Actualizado: 28/03/2024 20:07
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CON OJOS DE LECTOR

Cuentos de soldados y corresponsales

En 'Heridas bajo la lluvia', Stephen Crane recreó la dimensión mediática que la prensa sensacionalista de Estados Unidos dio a la guerra hispano-americana.

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Ciento seis años después que se publicó en su idioma original, ha llegado al público de habla hispana Heridas bajo la lluvia (Rey Lear, Madrid, 2006, 245 páginas), el volumen de narraciones que el norteamericano Stephen Crane escribió a partir de su experiencia como corresponsal en la guerra hispano-americana. Sin embargo, esa prolongada demora no significa que nos hallemos ante una obra a la cual hay que acercarse con la actitud perdonavidas de: fue redactada hace más de un siglo, de modo que hay que disculparle el estilo de la época y los aspectos que hoy resultan anticuados. Nada de eso es necesario en este caso: Heridas bajo la lluvia conserva una frescura y una modernidad en la escritura y en el tratamiento del tema bélico sencillamente admirables. Es literatura que, pese al tiempo transcurrido, ha conseguido mantenerse viva.

Aunque el libro se editó póstumamente, Crane escribió varios de los cuentos cuando aún se hallaba cumpliendo su labor como corresponsal, y otros están fechados pocos meses después de que finalizó la guerra. Todos además —y no muchos de ellos, como se afirma en la introducción— vieron la luz por primera vez de manera independiente, en publicaciones como Saturday Evening Post, New York Herald, McClure's Magazine, Anglo-Saxon Review, Strand Magazine y Blackwood's Edinburgh Magazine. De hecho, Crane tuvo que escribir seis de las piezas en Cuba, pues aparecieron cuando él se encontraba allí.

En su caso, era bastante usual que su trabajo como periodista le suministrara material para su obra narrativa. Muchos de sus libros se basan por eso en episodios vividos y presenciados por él, por lo cual cabe hablar en este sentido (no así en el de la elaboración estilística y formal) de textos libres de "literatura". Ese conocimiento de primera mano de la realidad que trata en Heridas bajo la lluvia, es precisamente lo que da a esas páginas la sensación de veracidad y vigor que transmiten.

En esos cuentos, el tratamiento ficcional de sus experiencias en Cuba alcanza distintos grados. Recuerdos de guerra, el más extenso de todos, mantiene sin más el formato de reportaje, y aunque el narrador, un corresponsal de guerra, se identifica como un tal Vernall, es evidente que se trata de un alter ego de Crane. También pone mucho de sí mismo en el Pequeño Nell ( Dios os dé descanso, caballeros alegres), un corresponsal del New York Eclipse en el cual se autoparodia. Otros textos son reescrituras de sus despachos, con la adición de algunos recursos fabuladores. Los marines hacen señales bajo el fuego de Guantánamo, por ejemplo, es la expansión de una imagen que figura en The Red Badge of Courage Was His Wig-Wag Flag, una de sus mejores crónicas sobre aquel conflicto bélico. En otras ocasiones, en cambio, el narrador se sobreimpone, y de ello resultan cuentos como Esta majestuosa mentira, El clan sin nombre y El ataque solitario de William B. Perkins. Pero incluso en la mayoría de éstos las anécdotas son muy sencillas, como si su autor no tuviera otra pretensión que la de presentar simples escenas de guerra. Al respecto, es muy significativo que en muchos de los estudios y ensayos sobre Crane que he consultado, esas narraciones aparecen catalogadas como sketches, esto es, bocetos, apuntes, esbozos.

Además del contexto histórico y el escenario geográfico, los textos de Crane son bastante similares en su composición formal. Excepto el antes mencionado Recuerdos de guerra, están contados además desde el punto de vista de un narrador omnisciente, quien, no obstante, en algunas ocasiones delata su condición de observador irónico e incluso partícipe de los hechos. Así, en la quinta página de Esa majestuosa mentira, el narrador desliza: "Johnnie nos gustaba a todos. De vez en cuando, alguno de nosotros escuchaba por su boca la vibración de una experiencia meditativa". Al final, adquiere presencia física como personaje individual, recurso que Crane emplea para revelar el desenlace de la historia (el narrador lo oye de labios de Johnnie, quien lo ha invitado a cenar).

Ambrose Bierce, compatriota y contemporáneo de Crane, es autor de un libro titulado Cuentos de soldados y civiles. Si adoptáramos ese patrón, Heridas bajo la lluvia bien pudo haberse llamado Cuentos de soldados y corresponsales, pues son ésos los personajes que pueblan sus páginas. Excepcionalmente, en La segunda generación hallamos a un senador y su hijo, a quien su padre consigue, valiéndose de sus influencias, un puesto como capitán en el frente. Asimismo en El clan sin nombre figura entre los personajes una joven que recibe una propuesta matrimonial de un señor de Tampa. Pero repito, se trata de excepciones. Los verdaderos protagonistas son, por un lado, los soldados de uno y otro bando que se enfrentan en los combates, y, por otro, los periodistas que cubren el conflicto bélico y que acompañan a aquéllos en algunas de sus acciones.

Acerca de la presencia de los reporteros, hay que recordar que la hispano-americana fue la primera guerra en la cual los periodistas tuvieron una participación tan numerosa como destacada. Tras eso estaba el mítico William Randolph Hearst (Orson Welles dejó de él un imborrable retrato en El ciudadano Kane), editor del New York Journal, quien convirtió aquel conflicto bélico en un espectáculo sensacionalista. Con tal propósito envió a Cuba a ocho corresponsales, entre ellos el famoso pintor y dibujante Frederic Remington (lleva su firma el cuadro de una batalla en San Juan, Puerto Rico, que se reproduce en la cubierta de Heridas bajo la lluvia). Existe una anécdota relacionada con él que ilustra el interés por multiplicar las ventas de su diario que movía a Hearst. Cansado de esperar el inicio de las acciones y agobiado por el calor y la humedad de nuestro clima, Remington pidió a su jefe que le permitiese regresar a Estados Unidos. La tajante respuesta de éste se hizo famosa: "Permanezca en La Habana. Usted ponga las imágenes, que yo pondré la guerra".


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