Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Frivolidad versus revolución

La Habana planta una nueva cruzada para detener el 'desapego' de los jóvenes hacia el sistema.

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Un cuento de José Manuel Prieto propone una tesis que el propio narrador desarrolla en una novela posterior: la caída del socialismo fue producto de la elegancia y de la frivolidad. ¿No había algo de esto anunciado en aquel memorable pasaje de El maestro y Margarita en que, bajo la figura de un extraño mago occidental, el Demonio provoca un "salpafuera" en el teatro al hacer aparecer ropas, perfumes y zapatos que desatan la lujuria del selecto público asistente a la función?

Sí, aquel teatro moscovita era una metáfora de la Unión Soviética. Y el desbarajuste provocado por el mentido prestidigitador prefiguraba la caída inevitable del comunismo en ese país y sus satélites.

Lo que revela magistralmente Bulgakov es ni más ni menos que la gran debilidad del poderoso orden estalinista. Como posee, a semejanza de un bloque de hielo, mínima entropía pero máxima energía potencial, sólo se necesita un leve estímulo para que esta se libere y sobrevenga el desorden. Empeñado en reprimir la energía cinética o en canalizarla estéticamente, el totalitarismo es siempre militarista: su apoteosis son los desfiles de Nüremberg, donde la masa, como movida por una sola voluntad, logra superar el caótico movimiento individual.

Pues bien, este empujoncito, en el pasaje de la novela de Bulgakov, es justo la frivolidad. Esa dimensión fundamental de la naturaleza humana que el socialismo había decretado parte de un pasado decadente y odioso regresa con la fuerza de lo reprimido.

Frivolidad e ideología

El Estado se defiende de ella porque la sabe peligrosa para la estabilidad del régimen: no pueden haber stars allí donde hay sólo una para rendirle culto, el Máximo Líder; no puede la diversionista Frivolidad ocupar el espacio reservado a la omnipresente camarada Ideología. El orden totalitario no admite ni siquiera las reglamentadas subversiones del carnaval tradicional.

También la revolución cubana, último pedazo del Muro de Berlín que mal que bien sigue en pie, expulsó la frivolidad en favor de la austeridad y la conciencia socialistas. "Llegó el Comandante y mandó a parar". Acabó con La Habana nocturna, cerró bares y cabarés, eliminó las páginas de farándula de Bohemia para fotografiar milicianos y campos de caña.

La frivolidad emigró a Miami en 1959 ó 1960: la revista Vanidades se convirtió allí en una de las más leídas de su tipo entre el público hispano; Telemundo, cuya frecuencia fue ocupada por Tele Rebelde, es una de las mayores cadenas de habla hispana en Estados Unidos.

Sin navidades ni Vanidades se vivió hasta que a fines de la década de los ochenta la caída del Muro de Berlín abrió una grieta en el dominio absoluto de la ideología del Partido Comunista. Comenzaron a llegar a Cuba, por diversas vías, revistas del corazón que ruedan de mano en mano, shows televisivos que se alquilan clandestinamente.

La relativa apertura del "período especial" no dejó de preocupar a los intelectuales orgánicos de la dictadura. Ambrosio Fornet se preguntaba en 1997 si "a consecuencia de esta crisis, la ética consciente de la austeridad y la solidaridad cederá ante las tentaciones de una sociedad de consumo y el melancólico encanto del escepticismo y la frivolidad".

En un acceso de fundamentalismo, Cintio Vitier llegó a decir hace algunos años en el Centro de Estudios Martianos que de nada serviría la Universidad para Todos si los sábados por la noche seguían poniendo por la televisión mediocres películas norteamericanas que exaltaban los valores de la sociedad de consumo.


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