Actualizado: 25/04/2024 19:17
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La República y la segunda mejor opción

Todo consenso es un espacio contradictorio, pero si el consenso republicano quiere ser perdurable, debe ser inclusivo, señala Haroldo Dilla en este artículo

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Hace un par de semanas Cubaencuentro tuvo la gentileza de publicar un artículo mío que motivó más de un centenar de comentarios, todos los cuales agradezco. Denotan matices muy variados en los posicionamientos políticos e intelectuales que caracteriza a la comunidad de cubanos que residen fuera de la Isla, unos exiliados, otros emigrados y casi todos desterrados. Con toda seguridad esa misma variedad de posiciones se hallaría dentro de la Isla si existiera la libertad de expresión. Y es ese pluralismo una de las garantías de nuestro futuro republicano.

Uno de los comentaristas escribió algo que atrajo mi atención: ¿para qué discutir el futuro si lo inmediato es cerrar para siempre el presente autoritario que impera en la Isla? Otro, un amigo dominico/cubano me reprochaba querer excluir a los polemistas que criticaba. Finalmente un tercero me indicaba que ese debate debería tener lugar dentro de la Isla, no fuera. Y creo que todos pudieran tener cuotas de razón, o que mi presentación de ideas no fue suficientemente clara. Pero antes de seguir permítanme aclarar tres cosas que no dije:

— La primera, que en ningún momento hablo de sustituir nuestro involucramiento en acciones por una apertura democrática en Cuba y, en particular como emigrados, por nuestro derecho a ser parte de la nación cubana, por un debate sobre el futuro. Lo que digo es que ese debate es parte de ese involucramiento en la misma medida en que el consenso sobre metas comunes nos permitirá avanzar y ofrecer a la población cubana una razón para el cambio. No obstante aquí recordé algo que escribió mi amigo Rafael Rojas: los intelectuales cubanos han usado mirar al futuro para rehuir el pasado poco denso con que contamos. La advertencia es válida.

— En segundo lugar, no digo que para alcanzar ese consenso sea necesario excluir a alguien, no importa cuán inaceptables me resulten algunas de sus ideas. Esa propuesta debe ser pluralista y no excluyente, sobre lo cual me detengo más adelante.

— Y finalmente no digo que son los actores del exilio/emigración quienes deben protagonizar ese debate. Son los actores al interior de Cuba los factores decisivos para todo ello. Pero la comunidad cubana residente en el exterior también tiene un papel en la misma medida en que una buena parte de ella se ha visto obligada a emigrar, ha sido despojada de sus derechos y sin ella ningún consenso sería perdurable.

Para comenzar diría que hay una diferencia sustancial entre lo que se ha llamado reconciliación (Marifeli Perez Stable ha desarrollado un trabajo muy meritorio al respecto y en lo que no me detengo) y lo que yo llamo consenso. Y que se refiere al acuerdo de una serie de principios aceptables para todos los actores políticos, sea porque se consideran adecuados para conseguir los fines políticos propios o porque el desacuerdo con algunos de ellos no significa renunciar en lo fundamental a dichos fines. En otras palabras, el mejor acuerdo republicano es aquel en que la mejor opción de todos sea la segunda mejor opción de cada cual, tal y como lo han formulado los neocorporativistas.

Pero en la práctica un consenso político republicano no es una congregación piadosa ni sus integrantes son Bambi y sus hermanitos. Es un espacio de tensiones, enfrentamientos, oportunismos, donde conviven —recordando una expresión de Weber— tanto los políticos que viven de la política como los que viven para la política. El consenso no diluye las diferencias, sino que las organiza y establece las reglas del juego para sus interacciones. La crítica política —es decir la crítica a una posición política o al cuerpo teórico que la sustenta— no es ruptura de la democracia, sino una forma de su ejercicio.

Todo consenso es un espacio contradictorio, pero si el consenso republicano quiere ser perdurable, debe ser inclusivo. Como anotaba antes, algunos comentaristas han entendido de mis críticas tanto al neoliberalismo como al estatismo burocrático, una propuesta de exclusión. Nunca se afirma eso en el artículo ni lo he pensado así. Se habla de superar ambas posiciones extremistas, ubicarse no en el medio, sino sobre ambas. Pero no excluirlas. En cualquier lado del espectro existen propuestas que deben ser oídas, y si estas verdades tienen base social (como supuestamente la tiene una propuesta política) entonces la exclusión significa subrepresentación. Pero hay algo más: Freud no se equivocó cuando dijo que lo excluido, lo reprimido, siempre regresa como modalidad angustiosa. Y eso es un pésimo negocio político. Lo razonable es que todos estén integrados y representados en el consenso republicano, y que salir de él sea más costoso que permanecer en su seno.

Creo que el futuro republicano de Cuba debe tener un ordenamiento institucional y un cuerpo de libertades civiles y políticas que a lo largo de siglos han sido validados y enriquecidos en las experiencias democrático-liberales, en lo cual no me detengo no porque sean menos importantes sino porque aquí el acuerdo es mayor. Y deseo enfatizar que, y al mismo tiempo, el consenso republicano debe asumir sinceramente otros avances de la humanidad en su marcha hacia la búsqueda de la felicidad y que han formado parte del anaquel socialista, radical o reformista:

— El acceso universal e igual a los servicios sociales —salud educación y seguridad social— y la conversión de los derechos sociales en deberes del estado democrático. En particular, la obligación de la protección estatal a los sectores vulnerables.

— Espacios relevantes de participación directa en asuntos que conciernen a la vida cotidiana y la alta política, es decir la validación de la democracia como sistema que permite la afectación de los procesos de toma de decisiones en un sistema descentralizado y transparente, y no simplemente como la suma de la elección periódica de funcionarios y el derecho a la catarsis.

— Pluralismo cultural y de vida cotidiana, que acepte la diferencia como legítima y conveniente y establezca un escenario en que estas diferencias —étnicas, raciales, de género, de preferencias sexuales, etc.— puedan manifestarse sin exclusiones o subvaluaciones.

Por supuesto que éstas son sólo algunas ideas incompletas para un debate que nos pertenece a todos: exiliados, emigrados, desterrados, residentes en la Isla, derechistas, centristas, izquierdistas, disidentes, abúlicos, funcionarios, cantantes, políticos profesionales y todos los etcéteras posibles.

Un debate, que nos permitirá pensar la República, siempre con mayúscula, y siempre con todos y para el bien de todos.


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