponencia hace algunos años en el Centro de Promoción Cultural “Alejo Carpentier) , cuyas contradicciones no se dan en el violento plano de las luchas que, por lo general, se recrean en los libros de Jesús, Norberto, Heras, Chinea, Travieso…Las contradicciones, los conflictos –con Soler- comienzan a ser otros, que se irán consolidando en los cuentistas nacidos aproximadamente en los años cincuenta y cuyos libros han aparecido sobre todo a partir del ochenta.
En el caso de Rafael Soler hay un alto nivel de sugerencia; un narrador en tercera persona, que de nuevo –como Hemingway, Babel, Norberto- ofrece información que el lector debe descodificar. No sucede exactamente así en muchos de los que vienen después (Senel Paz, Mirta Yañez, López Sacha, Reynaldo Montero, Luís Manuel García, Guillermo Vidal, Miguel Mejides, Abel Prieto…) Tratando de sumir: dentro de esa misma “¿Mala hora”?, comienza a surgir nuevos narradores, nuevas tendencias narrativas. Digo esto, porque no se puede decir que el “Quinquenio de Oro” imponga determinadas normas, patrones, que debían seguirse: Los que vienen detrás harán lo suyo, otra cosa, en relación con lo que se había hecho. Soler desautomatizó –de nuevo- una percepción que se había congelado, estereotipado, a partir de la creación de igual cuño; con lo cuál abría las brechas que – literatura mediante- van a ponerle fin ya en los años ochenta a esta Mala Hora (ahora si sin comillas y sin signos de interrogación)
Hace un momento mencionaba a los escritores que vienen después de Soler. ¿ Qué los caracteriza?
Auque hay excepciones, diría que los escritores que vienen después de Soler (los nacidos en los cincuentas) tratan de evitar la narración lineal y también la voz narrativa omnisciente todo poderosa , y lo más importante –me parece- de rehuir el diálogo tradicional y mantener el juego espacio-temporal, aunque no tan marcadamente como en el “Quinquenio Dorado”.
Desde el punto de vista temático-composicional se observa en los cuentos de la penúltima promoción conflictos subyacentes, no claramente marcados: resultan elaborados poéticamente y no se dan con ese mismo carácter antagónico, tajante, con que se presentaban en los textos de 1966-1970; pero vuelven estos narradores a su papel de indagadores que habían perdido aquellos cuentistas, en gran parte responsables de que uno a veces le quite las comillas y los signos de interrogación a “¿La mala hora”?
¿Por qué penúltima promoción?
Creo que los nacidos en los 60 (más o menos) se vienen abriendo paso -¡y fuertemente!- con sus problemas (sus temas, sus ideas, sus conflictos) y reuniendo toda la experiencia estilística precedente.
¿Quiénes por ejemplo?
Hay unos cuantos; pero – aunque me quedo corto- recuerdo ahora: -un libro que sorprendió a media humanidad, Los otros héroes, con el cual Carlos Calcines (1964) – quien en ese momento andaba por los 16-17 años- obtuvo primera mención en el David del 1981, y se ganaba justamente de derecho a ser incluido en una antología (Cuentos de la remota novedad) publicado al año siguiente. Llama la atención, en este primer libro de Calcines, la limpieza del dialogo, la verosimilitud de los personajes y la adecuada selección de los puntos de vistas y el funcional montaje de algunas secuencias narrativas;
- Amir Valle Ojeda nacido en 1967, y quien –con solo ahora veinte años- ya tiene del lado de allá el premio “13 de marzo” del 86 con Tiempo en cueros, la primera mención, en el mismo año, en el “David” con La barba de mi vecino y – como al paso-primera mención de Testimonio en el UNEAC del mismo año;
-el desordenado orden con que se presenta la actualidad temática de “Alacranidad” (Premio del XII Encuentro-Debate Nacional de Talleres literarios) de un respetable poeta, Alberto Rodríguez Tosca (1962) , texto donde la carga ética, social, se desplazan humorística y trágicamente (¡ como en la vida misma!), contextualizando la norma lingüística popular, textos musicales, la reflexión filosófica…( y sin costuras);
-¿Por qué llora Lelie Caron?, premio “ 13 marzo”, en su última convocatoria, de Roberto Urías Hernández (1959); conjunto de narraciones que si bien en su escritura resultan diferentes, están unidas por la mirada crítica (elemento –digo yo- tremendamente estilístico) lanzada por el autor sobre el entorno y vivencias –suyas y/o ajenas- de extrema actualidad;
-las indagaciones psicológicas, que en textos (no) fantásticos y (no) breves realiza Roger Daniel Vilar (1968) en sus Corceles en la pradera 1986 en Holguín;
-la factura tropológica (a nivel de significante y significado) en El pico del flamenco de Roberto Luís Rodríguez (1958), quién obtuviera Premio en el XI Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios (1994);
-la consciente, búsqueda reexpides poética de el mundo adolescente, en escuelas y albergues, de Miguel Cañellas Süeiras en De un muchacho no se enamora (primera mención en el X Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios);
-la creación de un barrio (Los mangos) con claras referencias a nuestros contextos habitados por becados, estudiantes, profesores y parientes, quienes reproducen – a su modo y manera- los conflictos de siempre, en los cuentos de Alberto Abreu García (1961), quien ha obtenido más de un premio y/o menciones;
-los cuentos para niños, de Eddy Díaz Sousa (1965) y Alejandra Villar (1959), cuentos de Andrés Jorge González Ortega (1960) y Alberto Guerra Naranjo (1961);
-y muchos más de los que uno puede imaginar (basta tener la suerte de recorrer los municipios, provincias o simplemente dialogar –humana costumbre- que no siempre se conserva- con quienes te rodean): a lo largo y ancho andan (escriben) tratando de tomar –y esto ya lo dije en otra parte- el cuento por asalto. Y hacen bien (digo yo).
Enero, 1988
Publicado en: Paisajes (Im)personales | Actualizado 11/11/2008 22:00