Actualizado: 16/05/2024 10:29
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Evocando a Jorge Mañach

En su último libro, el ensayista cubano nos legó una pieza intelectual clave para hurgar en las parcelas de un liberalismo vigoroso y complejo que tiene poco que ver con el neoliberalismo ramplón actual

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La Universidad de Puerto Rico y en particular la Facultad de Estudios Generales dirigida por el conocido científico social cubano/español/puertorriqueño Jorge Rodríguez Beruff, tuvo la feliz iniciativa de organizar una jornada de evocación a Jorge Mañach en la que participaron diversos académicos cubanos y boricuas, y que implicó la organización de un curso sobre el tema así como varios paneles de discusión y conferencias. Entre otros, participaron Javier Figueroa, Luis Agrait, Antonio Gaztambide, Rafael Rojas y el autor de este artículo. La razón fue el 40 aniversario de la publicación por la UPR del último libro de Jorge Mañach: Teoría de la Frontera.

Posiblemente este sea el libro menos conocido de Mañach. Lo escribió en los escasos ocho meses que duró su último exilio en San Juan y su propósito era servir de eje de un curso que finalmente nunca pudo impartir. Murió en junio de 1961, sin terminar el libro, que posteriormente fue preparado para la imprenta por la profesora boricua Concha Meléndez y vio la luz en 1970. Colocado en el marco de los 60s tempranos, el libro sorprende tanto por sus agudas percepciones sobre el polémico tema de las fronteras  internacionales, como por sus incisivas confrontaciones entre las perspectivas liberal clásica y socialista. Y que de alguna manera señalizaban la evolución del pensamiento liberal cubano en esta época, del que Mañach resultaba un inquieto pero indiscutible exponente.

Sin lugar a dudas la estancia final de Mañach en Puerto Rico fue una motivación particular para escribir ese libro. El Caribe, una zona de una extrema sensibilidad histórica, siempre ha sido una zona fronteriza, un espacio moldeado por la geopolítica donde se separan y se ponen en contacto mundos diferentes y desiguales. Y probablemente Puerto Rico y su capital San Juan han sido el portón principal de esa frontera a lo largo de siglos. Primero fue la frontera con las llamadas “islas inútiles” y luego su conversión en un baluarte militar que resguardaba el paso de los convoyes comerciales hispanos. Con sus imponentes murallas y fortalezas, San Juan desafió a ingleses, holandeses y franceses, y al mismo tiempo marcó una frontera interna, respecto al resto del país, al que aún hoy, sintomáticamente, los sanjuaneros llaman “la isla”. 

Pero es también probable que Mañach estuviera en la búsqueda de una explicación alternativa tanto al injerencismo imperialista en la zona como al nacionalismo radical que había animado al pensamiento político cubano y en especial a la revolución de la que prefirió guardar distancia a fines de 1960. Y creyó haber encontrado un primer indicio de esta alternativa en un Puerto Rico que en los 60s ensayaba con éxito un modelo económico industrializador, una política social dirigida a la eliminación de la pobreza y un esquema político que, en asociación con los Estados Unidos, se distanciaba de las formas tradicionales de colonialismo y guardaba algunos espacios democráticos liberales. ¿Hasta qué punto, se preguntaba Mañach, Puerto Rico es efectivamente una frontera? Y puesto que fuese en realidad frontera, habría que preguntar cuál es la índole de ella, y si lo es de la América Latina con los Estados Unidos, o de los Estados Unidos con la América Latina”.

Sin espacio aquí para un análisis pormenorizado de lo que en realidad constituye una pieza intelectual de alta complejidad, variados perfiles y mucha riqueza, quiero detenerme en unos pocos  puntos. Para Mañach las fronteras eran siempre “hechos tercos” que arrojaban sus mejores resultados cuando eran tratados con “propósitos universalistas”. Y en particular esa frontera histórica que había sido el Caribe constituía “un privilegio”, en la misma medida en que ponía en contacto a la región con los Estados Unidos. Una sociedad cuyo sentido de la vida era, para Mañach, una divisa superior en relación con el mundo iberoamericano, marcado, en el sentido gassetiano, por la pasión, la emotividad y la “lealtad primaria”. Para Mañach la fórmula principal de la superioridad cultural residía en la universalidad, pero inexorablemente remitía ésta a los valores occidentales, y estos últimos –recatadamente- al mundo anglosajón. Sin embargo, vale la pena anotar que de esta discutible contrastación no se desprendía una fórmula gravitacional simple en la que el mundo caribeño debiera ser un meteorito en dirección al gran lago americano. El valor de la relación fronteriza según Mañach, se apoyaba en dos premisas claves, que podríamos discutir en todos sus detalles, pero que no podríamos despachar con simples alegorías ideológicas.

Jorge MañachFoto

Según Jorge Mañach, la fórmula principal de la superioridad cultural residía en la universalidad.

La primera —seguimos a Mañach— era el hecho de que esta frontera era útil precisamente porque estaba dejando de ser frontera debido a varios procesos de convergencia, dados en las dimensiones política, ideológica, económica y cultural. En el plano político, había pasado la época del imperialismo (Puerto Rico con su Estado Libre Asociado era un ejemplo) y las relaciones coloniales se disolvían rápidamente  en la democracia. En el plano ideológico, por su parte, se producía una fusión de socialismo y liberalismo (una “socialización de la democracia y una liberalización del socialismo”) en la que Mañach veía un proceso que justificaba su propia adscripción a esa vertiente progresista del liberalismo que hoy conocemos como liberalismo social.  

La segunda premisa era la aparentemente paradójica propuesta de que Puerto Rico (como eventualmente el resto del Caribe) debería  asumir la “convergencia” múltiple conservando su propia naturaleza, es decir en un doble proceso de simbiosis y resistencia que potenciara la riqueza cultural de la isla. Justo lo que se suponía que el estado Libre Asociado iba a hacer, que efectivamente hizo por un tiempo y a lo que no han podido sustraerse ni siquiera los grupos estadistas emergentes que se hicieron con la gobernación por primera vez siete años después de la muerte de Mañach.  

Teoría de la Frontera, cuatro décadas después de publicada, casi medio siglo después de escrita sigue siendo una obra incitante. Sus páginas traslucen las contradicciones de un hombre brillante atenazado por el doble tormento de la pérdida de un mundo y de la muerte cercana. No todos sus supuestos pudieran ser asumidos hoy, ni siquiera hubieran podido ser asumidos en los mismos días en que Mañach los escribió. Cuesta trabajo evitar la ansiedad que produce el sesgo etnocéntrico de sus análisis. Es difícil aceptar su perspectiva teleológica acerca del fin de las políticas imperialistas en el Caribe. Con seguridad nadie estaría dispuesto a repetir los augurios optimistas de Mañach acerca de las virtudes definitivas del modelo puertorriqueño. Pero sin lugar a dudas Mañach nos legó una pieza intelectual clave para hurgar en el pensamiento social que caracterizó a la República prerrevolucionaria, y dentro de ella, en las parcelas de un liberalismo vigoroso y complejo que tiene poco que ver con el neoliberalismo ramplón.

Son parte de una historia cultural que merece ser rescatada.


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