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Actualizado: 13/05/2024 23:57

Chile

Fiesta de la democracia

Entre celebraciones y desafíos, Michelle Bachelet hace historia.

A aproximadamente tres horas y media de cerrados los colegios electorales, ya Chile había escogido a su líder para los próximos cuatro años: una mujer. Incluso en la expresión de varios perdedores, los comicios fueron una fiesta democrática.

Conocidos los resultados, los partidarios de la presidenta electa se concentraron, por oleadas y desde los cuatro puntos cardinales, en una céntrica avenida santiaguina. Se reunieron 200.000 almas. El himno nacional se cantó más de diez veces y una interminable catarata de confeti caía desde la azotea de un edificio cercano, bañando de colores el ocaso de la tarde.

Ya habían asomado las estrellas cuando una mujer, a traje azul profundo de dos piezas, subió al escenario. Todo era vítor, alboroto, lágrimas, tumulto y ondear de banderas. El público estaba consciente de que ese día Chile había hecho historia. Poco antes una cantante, a capela, improvisó, y una palabra dinamitó el diccionario. Tenemos que "amujerar", dijo, el país, la política, el trabajo, las relaciones entre todos.

Visiblemente emocionada, Michelle Bachelet se sobrepuso, con el apoyo de una ovación, a un intento de traición de su garganta. Comenzó un discurso que se fue imponiendo sobre el clamor y luego sobre un murmullo que parecía de mar. Este no fue un día cualquiera para los chilenos, y ni la noche de domingo logró reproducir su clásica indiferencia.

Los comicios

Verónica Michelle Bachelet Jeria derrotó al candidato de centroderecha Sebastián Piñera por más de 480.000 votos, y se convirtió en la primera mujer en Sudamérica en ganar elecciones presidenciales. Su victoria se ha atribuido a varios factores, entre ellos el apoyo del gobierno que encabeza Ricardo Lagos, quien cuenta con una elevada tasa de aprobación popular.

La oposición consideró como intromisión en la campaña el reiterado envío de proyectos de leyes al Congreso, mediante los cuales se intentaba poner del lado del gobierno a determinados sectores. Entre esos proyectos se encuentra el que favorece a los subcontratados, el que entregaría oportunidad a la coalición Juntos Podemos Más de alcanzar el Parlamento en próximos comicios, así como la que trató sobre los pueblos originarios. Todos constituyeron evidencias de la intervención del ejecutivo en la contienda, algo que aquí está prohibido.
Si es verdad que se esperaban resultados muy estrechos en la democracia más estable y exitosa de Latinoamérica, no pocos creen que la mayoría de los indecisos, que una encuesta previa fijó en el diez por ciento, también prefirió a la Bachelet, cirujana pediatra y ex ministra de Salud y de Defensa en el gabinete de Lagos.

Los pronósticos de una carrera con muy peleados resultados solían fundamentarse en la cerrada batalla que en 2000 le planteó el derechista Joaquín Lavín al hoy presidente saliente, quien lo derrotó por cerca de 100.000 votos. Los expertos olvidaron la diferencia considerable entre el Chile de hoy y el de hace seis años, diferencia que hizo que el intervencionismo de La Moneda, como aquí se le llama, se convirtiera en un pilar de la holgada victoria de Bachelet, quien, por cierto, fue la jefa de campaña de Lagos en 2000.

Para más de un comentarista —y en palabras del propio Sebastián Piñera, economista, ex profesor en Harvard y con una fortuna calculada en dos mil millones de dólares—, lo que se disputó este domingo entregaba al elector dos caminos: continuar con la concertación de partidos hasta convertirla en la coalición más antigua en el poder en el mundo, con elecciones verdaderamente competitivas, o lanzarse al cambio, no seguir en más de lo mismo, como criticó la oposición.

Lo que ciertamente pudo ser más de lo mismo, el talento político de Lagos lo convirtió en uno de los sexenios sin duda más prósperos de la historia del país, aunque la izquierda radical se base en el libro del sociólogo Tomás Moulián para refutarlo.

La gente pareció entender que si continuidad significa respeto del juego democrático, ascenso económico, disminución en cifras importantes de pobreza y preocupación por los problemas sociales, entonces valía votar más de lo mismo. Definiendo en buena medida la democracia, dijo Lagos al felicitar a la candidata victoriosa: "la oposición es parte de la gobernabilidad del país".

Otro factor se ubica en la condición de mujer de Bachelet, pues el voto de las féminas registró inclinación hacia la candidata, militante del Partido Socialista, al igual que el mandatario. Si bien las contradicciones con Juntos Podemos Más —liderados por comunistas y humanistas— regresaron con ímpetus inestrenados al concluir la primera vuelta, observadores consideran que prácticamente todos los votos de esta coalición fueron finalmente para la postulante.

Al concluir la primera vuelta, el candidato humanista Tomás Hirsch —obtuvo más de 300.000 sufragios— declaró iracundo que su agrupación no votaría por Bachelet; pero la actividad de Lagos contra el binominalismo y otros diálogos, llevaron a rectificar a Juntos Podemos Más y su liderazgo precisó que votaría por la Concertación, aunque no participaría en su campaña. Por último —dicen analistas— prefirieron el voto útil.

Victoria épica

Efectivamente, algo hay de épico en la victoria y en la biografía de Bachelet. Recuérdese que su padre —general de aviación— murió como consecuencia de torturas durante el gobierno militar de Augusto Pinochet. A pesar de la frecuente aspereza de hombres formados en las reglas militares, cuenta la arqueóloga Ángela Jeria, madre de Bachelet, que el general solía bañar a la niña, pues temía que a ella se le cayera. Pronto la futura candidata se opondría al régimen y, desde luego, pagará su precio: tortura, cárcel y exilio, primero en Australia y luego en la República Democrática Alemana.

Ya en democracia, a Bachelet se le acusaría de participar, vía armada, en la lucha contra el espadón, algo mal visto en una nación que se afanaba por dejar atrás tanta sangre y violencia. Había mantenido relaciones sentimentales con un militante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, a quien la dictadura quebró físicamente y a quien terminaría convirtiendo en delator. Moriría, sin embargo, asesinado. La futura presidenta ha dicho que siempre estuvo en desacuerdo con la lucha armada, en contradicción con la actividad de su novio.

Levantada y rehecha desde una vida marcada por la ausencia y la desolación, su hermano mayor fallecería a los 54 años, de un infarto al corazón. Era su apoyo, además de amigo, protector, compañero de canto y guitarra en las horas libres donde hallaba un rinconcito la esperanza. A esta mujer de sueños rotos, los duelos no le bastaron. Bachelet se separó del padre de dos de sus hijos y luego del de la menor, la regalona, como le llaman acá a los niños mimados o predilectos.

Mientras un Sebastián Piñera proponía como valores su fe en Jesucristo, su confesión católica, su familia unida y un matrimonio sin fisuras, al dirigirse a un pueblo religioso como el chileno, Bachelet mostraba cosa distinta, inimaginable para una candidata hace muy poco: agnóstica, con tres hijos y soltera. Sin duda que un gran muro cayó este domingo en la cultura chilena.

Ante un hombre de éxito en camino a patriarca, Bachelet no enseñaba un aval político perfecto, pues no logró lo que se esperaba en el Ministerio de Salud y puso su cargo en manos del presidente, que la ratificó. La gente vio en ella al ser humano que sufre, que se cae, que yerra y se incorpora, lo que sin duda la acercó al espíritu común, a esa comarca donde habitan la mayoría de los mortales.

El fracaso

La derrota suele ser huérfana, afirma el viejo adagio. Valdría sin embargo preguntarse si perdió Piñera contra Bachelet, contra Lagos o contra la mística de ambos. Mirado con pupila serena, el carismático Piñera, sin duda uno de los talentos de Chile, perdió contra los dos y sus características.

Vista la elección desde hoy —lo cual es muy cómodo—, realmente no tenía opción, y mucho menos cuando la Concertación decidió que la campaña de Bachelet había que reforzarla, pues, sumados los dos candidatos de derecha (Piñera y Lavín), en la primera vuelta habían alcanzado más votos que la hija del general.

A mi entender, Piñera cometió también un desliz de bulto. Si es verdad que propuso hasta una jubilación para las amas de casa, forjó su campaña apelando fundamentalmente al centro y a los independientes, dado el compromiso del leal Joaquín Lavín que salió, de la derechista Unión Democrática Independiente (UDI), en su ayuda.

Fue raro escuchar que, con igual énfasis, Piñera aludiera a las capas más modestas del país. La gente lo vio, pues, como representante del espectro político del centro y de la clase media que buscaba restarle votos a la democracia cristiana, varios de cuyos militantes con algún renombre se habían pasado a sus filas.

Esto último generó —incluso en analistas— una imagen que se reprodujo por todos los medios. Se le hizo creer —y Piñera aparentemente lo creyó— que sus posiciones estaban tan cercanas a la democracia cristiana que podía atraer preferencias de una amplia faja de esa corporación política. La realidad demostró que la imagen no era real.

Partido siempre alejado o en riñas a todo trapo con la derecha, de arraigados conceptos y orgulloso de su vigilancia por los estratos más pobres, no sólo oficialmente se metió en la cruzada a cuerpo completo, sino que sus militantes y simpatizantes dieron su aquiescencia a la Bachelet, cuya campaña se enserió para la segunda vuelta y no naufragó, como algunos esperaban, en el debate televisivo con el facundo Piñera.

Aunque se ha dicho que la UDI no entregó la mayor parte de su voto al candidato de centroderecha, aun con ellos no hubiera ganado, cálculo que echa por tierra la teoría de que se presentaron dos candidatos por la derecha en la ronda electoral inicial, y ello le restó opciones al sector.

Quizá pesó también en los resultados cierto temor de que Piñera no fuera capaz de controlar a la UDI, o a líderes con los cuales había pugnado, a voz en cuello, poco tiempo atrás. No debió faltar quien previó a la alianza de derecha como un ente frágil y díscolo, enfrascada entre sus correligionarios en constantes exigencias de cadalso político para el "enemigo".

Lo anterior va más allá de la asimetría de caracteres. Reside en la resuelta concepción de derecha liberal de Piñera y las enquistadas y muchas veces soberbias disposiciones de sus compañeros en la UDI. Ahora, luego de juntarse para los comicios, todo parece andar como en matrimonio nuevo.

El tiempo dirá si no vuelven a batirse en polémicas y descalificaciones. La derrota del domingo probablemente facilite el ascenso de sectores duros al liderazgo de la Unión Democrática Independiente, fortalecida en la primera vuelta, que comprendió elecciones al Congreso.

Bachelet y los desafíos por venir

A pesar de que recibirá el gobierno con mayoría oficialista en las dos cámaras del Congreso, no será color de rosa el mandato de la Bachelet. En primer lugar, tendrá que impedir o aliviar los choques de las diferentes organizaciones que forman la coalición, cuando inicie la tarea de seleccionar su gabinete.

Aunque es lucha tradicional en la política chilena, podría lacerar la imagen de la primera mujer a la cabeza de La Moneda. El asunto ha procreado más expectativas que las usuales, porque la recién electa prometió un ejecutivo paritario de hombres y mujeres.

Si este es un objetivo a corto plazo, disminuir la desigualdad de ingresos en Chile —una de las más significativas del planeta— le provocará sudores sin cuento, ya que los sectores pudientes se convierten en un solo áspid, por ejemplo, cada vez que se habla de subir los impuestos.

Cuando los economistas diagnostican cotizaciones elevadas para el cobre y que el sector exportador contará con una situación internacional positiva, al menos en los primeros meses de su mandato, bajar el actual desempleo, que ronda el 9 por ciento, requerirá, no obstante, de una cuidada estrategia.

La lucha contra la delincuencia, incrementar la cantidad y calidad de los servicios de salud y educación, así como mantener la prosperidad mientras aumenta costos sociales y mejora salarios, se alzan entre los más salientes escollos para Bachelet. No resulta difícil imaginar las presiones que recaerán sobre ella.

A propósito, su desempeño tendrá lugar sin que los ecos del sexenio de Lagos no se hayan apagado, y las comparaciones que llevarán a cabo tirios y troyanos ocuparán muchas páginas en los medios informativos. Deberá velar la próxima presidenta, además, porque una coalición, que cumplirá 20 años en el poder en 2010, no caiga en los problemas de corrupción que han herido tradicionalmente la política en muchas naciones del resto del continente.

Un artículo aparte merecería el tipo de relaciones que establecerá La Moneda con los gobiernos populistas que se entronizan en el continente, teniendo en cuenta que, por algunas de sus expresiones, la Bachelet parece ubicarse a la izquierda de Lagos. ¿Cesarán las condenas de Chile en la ONU contra la violación de los derechos humanos en Cuba? ¿Continuará la cancillería el trato sin lisonjas a Hugo Chávez? Por ahora, dejemos las preguntas en el aire.

No es una sino muchas batallas, las que restan a la hija del general. De su trabajo dependerá la fecha en que otra fémina ocupe su cargo. La fiesta de las elecciones, como la flor de Malherbe, es fiesta de un día. Apenas con la mañana siguiente la vida torna a su cauce. Ojalá le vaya muy bien a Michelle Bachelet, ella y las mujeres chilenas se lo merecen.

© cubaencuentro

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