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Contrarrevolución, Revolución

Contrarrevolución: mantra del poder

Aunque resulte extraño, el término revolución ya no constituye un mantra en la Isla

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¿Qué es un mantra? En sánscrito significa instrumento de pensamiento. En el hinduismo encarna una frase u oración mágica. Mantras de diversos tipos piden o apremian al dios para que dé la bendición deseada. Se cree que ciertos mantras tienen el poder de la magia negra y que actúan sobre un amigo o enemigo. Los mantras tántricos combinan estos dos aspectos, invocando a los dioses mientras conjuran poderes mágicos a través del poder de la palabra.

En Cuba hay un mantra político: contrarrevolución. El único mantra del poder. Su instrumento para pensar mágicamente contra sus enemigos, invocando frases u oraciones hechas, a través de la dominación que ejerce desde el control de la palabra pública. En este sentido, ese mantra es la envoltura prodigiosa de otros dos instrumentos: el tabú: un imperativo categórico negativo que pretende indicar lo que no se puede hacer o decir fuera del poder, y la represión de otros mantras políticos.

Aunque resulte extraño, el término revolución ya no constituye un mantra en la Isla. Ha dejado de ser un instrumento para pensar, ni tiene dios a quien invocar o que le bendiga. La razón de ello se escribe como paradoja: la verdad absoluta, que era la base de su fuerza, terminó por convertirse en su debilidad suprema. Y como trata de preservar su poder, deja a un lado todas sus certezas absolutas para hacer uso de la relatividad en materia de verdades, mientras se aferra con todas sus uñas, como el anciano al cuello de Simbad el marino, al control de las palabras para no irse a bolinas junto a todas sus viejas certidumbres fenecidas. Pierde así su señorío sobre los significados, pero intenta conservar el control sobre el vocabulario.

Entonces revolución significa lo uno y lo contrario, lo mismo y lo diferente, en esa escolástica potente, pícara y en perpetuo estado de negación presentada por Fidel Castro en su última definición de 1ro. de Mayo de 2000.

¿Qué es la revolución cubana? Pensando en el concepto políticamente correcto de la ideología, no en el diccionario, pues nada más que el costosísimo tránsito de la justificación por sus esencias a la justificación por sus circunstancias. Durante media centuria. Es una palabra al vacío sin contenido fijo que solo logra adquirir cierta consistencia a partir de su antítesis: contrarrevolución. Es la sombra de un cuerpo contrario que llega con cierta tardanza y dando mil vueltas para poner en práctica, si bien contradictoriamente, algunas de las viejas demandas de esa contrarrevolución: el núcleo duro y resistente de la sociedad cubana. Revolución cubana ha sido, en consecuencia histórica, el apellido romántico del poder frente a sus circunstancias.

Por eso, y a lo largo de cinco generaciones, los revolucionarios son siempre provisionales, casi indefinibles, frente a la condición permanente y bien definible de los contrarrevolucionarios. Los primeros, incluso en los controles de mando, acatan las palabras del poder sin cumplirlas; los segundos las atacan y tampoco las cumplen. Y como el poder necesita la clara definición de sus contrarios para sostenerse, no se detiene mucho en la coherencia de su propio discurso y práctica, sino en la solidez del discurso que describe a sus enemigos.

Contrarrevolución cumple así esa condición de mantra que precinta mágicamente al poder mediante la invocación y el empleo constante de los instrumentos de destrucción de sus enemigos. Razón por la que, en sentido estricto, las revoluciones son antihumanas: reducen la humanidad a los objetos (hombres o cosas), y sacan fuera de ella a los sujetos (personas o dispositivos de emancipación). Una motivación negativa que impide a las revoluciones, a todas, sobrevivir en la larga duración de la historia.

Un contrarrevolucionario es por tanto quien se opone al poder. Así de claro. Alguien quien cae bajo su mantra con independencia de las ideas, porque el poder no tiene ideas revolucionarias. De hecho nunca las tuvo.

Lo que nos lleva al tema de si la llamada Revolución Cubana fue progresista o conservadora. Quienes defienden al Gobierno de Cuba con el expediente de la Revolución, nunca contestan satisfactoriamente estas tres preguntas: ¿es Cuba el único país donde existen la salud y la educación gratuitas?; ¿es legítimo que las actuales generaciones de cubanos se planteen la necesidad de otra Revolución?; ¿una Revolución que bloquee la posibilidad de revoluciones futuras está hecha por revolucionarios?

Considero que el debate que produciría estas preguntas está superado, pero valen como referencia retórica. Por su naturaleza, sin embargo, la cubana fue una revolución criollo-conservadora. Y ofrezco las pruebas al talco. De cara a los tres sujetos que por su condición antropológica darían contenido a toda revolución “emancipatoria” en el siglo XX, y dentro de sociedades diversas, el Gobierno cubano plantó una defensa activa que cerró las posibilidades de una modernización social, política y cultural coherente, en consonancia con la dinámica mundial: el feminismo, los negros y el movimiento homosexual y de lesbianas. Lo que constituyó una señal temprana de la naturaleza conservadora del proyecto del 59. La política actual hacia la comunidad LGBT es una confirmación de ese conservadurismo a la defensiva, que ofrece una imagen de liberación donde solo hay cooptación. No es casual que el enfoque venga a través de la sexualidad, en una percepción higiénica, y no mediante la autonomía de la diferencia dentro de la sociedad.

Brindo dos pruebas más. El cierre de Cuba a la libertad que en los años 60 del siglo XX comenzaba a acercar a los ciudadanos de todo el mundo: la libertad de movimiento, fue el sello de ese conservadurismo que desconectó a los cubanos de su dinámica fundacional como país. Y la reacción del poder ante el impacto de la tecnología fue y es antediluviana: comprobar el valor político sobre el régimen de procesos tecnológicos que son democratizadores en sí mismos.

Pero a la altura de medio siglo el poder está atrapado dentro de su propio mantra. No solo hay contrarrevolucionarios por doquier: mujeres, negros, homosexuales y lesbianas; emigración e Internet, viejos y nuevos demócratas; ahora las circunstancias mismas son contrarrevolucionarias. A tanto invocar la contrarrevolución, esta ha llegado a ser su nuevo compañero de ruta hasta instalarse en el mismo poder. Si en 1968 querer pagar impuestos era contrarrevolucionario, negarse en 2011 también puede serlo. La revolución de ayer es hoy contrarrevolucionaria. La contrarrevolución de ayer es hoy revolucionaria. Aquella se nos aparece ahora como devolución. Después de devorado, se nos devuelve por ejemplo a Jorge Mañach, claro que para devorar un poco más tarde al pintor Pedro Pablo Oliva. Pero así actúan las revoluciones en su fase cínica: devoran y devuelven al mismo tiempo en una espiral que provoca cierta náusea. Todos somos, definitivamente, contrarrevolucionarios. La cuestión se reduce al lugar que se ocupa en la escala contrarrevolucionaria y a cuál contrarrevolución comandara la siguiente fase de nuestra historia.

El desafío es, a la vez, ético y psicológico: qué relación vamos a tener con nuestro otro yo nada oculto. El dilema es doble: si aceptar que los cubanos siempre hemos sido contrarrevolucionarios, pese a nuestros discursos inflamatorios, y si vivir de acuerdo con las limitaciones contrarrevolucionarias de la realidad. Esto es, pagar los impuestos, asistir a la iglesia, y jugar al golf. A lo que, sin ser revolucionario, me niego. Entretanto, asumo un nuevo mantra de poder: ciudadanía.


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