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Como casi nadie sabe

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La poesía no deja de crecer en Miami, una plaza editorial caracterizada por la heterogeneidad. Y no es que la ciudad constituya, culturalmente hablando, un punto de referencia insoslayable: es que el modo de vida americano le ha prestado una agilidad y una independencia que la poesía, cada vez más en desventaja en editoriales, bibliotecas y librerías, agradece en todo lo que vale. Como le comentaba a un amigo semanas atrás, el mundo editorial miamense se distingue por la existencia de muchos pequeños editores más que por el monopolio de uno en particular.

Precisamente, uno de los editores cubanos que más suena últimamente en Miami es el también escritor y crítico teatral Rodolfo Martínez Sotomayor. Se cuentan por aciertos los títulos de su Editorial Silueta, como Palabras por un joven suicida y Trilogía del paria, del poeta y ensayista Joaquín Gálvez (un poemario que recomiendo adquirir).

La última propuesta de Silueta, Como casi nadie sabe, de Carlos Barrunto, no tiene desperdicio. Reproduzco fragmentos de uno de sus poemas más extensos, el que, como apunta el también poeta Manuel Vázquez Portal, está en condiciones de figurar en cualquier antología del género:

¿Cómo sentarse, entonces, a la mesa,

y saber que es ésta y no otra,

la misma mesa donde fluyeron las voces de la sangre,

escuchadas ya desde el fondo de un tiempo

rigurosamente presentido?

¿Y cómo volver otra vez sobre la fuente,

donde treman los rosales abiertos del agua,

y adivinar allí la sandalia libre

que se hunde en la luz, sólo un instante,

y regresa luego al infinito?

Hasta aquí llegamos agitando las banderas antiguas del amor,

y aquella muchacha, cuya imagen se ha marchado

para siempre del cristal que la busca,

era cierta como un grano de arroz, imposible todavía para la sombra.

Qué lejos estábamos entonces de este viento

que destapa las tumbas

y colma nuestro pecho de insectos delirantes.

Pero el desastre fermentaba en los espejos

como la sombra en la espalda inasible de la luz.

Ya lo decían aquellos duendecillos del misterio,

cuyos finos augurios apenas comprendimos

bajo los toldos de la felicidad remota.



Vecinos de la mujer de Antonio

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Lo estuve oyendo en el auto, atrapado en uno de esos inextricables embotellamientos que tan a menudo, y muy a pesar del aumento de los precios del combustible, congestionan la red vial miamense. Un son más viejo que andar a pie:

“La vecinita de enfrente /buenamente se ha fijado /cómo camina la gente /cuando sale del mercado...”.

La canción, que hacía bastante tiempo no escuchaba, insinúa una de las causas de la consolidación del totalitarismo en Cuba. Y probablemente una de las fundamentales. Porque si se le mira desde un ángulo desalmidonado, objetivo, el castrismo es totalitarismo más chisme. “La mujer de Antonio camina así”.

Durante mucho tiempo mucha gente ha afirmado que el totalitarismo, o simplemente el comunismo, constituye un sistema ajeno a la idiosincrasia cubana, una suerte de injerto político carente de abono cultural, o popular. ¿Pero qué tal si fuera todo lo contrario? Una nación en la que se ha llegado a institucionalizar la delación –según Jorge Luis Borges, “el peor delito que la infamia soporta”-, convirtiendo al hombre en el más eficaz enemigo del hombre, no puede ser completamente ajena al fenómeno. Un país en el que existen cuatro Comités de Defensa de la Revolución (CDR) por manzana organizando el acecho de vecino a vecino, de “cederista” a “cederista", y uno tiene que camuflar una caja de cervezas para introducirla en su domicilio.

El castrismo institucionaliza en Cuba, otorgándole coartada, alguna respetabilidad –al menos en principio- y cierto sentido histórico, la razón social de acechar al vecino, de “meterse en la vida de los demás”, tan autóctona como la canción de marras. Sus practicantes son conocidos en la isla como “chismosos”. En Cuba chismoso es aquel que habla de los otros o inventa historias acerca de los otros, pero también el que acecha al otro, el que se complace atisbando las reacciones y evoluciones del otro. La vecinita de enfrente “buenamente” se ha fijado. Una costumbre más extendida, y consentida, de lo que pudiera creerse.

De manera que con el advenimiento castrista y su consecuencia, la institucionalización de un totalitarismo radicalmente contrarrevolucionario, el chismoso adquiere categoría histórica. Deja de entornar persianas para salir airosamente a la luz pública, para abrir de par en par puertas y ventanas gritando a los cuatro vientos su “aquí estoy yo” ultraconservador. El chismoso militante, reaccionario, socialista y/o “sociolista”. Ese que “se va de lengua”. El clásico chivatón.

En cualquier caso, el régimen totalitario vigente en Cuba manipula, consciente de ello o no, una seña de identidad sociológica que difícilmente hubiera encontrado eco político bajo un gobierno democrático. En definitiva, canaliza institucionalmente una tradición que termina sirviendo a sus intereses. Con lo que cabe la pregunta: si el castrismo no es el padre del fenómeno, tan arraigado en la cultura nacional, ¿entonces es el hijo?

Como que la cederista de Castro no es más que la vecinita de enfrente, la mujer de Antonio se exilia en los Estados Unidos. País donde el chismoso languidece víctima, entre otros depredadores, del expressway, la propiedad privada, la independencia de poderes, el aire acondicionado.

Cortesía Diario las Américas



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El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
letrademolde@gmail.com

 

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