Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Chile

Fiesta de la democracia

Entre celebraciones y desafíos, Michelle Bachelet hace historia.

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Lo que ciertamente pudo ser más de lo mismo, el talento político de Lagos lo convirtió en uno de los sexenios sin duda más prósperos de la historia del país, aunque la izquierda radical se base en el libro del sociólogo Tomás Moulián para refutarlo.

La gente pareció entender que si continuidad significa respeto del juego democrático, ascenso económico, disminución en cifras importantes de pobreza y preocupación por los problemas sociales, entonces valía votar más de lo mismo. Definiendo en buena medida la democracia, dijo Lagos al felicitar a la candidata victoriosa: "la oposición es parte de la gobernabilidad del país".

Otro factor se ubica en la condición de mujer de Bachelet, pues el voto de las féminas registró inclinación hacia la candidata, militante del Partido Socialista, al igual que el mandatario. Si bien las contradicciones con Juntos Podemos Más —liderados por comunistas y humanistas— regresaron con ímpetus inestrenados al concluir la primera vuelta, observadores consideran que prácticamente todos los votos de esta coalición fueron finalmente para la postulante.

Al concluir la primera vuelta, el candidato humanista Tomás Hirsch —obtuvo más de 300.000 sufragios— declaró iracundo que su agrupación no votaría por Bachelet; pero la actividad de Lagos contra el binominalismo y otros diálogos, llevaron a rectificar a Juntos Podemos Más y su liderazgo precisó que votaría por la Concertación, aunque no participaría en su campaña. Por último —dicen analistas— prefirieron el voto útil.

Victoria épica

Efectivamente, algo hay de épico en la victoria y en la biografía de Bachelet. Recuérdese que su padre —general de aviación— murió como consecuencia de torturas durante el gobierno militar de Augusto Pinochet. A pesar de la frecuente aspereza de hombres formados en las reglas militares, cuenta la arqueóloga Ángela Jeria, madre de Bachelet, que el general solía bañar a la niña, pues temía que a ella se le cayera. Pronto la futura candidata se opondría al régimen y, desde luego, pagará su precio: tortura, cárcel y exilio, primero en Australia y luego en la República Democrática Alemana.

Ya en democracia, a Bachelet se le acusaría de participar, vía armada, en la lucha contra el espadón, algo mal visto en una nación que se afanaba por dejar atrás tanta sangre y violencia. Había mantenido relaciones sentimentales con un militante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, a quien la dictadura quebró físicamente y a quien terminaría convirtiendo en delator. Moriría, sin embargo, asesinado. La futura presidenta ha dicho que siempre estuvo en desacuerdo con la lucha armada, en contradicción con la actividad de su novio.

Levantada y rehecha desde una vida marcada por la ausencia y la desolación, su hermano mayor fallecería a los 54 años, de un infarto al corazón. Era su apoyo, además de amigo, protector, compañero de canto y guitarra en las horas libres donde hallaba un rinconcito la esperanza. A esta mujer de sueños rotos, los duelos no le bastaron. Bachelet se separó del padre de dos de sus hijos y luego del de la menor, la regalona, como le llaman acá a los niños mimados o predilectos.

Mientras un Sebastián Piñera proponía como valores su fe en Jesucristo, su confesión católica, su familia unida y un matrimonio sin fisuras, al dirigirse a un pueblo religioso como el chileno, Bachelet mostraba cosa distinta, inimaginable para una candidata hace muy poco: agnóstica, con tres hijos y soltera. Sin duda que un gran muro cayó este domingo en la cultura chilena.

Ante un hombre de éxito en camino a patriarca, Bachelet no enseñaba un aval político perfecto, pues no logró lo que se esperaba en el Ministerio de Salud y puso su cargo en manos del presidente, que la ratificó. La gente vio en ella al ser humano que sufre, que se cae, que yerra y se incorpora, lo que sin duda la acercó al espíritu común, a esa comarca donde habitan la mayoría de los mortales.