Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Medio Oriente

¿Qué quiere verdaderamente Hezbolá?

Las fuerzas chiíes sabían lo que iban a provocar: una catástrofe para Líbano.

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Nos fijamos después en Irán, con unos dirigentes que imponen hoy su ley en toda la región. Es innegable que, al proclamar públicamente su voluntad de destruir Israel, el presidente Mahmud Ahmadineyad se convirtió en el héroe del mundo árabe-islámico. Sustituyó en el ánimo de las multitudes humilladas a Bin Laden, Zarqaui y todos los demás. Hoy disfruta, en las tierras del Islam, de una imagen tan poderosa como la que tenía Nasser entre los árabes. Como decía recientemente en France Inter una periodista de la radio jordana —es decir, de uno de los países más moderados de la región—, basta con ser firmemente antiamericano y antiisraelí para ser un héroe en todas las ciudades árabes.

En cualquier caso, es el presidente iraní el que financia, arma y, llegado el momento, decide. Y llegó un momento —el de la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU— en el que no soportó que se pudiera pensar en aplicarle sanciones porque pretendía tener derecho a poseer armas nucleares. Mahmud Ahmadineyad, desde luego, y a pesar de sus declaraciones, es mucho más antiamericano que antiisraelí. Si amenaza a Israel es para provocar a Estados Unidos. Pero los fanáticos y los mercenarios a su sueldo toman de su estrategia lo que les conviene.

Las consecuencias políticas

3. Esta situación, pues, va mucho más allá del conflicto palestino-israelí. El islamismo nació del fracaso del arabismo —que los soviéticos habían protegido— y de la ayuda que Estados Unidos se sintió obligado a ofrecerle durante la Guerra Fría.

No obstante, el islamismo se ha alimentado abundantemente —es verdad que desde hace poco— del antisionismo, como antes lo hacía del anticolonialismo. Porque no hay que olvidar que el sionismo, que los occidentales concebían como un gran movimiento de liberación, nunca ha dejado realmente de verse en Oriente Próximo como la mera supervivencia del proceso de colonización. Pero no podemos refugiarnos en la historia. Examinar las causas históricas, hoy, es menos importante que comprobar las consecuencias políticas.

Hay muchas más víctimas civiles todos los días en Irak y Afganistán que desde que comenzó esta crisis en Líbano, Israel y Palestina. Sin embargo, en estos tres países se está produciendo una situación que, más aún que en los Balcanes entre las dos guerras, puede volverse incendiaria en cualquier momento y extenderse hasta transformarse en terreno de confrontación de potencias ajenas a la región.

Por ahora, una de las cosas más urgentes es no contribuir a que se hunda todavía más Líbano. "Antes no éramos partidarios de Hezbolá, ahora lo somos todos", gritaba una mujer al salir de los escombros de su edificio.

No aprobé en absoluto la estrategia de respuesta israelí en Gaza porque tanto a los palestinos como a los israelíes les interesaba negociar con los moderados de Hamás el reconocimiento político a cambio de la liberación de los presos. En cambio, comprendí la primera reacción de Israel contra las agresiones de Hezbolá. Era cuestión de defensa propia. Lo malo es que esa reacción amenaza con convertirse rápidamente en una estrategia de aplastamiento indiscriminado y ocupación prolongada.

No es la primera vez que los israelíes pretenden "liberar" Líbano. En 1982, llevaron a cabo una invasión que provocó el comentario de que habían perdido su alma. Por eso es gravemente irresponsable que Estados Unidos haya vuelto a dar luz verde a los israelíes. Por eso es más necesaria que nunca la presión de Europa sobre el Consejo de Seguridad.

* Publicado en el diario español El País. Jean Daniel es director del Nouvel Observateur.


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