Actualizado: 18/04/2024 23:36
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La resurrección del aparato

A punto de cumplir 80 años, Castro intenta revivir a toda prisa los maltratados mecanismos del partido único.

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La defenestración de turno

Juan Carlos Robinson, promovido en los ya lejanos tiempos del III Congreso, junto a una hermana, a importantes posiciones en la dirección del Partido, cuando el segundo secretario pretendió compensar las evidentes desigualdades raciales en la cúpula gobernante con la elección apresurada de dirigentes negros, jóvenes y de preferencia mujeres, resultó en esta ocasión el protagonista del periódico ritual de sacrificios que también nutre el funcionamiento de la nomenclatura.

Sin el menor asomo de veleidades reformistas, Robinson acumulaba una larga historia de sobresaltos para sus padrinos políticos, que inició a mediados de 1980 en La Habana, con la apresurada solución judicial de su responsabilidad en un accidente de tránsito que causó una muerte. Suceso lamentable, aunque nunca mencionado en la biografía del dirigente.

Su paso por la dirección del Partido en Santiago de Cuba, donde fue reemplazado cinco años atrás, dejó mejores memorias en la picaresca oriental que en las tradiciones patrióticas de la "Ciudad Héroe", según allí bien se recuerda. En resumen, un oportuno aunque tardío ejemplo en estos tiempos de "intenso enfrentamiento a tendencias negativas".

En este caso, al menos, los comunistas de a pie no tendrán que esperar tres años para conocer (aproximadamente) de las culpas, falsas o ciertas, que pusieron fin a su carrera política, como ocurrió con Roberto Robaina, este sí catalogado de reformista por extraviados analistas, aunque su iniciativa más singular en la cancillería haya sido poblar de hermosos pavorreales los patios interiores.

Queda aún por despejar la incógnita del muy aplazado VI Congreso del PCC. El hecho de que los cambios estructurales anunciados hayan sido decididos por el Buró Político indica la inoperancia del Comité Central, desdibujado a lo largo de una década escabrosa, pero ello no es razón suficiente para predecir que estamos en vísperas del último congreso que presidiría Fidel Castro, quien quizás espera, con su proclamada paciencia de Job, por momentos más propicios para la despedida.

En definitiva, el destino del país y del partido que insiste en su derecho único a dirigirlo depende en buena medida, mientras viva el primer secretario, del humor con que él despierte, por muy resurrecto que se proclame el aparato.


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