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Oscar Peña: Honduras sí, ¿Cuba no?

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un artículo de Oscar Peña

Insisto en el tema de la penosa situación de un país hermano de América Latina, como lo es Honduras, porque sé que, en la Isla, el pueblo cubano está extremadamente confundido con el bombardeo de información parcializada y tendenciosa.

De esta manera les ruego vean y perciban las diferentes informaciones y acuerdos de la Asamblea General de la ONU, timoneada en estos momentos por el ex canciller de Nicaragua y amigo del régimen cubano, el Sr. Miguel D' Escoto, y la posición y declaraciones de José Miguel Insulza, secretario general de la OEA. La verdadera seriedad, imparcialidad, honestidad y respeto a esos altos cargos nos hacen preguntarnos -y quisiera que nuestro pueblo medite en esto- por qué estas instituciones y personalidades no corrieron para Cuba cuando los cubanos planteamos también hacer un referendo acerca de temas prohibidos en la Isla, como son los de la libertad de expresión, de asociación, económica y política, la libertad para los presos políticos, etcétera.

¿Cómo se puede entender esta doble evaluación, e hipocresía democrática, de estos organismos internacionales y de sus principales rectores? Ellos deben ser imparciales y exigir derechos para todos. No correr a babor, ni a estribor, sino pararse firmes y serios en el centro. Los cubanos estamos esperando que corran también a Cuba a exigir se restituya la democracia.

Sin duda el pueblo cubano, aparte de enfrentar una dictadura interna, también tiene que navegar con estos vientos internacionales en contra.

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El color de los tamales

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¿Puede hablarse, a estas alturas, de complot contra Honduras? Creo que sí. Y no porque se condene casi unánimemente el hecho -para gustos se han hecho las interpretaciones- de que se expulse del país al ex presidente Zelaya, sino porque no ha habido una sola denuncia, crítica o especificación de los gobiernos y organismos involucrados en la condena a Honduras en lo que se refiere a las numerosas violaciones del estado de derecho cometidas, previamente, por el expulsado.

Es decir, toda acción tiene su consecuencia. Cuando Zelaya violó una por una las reglas del juego democrático, comenzando por las que establece la Constitución que juró obedecer, estaba arriesgando su pellejo presidencial. El presidente, al menos en Honduras –bendita Carta Magna, me comentaba un entendido-, no está por encima de la estructura constitucional, democrática, legal, que se ha dado el país, sino a la inversa. Y es este detalle, primordial en toda esta historia, el que debería guiar los pasos de la comunidad internacional.

Ahora ya hay un muerto, quizás dos, que habrá que cargar a la irresponsabilidad y miopía política de quienes, por activa o por pasiva, dan ala a Zelaya. Y no sólo ala retórica, pues las denuncias de financiamiento a los “seguidores” de Zelaya, procedente de Venezuela y Nicaragua, son cada vez más abundantes. Por cierto, ya Daniel Ortega, por si no bastara Hugo Chávez, ha amenazado con intervenir directamente.

Con el complot contra Honduras, la comunidad internacional está sentando un peligroso precedente. Por primera vez en mucho tiempo, en una región institucionalmente tan frágil como la latinoamericana, la democracia, su marco constitucional, sus leyes, funcionan en tanto dique de contención contra la marea del totalitarismo. ¿Y cómo reaccionan los gobiernos y organismos llamados a proteger el estado de derecho, aquellos que supuestamente deberían aplaudir el buen funcionamiento de dichas estructuras e instituciones? Se complotan contra quienes defienden la legalidad y lo hacen de la mano, precisamente, de un militarote confeso y de un organismo desprestigiado: el golpista Chávez y la Organización de Estados Americanos (OEA).

Todo el mundo se enfoca en la chapuza de la expulsión de Zelaya. Todo el mundo omite las violaciones e intentos golpistas del gran chapucero y causante directo de la chapuza, el propio expulsado. Todo el mundo denuncia la forma y, casualidad de casualidades, nadie repara en el contenido. Les importa el color, no el sabor de los tamales. Lo dicho, la cosa huele a complot.

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Montaner: El asesinato de la voz

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un artículo de Carlos Alberto Montaner

Afirma el diario Granma que el ex embajador norteamericano Otto Reich y yo asesoramos al gobierno que derrocó al presidente Zelaya en Honduras. Naturalmente, esa es una burda falsedad. Reich la ha desmentido. Yo lo hago ahora con el mayor énfasis. No conozco al señor Micheletti ni a los militares que depusieron a Zelaya. No tengo la menor relación con ese evento. Se trata de una acusación absolutamente infundada y delirante propia del desacreditado periodismo cubano.

Por supuesto, no estamos ante un error inocente, sino frente a una calumnia muy bien estudiada. Primero, un agente de influencia del régimen situado en Miami, un viejo periodista al servicio del gobierno de Castro, dijo en su hora radial que hay un informe secreto de un país europeo que afirma que Reich y yo somos asesores de los golpistas. No reveló de qué país se trataba ni cómo él obtuvo esa información. No podía hacerlo: es una pura invención. La calumnia, plantada en la radio, inmediatamente se abrió paso por internet hasta La Habana. Allí, los jefes del agente de influencia la reprodujeron en Granma y toda la radio cubana y las cadenas de noticia la lanzaron al exterior. Inmediatamente, muchos medios de comunicación del mundo entero la reprodujeron sin detenerse a verificar el contenido. Gracias a internet, ese efecto se multiplicó por mil en un instante.

¿Por qué mienten? Muy sencillo: propaganda, desinformación, “medidas especiales” propias de los gobiernos totalitarios. En inglés existe una expresión muy gráfica para cierto tipo de difamación extrema: character assassination. Consiste en destruir metódicamente la imagen de una persona hasta convertirla en una figura repugnante a la que nadie desea vincularse. Contra los escritores incómodos existe una variante igualmente vil: el “asesinato de la voz”. La campaña se encamina a intentar silenciarlos mediante calumnias, amenazas y presiones de todo tipo sobre ellos y sobre los medios que divulgan sus ideas.

Este episodio no es nuevo. Hace muchos años que padezco ininterrumpidamente una de esas operaciones de los servicios de inteligencia. En 1980, Jesús Arboleya, alto oficial de la Dirección General de Inteligencia de Cuba, le explicó al profesor Lisandro Pérez de Florida International University que se interrumpían los contactos académicos entre el gobierno de Castro y el Instituto de Estudios Cubanos de Miami mientras yo escribiera en el boletín de la Institución. Para honra del IEC, jamás me pidieron que dejara de colaborar.

A partir de ese momento, el gobierno cubano, por medio de su vasta red de colaboradores, se ha dedicado a propagar sistemáticamente dos falsedades que jamás ha podido probar: unos supuestos vínculos con la CIA, que nunca he tenido, y un pretendido pasado terrorista que, por supuesto, es totalmente falso. Esos son los dos caballos de batalla en los que montan sus campañas.

A veces las presiones son más intensas. A fines de los años 80 los servicios cubanos de inteligencia me enviaron a mi oficina de Madrid un libro bomba titulado Una muerte muy dulce. Querían asustarme para que me callara. La bomba no estaba preparada para que estallara. Era sólo una macabra amenaza. Acababa de publicar un libro que les irritó mucho: Fidel Castro y la revolución cubana, y pretendían que no siguiera escribiendo. Obviamente, denuncié el hecho y continué mi labor.

El siguiente capítulo de este intento de “asesinato de la voz” tiene fecha fija. El próximo 4 de agosto una delegación de miembros de la Red Informativa Virtin, un grupo de presión pro FARC que opera en Colombia --mamertos les llaman en ese país- le hará entrega al Dr. Gustavo Bell Lemos, director de El Heraldo de Barranquilla, de unos cuantos centenares de peticiones de diversas partes de América, todas de la misma cuerda política, para que cancelen mi columna. Según revelan ellos mismos en sus publicaciones de internet, la operación de recogida de firmas la ha coordinado desde La Habana la señora Rosa Cristina Báez Valdés, persona designada por la Seguridad del Estado para estos menesteres policiacos.

¿Por qué esta exagerada fijación de los servicios secretos cubanos en mi contra?

Según me cuentan algunos desertores de alto rango, en su momento fue el propio Fidel Castro el que decidió que su aparato de propaganda y difamación me colocara en el punto de mira. Parece que le irritaban mis comentarios sobre su gobierno y, sobre todo, mis análisis sobre su personalidad psicopática y sus limitaciones morales e intelectuales. En realidad, no sé exactamente por qué me odia. Lo único que se me hace evidente es que quiere “asesinar” mi voz.

Cortesía Firmas Press

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No al bloqueo contra Honduras

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El bloqueo a Honduras se profundiza. Bloqueo, este sí, porque, a diferencia del embargo al régimen castrista, estamos ante un acoso circular, en masa. No se trata de la negativa de un Estado a ofrecerle créditos a quienes se han declarado sus enemigos jurados durante décadas, como es el caso de Estados Unidos respecto a Cuba. Se trata de un complot de la comunidad internacional prácticamente en pleno, que insiste en desconocer las leyes, las instituciones democráticas y la soberanía hondureñas.

Todos los Goliat contra el David hondureño. Acaba de sumarse a la comparsa la Unión Europea, anunciando que suspende el envío de decenas de millones de euros en ayuda financiera, tras la negativa –afincada en las leyes y la Constitución hondureñas- del presidente Roberto Micheletti a negociar la reposición de Manuel Zelaya. Antes el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo habían detenido créditos estimados en alrededor de 200 millones de dólares. Mientras Washington, que ya había cancelado sus ayudas militares, advierte a Micheletti que suspenderá las restantes “si la mediación emprendida por el presidente costarricense Oscar Arias fracasa (…) con eventuales consecuencias a largo plazo para las relaciones entre Honduras y Estados Unidos”.

Si Estados con una tradición democrática asentada, como varios de los europeos y los propios Estados Unidos, no son capaces de entender lo que ha pasado en Honduras, o se pliegan interesadamente a los designios del llamado “socialismo del siglo XXI”, ¿qué se puede esperar del resto? Cuando todos deberían estar halándole las orejas a Zelaya, ofendidos ante las reiteradas violaciones constitucionales y de procedimiento de las que es responsable, presionándolo para que desista en sus intenciones de sabotear desde adentro la democracia, resulta que hacen a la inversa: Se aprestan a rendir por hambre a los demócratas hondureños, contribuyendo a la desestabilización que Hugo Chávez financia a golpe de petrodólares. Da vergüenza ajena, y no se puede sino sentir el más profundo desprecio, ante esta recua de amorales, impostores, cómplices del castrochavismo y tontos útiles. La democracia es mucho más que un presidente electo, y bajo ninguna circunstancia un presidente electo puede estar por encima de la ley y las instituciones democráticas, so pena de convertir el Estado de derecho en una caricatura de sí mismo.

Qué más da, exclamarán algunos, si a fin de cuentas vivimos en un mundo caricatural. Pero a los cubanos –a algunos al menos-, que hemos crecido con el sonsonete del “bloqueo” al oído, nos parece particularmente repugnante este intento en masa de rendir a Honduras a la fuerza. Un intento protagonizado por los mismos que durante décadas han pedido, desde un discurso humanitario que ahora se revela profundamente hipócrita, el fin del embargo a Cuba.

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Montaner: El académico que escribía como un funcionario

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Una respuesta de Carlos Alberto Montaner a Arturo López-Calleja, alias Arturo López-Levy

En una web publicada en Suecia, Cuba Nuestra, alguien se toma la molestia de escribir un artículo en mi contra. Me lo mandan. Está lleno de una curiosa e inesperada hostilidad. Lo recorre algo así como un estudiado rencor estratégico de funcionario obligado al ataque. El tono no se compadece con una simple discrepancia de opiniones. Lo firma un señor llamado Arturo López Levy. Francamente, no sé quién es. No recuerdo haberlo conocido jamás.

Pregunto. Es un profesor cubano radicado en Denver, me dicen. Sigo preguntando. Me extraña tanta ira. Los académicos no escriben así, visceralmente. Esa prosa tiene un apasionado tufillo a periodismo oficial cubano. Parece una cosa panfletaria y tosca de Juventud Rebelde. Quizás por eso vale la pena responder.

Por fin doy con varias personas que lo conocen íntimamente de cuando vivía en Cuba. La primera sorpresa es que no se llama Arturo López Levy, sino Arturo López-Calleja y es pariente del yerno de Raúl Castro. Interesante. Utiliza un alias. De dónde sacó el Levy, pregunto. De un bisabuelo materno, me dicen. ¿Por qué cambió de nombre? Para penetrar la colonia judía en Cuba, agregan. Luego se fue a Israel. ¿Penetrar? ¿Cumplía una misión? ¿Es un agente? Sí, afirman rotundamente. Lo reclutaron cuando estudiaba en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales adscrito al Minrex. Entonces era un joven y prometedor comunista. Fue oficial de las Fuerzas Armadas. Quien esto alega lo conocía de aquellos años. ¿Esta información es record público, indago? No lo sé, me responden, pero sin duda el FBI y los israelíes están bien enterados. El expediente es abultado, añaden.

Nada de esto me consta. Tal vez sea falso o inexacto. No lo sé. No quiero ser injusto y estas acusaciones no se desprenden de documentos oficiales sino de personas que lo conocen. Yo he sido falsamente acusado de terrorista y agente de la CIA por la Seguridad del Estado en una campaña sistemática de desinformación y sé lo desagradable que puede ser todo esto. Ignoro, pues, si el señor López-Calleja, alias López Levy, es un agente sembrado en el mundo académico, como el matrimonio Álvarez, o si se sólo se trata de una persona aburrida con ganas de polemizar que utiliza, inocentemente, la prosa del “aparato”. Ya podrá él, si lo cree conveniente, negar o aclarar estos puntos oscuros de su biografía, o tal vez decida mantenerse callado.

En todo caso, lo que me resulta evidente es que el señor López-Calleja no discute de buena fe. Su intención no es demostrar mis errores de juicio, o mis pifias intelectuales, lo que sería legítimo, sino tratar de probar mi supuesta incoherencia ética para descalificarme in totum, práctica abominable para todo aquel que ame el fair play en cualquier debate honrado.

Honduras

¿Cómo lo hace? Primero, confunde y distorsiona lo que he escrito sobre los recientes sucesos de Honduras (todos esos papeles se pueden leer en www.firmaspress.com) para inmediatamente construir un absurdo silogismo: “Montaner apoya el golpe en Honduras (lo que jamás he escrito); Montaner dice ser un demócrata que quiere la democracia para Cuba (lo que es cierto); ergo, Montaner es éticamente incoherente”. O sea, aparentemente no coincidir con la sesgada visión sobre el episodio de Honduras que tiene el señor López-Calleja me incapacita moralmente en el tema cubano.

¿Por qué hay que tomar al pie de la letra la opinión de este caballero o la información que maneja en un tema tan complejo como el hondureño? ¿Qué pasó realmente en Honduras? Una buena descripción, mucho más ponderada, es la que hace el Dr. Ricardo Arias Calderón, ex vicepresidente de Panamá, ex presidente de la Internacional Demócrata Cristiana, uno de los grandes estadistas de América Latina, viejo luchador por la libertad y el imperio de la ley, quien a su avanzada edad está alejado de todo sectarismo:

“La crisis comenzó cuando el presidente Zelaya no presentó el presupuesto en el año 2008 para su aprobación por el Congreso Nacional; intentó destituir al jefe de las Fuerzas Armadas sin tener facultad constitucional para ello, pero la Corte Suprema de Justicia se lo impidió; insistió en una consulta popular, no prevista por la Constitución Nacional de Honduras ni por la ley, sin explicar lo que encontraba mal o inadecuado en la Constitución vigente y qué es lo que deseaba que se modificara de ella”.

“En Derecho Público los funcionarios únicamente pueden hacer aquello que la ley explícitamente les permite, y el Presidente Zelaya, siendo el mayor y más alto de los servidores públicos se salió de ese marco legal. Todo indica que lo que buscaba, entre otras cosas, era poder volver a reelegirse, siguiendo el ejemplo de Hugo Chávez. Más grave aún fue que desoyó las advertencias del Tribunal Supremo de Elecciones, de la Corte Suprema de Justicia, de la Procuraduría de la Nación, de la gran mayoría de miembros de gobierno y oposición del Congreso, y entre otros del Defensor de los Derechos Ciudadanos quienes le advirtieron que lo que intentaba hacer era ilegal y que no podían avalarlo”.

“La Iglesia encabezada por Cardenal Oscar A. Rodríguez, y todos los obispos miembros de la Conferencia Episcopal de Honduras (C.E.H.) en un comunicado de prensa del 2 de julio apoyan la decisión de retirar al presidente Zelaya de su cargo por cuanto que al violentar el artículo constitucional 329, cesó de inmediato, tal como reza la norma, en el desempeño del cargo; y solicita a la O. E. A. que preste atención a todos los actos de ilegalidad que por mano del presidente Zelaya venían sucediendo. Las Iglesias Católica y Evangélica, en conjunto han dado su apoyo al nuevo gobierno dirigido por el liberal Roberto Micheletti Baín, presidente del Congreso Nacional en funciones ejecutivas. El documento de la C.E.H. afirma que en Honduras “las instituciones del Estado democrático hondureño, están en vigencia y que sus ejecutorias en materia jurídico-legal han sido apegadas a derecho. Los tres poderes del Estado… están en vigor legal y democrático de acuerdo a la Constitución”.

El liberalismo

¿Es Ricardo Arias Calderón un propagandista como los de Granma, pero al revés, como dice de mí el señor López-Calleja? ¿Lo son el respetado cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga y todos los obispos hondureños? ¿Lo son los centenares de analistas y articulistas que encuentran que en Honduras se ha producido un choque de poderes? Pero si absurda e injusta es esa descalificación moral que pretende imponerme por el tema de Honduras, cuando entra en el terreno ideológico sus alegatos se vuelven casi cómicos.

Asegura el señor López-Calleja (con una metáfora bastante pueril, por cierto), que mi “supuesto pensamiento liberal es un closet de contradicciones más grande que el teatro nacional” porque no coincido con Milton Friedman o con mis amigos libertarios del Cato Institute en el tema del embargo o en el de los viajes de los no cubanos a la Isla. Podría decirle que tampoco coincido con Friedman en su propuesta de eliminar los bancos públicos de emisión de moneda, pero eso me llevaría a explicarle que el liberalismo no es una secta dogmática, como el partido comunista al que él perteneció, y nada tiene que ver con las rígidas supersticiones del marxismo leninismo en que se formó, sino que se trata de una corriente abierta a muchas tendencias e interpretaciones, como puede comprobar cualquiera que asista a una reunión de la Mont Pelerin y escuche al propio hijo de Milton Friedman, el brillante David, mostrar respetuosamente su desacuerdo con algunas posturas de su augusto padre.

Es una lástima que los años de formación académica norteamericana no le hayan servido al señor López-Calleja para saber que el respeto por el pensamiento ajeno no significa la sujeción incondicional a todas sus ideas o propuestas, aunque disculpo su opinión porque me figuro que son las viejas secuelas que le quedan de cuando aplaudía sin chistar cualquier estupidez proferida por el dictador cubano, como me cuentan quienes entonces fueron sus compañeros de estudio y recuerdan su encendida militancia.

En todo caso, si el señor López-Calleja desea conocer los fundamentos de mi interpretación personal del pensamiento liberal, puede adquirir en Amazon todos o algunos de los cinco libros que he escrito sobre el tema: Libertad, la clave de la prosperidad, No perdamos también el siglo XXI, La libertad y sus enemigos, Las columnas de la libertad y La última batalla de la guerra fría. Sin ánimo de ofender, entre otras razones porque no creo que el señor López-Calleja tenga un pelo de tonto, creo que también se beneficiaría del Manual del perfecto idiota latinoamericano y de El regreso del idiota, estos últimos escritos en colaboración con Álvaro Vargas Llosa y Plinio Apuleyo Mendoza. Algunas personas me han confesado que entendieron mejor los problemas del desarrollo tras repasarlos.

Finalmente, como veo que el señor López-Calleja se interesa en los postulados del liberalismo y acaso esté en una fase primaria de conversión, termino con un credo liberal muy elemental que alguna vez recogí en una charla organizada por la Internacional Liberal dirigida a jóvenes estudiantes deseosos de precisar cuál era el mínimo común denominador del pensamiento liberal:

“¿Qué creen, en suma, los liberales? Los liberales sostenemos siete creencias fundamentales extraídas, insisto, de la experiencia, y todas ellas pueden recitarse casi con la cadencia de una oración laica:

• Creemos en la libertad y la responsabilidad individuales como valor supremo de la comunidad.

• Creemos en la propiedad privada, para que ambas −libertad y responsabilidad− puedan ser realmente ejercidas.

• Creemos en la convivencia dentro de un Estado de Derecho regido por una Constitución que salvaguarde los derechos inalienables de la persona.

• Creemos en que el mercado −un mercado abierto a la competencia y sin controles de precios− es la forma más eficaz o menos imperfecta de realizar las transacciones económicas.

• Creemos en la supremacía de una sociedad civil formada por ciudadanos, no por súbditos, que voluntaria y libremente segrega cierto tipo de Estado para su disfrute y beneficio, y no al revés.

• Creemos en la democracia representativa como método para la toma de decisiones colectivas, siempre y cuando se respeten los derechos de las minorías.

• Creemos en que el gobierno −mientras menos, mejor−, siempre compuesto por servidores públicos, totalmente obediente a las leyes, debe estar sujeto a la inspección constante de los ciudadanos”.

Amén.

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Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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