Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Sin fuegos ni liquidaciones

Embargo, ideología y reconciliación nacional: ¿Salir adelante o ajustar cuentas?

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En una cultura democrática, la pluralidad de posiciones es fuente de regocijo, no de temor. Es curioso que para refutar el cuestionamiento a sus credenciales democráticas, los adalides del embargo recetan "fuego" para aquellos "intelectuales" que los incomodan por haberse educados en la Cuba reciente, o simplemente por discrepar con sus posiciones. Esa invocación al asesinato no es un hábito democrático, sino un rezago del pandillerismo de los años cuarenta en las políticas del exilio radical. "A confesión de partes, relevo de pruebas".

No se pueden tomar en serio las credenciales democráticas de una oposición que se acuerda de los derechos humanos y los valores democráticos según su conveniencia. Los informes de organizaciones como Human Rights Watch, que ha sido sumamente crítica de la maquinaria represiva del gobierno de Cuba, son igualmente categóricos al señalar problemas con la libertad de expresión en el exilio cubano, matizados por actos de repudio, violencia física y hasta bombas.

La propiedad olvidada es la propiedad de la responsabilidad. Decir que todos los políticos son responsables por el 10 de marzo equivale a decir que nadie es responsable. El libro que Batista titulara Cuba traicionada se debiera llamar "Cuba traicionada por Batista, Díaz-Balart y sus seguidores". En La propiedad olvidada me limité a rechazar el intento de pasar una dictadura fraudulenta como bastión democrático y a señalar la responsabilidad específica que corresponde a los batistianos en nuestra tragedia nacional, en la esperanza de que la derecha exiliada empiece a asumir los costos correspondientes.

Obsesión con el pasado

La responsabilidad de la derecha cubana es importante porque, si bien parte de las leyes revolucionarias fueron injustas (un típico caso fue la ofensiva revolucionaria de 1968) y hay que pensar en remedios para las mismas, no todas las nacionalizaciones caben en un mismo saco. Con respecto a los batistianos, que llegaron con las maletas de dinero robadas a la República, son ellos los que le deben a Cuba, no al revés. No hay razón democrática para compensar a quienes desfalcaron el erario público o cometieron crímenes contra sus conciudadanos, sólo porque lo hicieron bajo otra dictadura.

Definir el derecho de propiedad en la actual situación cubana es otorgar real poder de venta y compra de las viviendas y la tierra para aquellos que las tienen hoy. En palabras del economista peruano Hernando de Soto, que los que tienen menos puedan capitalizar sus activos. Las compensaciones por propiedades nacionalizadas son parte de la construcción de una sociedad justa, no la prioridad frente a derechos humanos urgentes como los de viaje, asociación, expresión, educación y salud.

¿Por qué se va a cargar impuestos a las nuevas generaciones de cubanos para pagar nacionalizaciones en las cuales no tuvieron ninguna responsabilidad?

En ese aspecto, Néstor Díaz de Villegas es prueba viviente de que las analogías históricas sin análisis no se pueden llevar al banco. Comparar al holocausto judío con cualquiera de las dictaduras cubanas es desconocer las dos historias: la cubana y la judía. Como dijo el Premio Nobel Elie Wiesel a un airado palestino de visita en el museo del holocausto: "Ningún sufrimiento es comparable".

En Cuba, no ha habido ningún holocausto o genocidio desde la reconcentración de Weyler, quizás descontando la guerra de Gómez y Monteagudo contra los independientes de Color, en 1912. Pensar requiere más que comparar. Díaz también se confunde de chileno al llamar a Salvador Allende "pichón de Mengele". Fue Pinochet, quien usó a la reacción exiliada cubana para asesinar a Orlando Letelier en Washington, el que ordeno la "caravana de la muerte" y operó como un vulgar ladrón.

La experiencia judía es, sin embargo, aleccionadora. Cuando las personas sufren injusticias en el marco de procesos históricos, lo mejor para el crecimiento, la salud y el bienestar es superar el trauma. Los judíos lo han hecho muchas veces. No se olvida ni se perdona, pero la obsesión con el pasado no es saludable.