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Tigre de papel de China

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Con Tigre de papel de China Cuba Inglesa abre un espacio narrativo en su sección Cultura. Los lectores interesados en publicar sus ficciones en este blog -cuentos, relatos, viñetas- pueden enviárnoslas a letrademolde@gmail.com

La periodicidad de las publicaciones dependerá de la circunstancia noticiosa y el volumen de trabajos recibidos, que desde ya agradecemos. Sólo un detalle: Cuba Inglesa priorizará la brevedad y la concreción. Gracias a ustedes.

Tigre de papel de China

Los mismos de siempre. Los archiconocidos. También los escaladores. Las poses impenetrables. Los perfiles adustos. Las caras en las que impera el desdén más meticuloso, la indiferencia más rebuscada. Los rostros enfrentándolo como si no lo reconocieran, esquivándolo como si recordarlo fuese el craso error en el que nunca caerán o que por nada del mundo cometerían. Las mujeres que lo desconocen, que no saben quién es, quién sabe quién es, quién lo sabe, a quién le importa. Las viejecitas que lo compadecen. Sus parejas que lo abandonaron. Su televisor. Su colección de National Geographic.

La gente que ni lo busca para llorar sobre su hombro. Las calles sobre las que se estira como un leopardo desdentado. Su casa. Su futuro. Y los mismos de siempre. Los asalariados. Entrando y saliendo cuando se les antoja. Vendiéndose. Trapicheando. Tocando las puertas que hay que tocar. O retocar. O echar abajo. Tanta gente que se contonea sin recato, que se exhibe por las noches, que tiene éxito, que se cree exitosa. Esos arribistas. Esos miserables. Su madre. Su madrina. Las mañanas en las que no quiere levantarse. Las mañanas en las que lo que de verdad quiere es morirse. Las mañanas en las que continúa hablándole a la pared, contándole lo que le pasa.

Las mujeres que no lo ven, que pasan de largo, que no murmuran mirándolo de reojo. Las que no saben que existe, aquellas que ignoran que huele mal. Las oficinistas que le sacan las uñas. Las manicuras que no le arreglarían las manos. Las dependientas que no quieren verlo ni en pintura. Las mujeres que año tras año, día tras día, minuto tras minuto le han dicho que de eso nada, que cómo se atreve, que a quién se le ocurre, que qué bicho le ha picado: todas esas a las que si les preguntara se lo dirían. Las que nunca le piden la hora. Las que nunca jamás le dan las buenas noches.

Los mismos de siempre. Gatos callejeros haciéndose pasar por tigres de Bengala. Las marionetas. Los apologistas. El mismo escenario semana tras semana. El sol cayendo inmisericorde, golpeándolo como a un tambor despellejado. La atmósfera envolvente que nuevamente lo envuelve trazando círculos bochornosos, abochornantes. La peste. El escándalo. La putrefacción. La terrible anarquía de las siempre idénticas ochenta y cuatro casillas del siempre idéntico tablero desordenado. El ajedrez de la ciudad. El furibundo enroque de las colegialas a su paso.

La policía. La política. El asunto de la comida. Su madre se lo había dicho que tuviera cuidado, tantas y tantas veces que tuviera mucho cuidado. Su madre en paños menores dándole consejos, con los blumers agujereados dándole consejos. El mecánico del televisor. La vecinita de enfrente. La señora de la esquina. El barbero de los altos. Tanta gente que no cesa de quejarse que no cesa de burlarse que no cesa de husmear que no cesa de estorbar que no cesa de entrometerse que no cesa de hacerle entender, de hacerle reconocer, de hacerle evidente su condición de cero a la izquierda. Tanta gente que fluye, que se enquista, que maniobra a su alrededor. Toda esa gente.

Los mismos de siempre. Los que no piden permiso ni dan tregua. Los que insisten sin parar e insisten e insisten y se revuelven y toman por asalto los lobbys de las Casas de esto, de los Ministerios de lo otro. Tigres de papel de China. Monos que no paran de saltar sobre la misma rama del mismo árbol. Aquellos que van a las actividades. Quienes firman. Los cumplidores. Los equilibristas. Los calculadores de vanguardia. Esa gente destacada.

La primera mujer que lo dejó, fundamentando una tradición a la que ya no puede sustraerse. Su segunda mujer. Su dormitorio. Su tercer y último par de mocasines. El perro de su madre. Su biblioteca. El perro que apesta y mea y ladra y roe y brinca y defeca y se restriega contra él continuamente, y pertenece a su madre. Las horas que pasa frente al mar. El perro que una vez envenenó y se le aparece en sueños, con exasperante mansedumbre. El perro que no consiguió matar. Las sobrinas del carnicero. Su propia sobrina divorciada.

El libro que nunca termina de escribir, sobre el que siempre vuelve, y regresa, y se inclina ceremonioso, consternado. La obra que lo obsesiona, la historia que lo redimirá, la novela revolucionaria. El libro en el que cuenta lo que le pasa. Lo solo que se siente. Lo mucho que la mediocridad lo cerca, como un ejército muy bien apertrechado. Toda esa gente armada hasta los dientes, sus ambiciones, antifaces, desconstrucciones, sangre fría, alabanzas, parientes, sonrisas de circunstancia. Toda esa turba esgrimiendo sus viajes, sus trofeos, sus anécdotas, su mal gusto, sus novias autóctonas o foráneas. Los ojos por los que se pasea como una brizna de nada.

Los agitadores. Los decididos a arribar al momento y el lugar adecuados. Esa mafia que publica. Que tiene vacaciones. Que no tiene talento ni estómago ni madre ni falta que le hace. Su madre aconsejándolo contra la puerta del cuarto de baño. Junto a él en la foto de la boda, aconsejándolo. En la foto de la graduación, aconsejándolo. En la foto del bautizo, aconsejándolo. Las calles por las que se extravía como un tigre en cautiverio. Sus fobias. Sus pesadillas. La mujer de la mujer del carnicero. Esos mismos que siempre, desde siempre, lo ningunean.

Él mismo nuevamente ante el espejo, nuevamente ante su rostro. Preguntándose por enésima vez por qué todo sigue igual, por qué siempre pasa lo mismo. Qué le pasa a esa gente. Qué le pasa.

Cortesía http://www.letrademolde.com/



Papeles profanos (II)

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Como decíamos al inicio de esta serie –la primera parte puede encontrarse en la sección Cultura, en la columna de la derecha-, Raimundo Menocal y Cueto fue lo que llamaríamos hoy un autor políticamente incorrecto. Incorrecto en grado sumo, como demuestra esta segunda entrega, algunas de cuyas afirmaciones seguramente resultarán escandalosas para más de un lector. La carta en cuestión, escrita en el verano de 1965, fue enviada por el historiador al Dr. Ernesto Dihigo Jr.

Menocal y Cueto es autor de un libro profusamente ignorado pero probablemente imprescindible para explorar, desde una perspectiva desinhibida, la debacle nacional: Origen y desarrollo del pensamiento cubano. Agradecemos una vez más el aporte del profesor Emilio Ichikawa. A continuación la segunda parte de la misiva:

Textual: Carta de Raimundo Menocal y Cueto al Dr. Ernesto Dihigo

Como decía antes, cuando regresé de Inglaterra me encontré que la sociedad cubana, al menos sus elementos más cultos y distinguidos, estaban dominados por el presentimiento de que algo había de ocurrir próximamente. Máximo Gómez, que en 1902 había propugnado la elección de Estrada Palma para la presidencia de la República, había estado agitando al país antes de su muerte para que se rebelase contra el hombre austero que había acumulado en el Tesoro más de veinte millones de pesos. Y, ¿cuál era la causa de que Gómez combatiese a Estrada Palma? Se ignora. ¿Lo movía a derrocar al presidente Estrada Palma que éste hubiera dejado de cumplir el programa ofrecido al país cuando aquel grupo de cubanos distinguidos le ofreció la presidencia?

Si Estrada Palma había cumplido su ofrecimiento en totalidad, lo cual en los Estados Unidos lo hubiera favorecido para reelegirse sin oposición, ¿cuál es la razón de que Máximo Gómez apoyara a un grupo de hombres desacreditados, como lo demostraron cuando fueron administradores de la cosa pública en 1908 y 1920, confirmando la triste opinión que de ellos tenía la parte sensata del país cuando

anticipaba que tanto José Miguel Gómez como Alfredo Zayas habían de hacer mangas y capirotes de la administración pública en beneficio propio, de familiares y amigos, y en detrimento del buen nombre de Cuba?

Luego, está visto que la revolución de agosto de 1906, promovida por Máximo Gómez, fue en nuestra vida independiente la primera etapa de la revolución social vaticinada por Saco al decir que la revolución política en Cuba implicaba la revolución social. Ciertamente que el eminente bayamés tenía la visión del verdadero estadista, al paso que nadie le podía ganar en el desprecio a España y a sus oligarquías dominantes, que no se cansaban de explotar a Cuba por cuantos medios les era posible. Pero si la insurrección significaba la revolución social, no hay duda que para salvar la civilización cubana, que llegó a adquirir tanto auge con anterioridad a 1868, sin duda era preferible sufrir los ultrajes de la dominación española antes que lanzarnos a una contienda con la metrópoli que había de culminar en el encumbramiento de la plebe cubana, representada por los cubanos blancos incapaces de crear riqueza y los esclavos y emancipados que habían importado los contrabandistas españoles de acuerdo con las autoridades coloniales.

¿Se podía esperar algo de la inteligencia y perspicacia de los elementos que prepararon la revolución de 1868? ¿No se puede dar por cierto que los elementos de Bayamo, de Manzanillo y del Camagüey no estaban al margen del conocimiento de las verdaderas necesidades y aspiraciones cubanas? ¿Previeron ellos las consecuencias de una revolución en la que habían de intervenir los esclavos y emancipados como factores de importancia en la formación de los ejércitos insurrectos?

En efecto, la revolución social empezó cuando la Asamblea del Centro, inspirada y dominada por los camagüeyanos, decretó la abolición de la esclavitud sin ofrecer ninguna medida para contrarrestar sus efectos y, para confirmar sus tendencias falsamente filantrópicas, acordaron la Constitución de Guáimaro (cuya ponencia se debió a Ignacio Agramonte, Antonio Zambrana y Rafael Morales). Allí se fijó la igualdad

política y social de los supuestos cubanos, muchos de los cuales, por no decir la inmensa mayoría, desconocían por completo el idioma castellano, amén de no saber a derechas dónde se encontraba Cuba, ni menos cuáles eran sus necesidades políticas y económicas, ni en qué consistía la civilización cubana, lo cual se afirmó al morir Ignacio Agramonte en Jimaguayú, en 1874.

Empezó desde entonces el encumbramiento de los hombres que por razón de su raza y posición social tenían que hacer caso omiso de las conveniencias de este país; y que por su valor y capacidad de dirección en cuanto a la guerra cubana habían de ser en lo sucesivo sus dirigentes, aunque carecieran de capacidad intelectual y moral para responder a las aspiraciones de la parte progresista de la sociedad cubana. Así empezaron a surgir los Máximo Gómez, los Maceo, los Moncada y los Vicente García, que respondían a las aspiraciones de la revolución social como representativos de las masas inferiores de cubanos.

Fue vencida la revolución de 1868 como resultado de la intervención de Gran Bretaña y los Estados Unidos, que obligaron a España a conceder reformas a los cubanos por medio del Pacto del Zanjón, el cual no fue más que una tregua para preparar los acontecimientos que habían de dar al traste con la dominación española sobre Cuba. Aparte de la llamada Guerra Chiquita, de 1879, y los levantamientos esporádicos que se sucedieron hasta 1895, ¿la propaganda de José Martí en los Estados Unidos y en otras partes del hemisferio no respondió al fin de promover la revolución social en Cuba, en virtud de la cual habían de elevarse los elementos inferiores de la sociedad cubana para en definitiva hacerse dueños de la cosa pública en 1959, con lo cual quedaba destruida nuestra civilización?

Una civilización que se estuvo elaborando por los cubanos durante el siglo XIX, a pesar de España y sin más auxilio exterior que el de la compra de nuestro azúcar y tabaco (que con posterioridad a la abolición de la esclavitud, en 1886, se trabajó con obreros libres).

¿Se me puede afirmar con lealtad que existe una diferencia entre las ideas de Martí, expresadas en la emigración (su programa se basaba en el establecimiento del sufragio universal, sin limitaciones, y en otras proyecciones de izquierda), y las medidas implantadas por Fidel Castro después de 1959? Soy de los que creen que de haber vencido la revolución de 1895, dirigida por Gómez y Maceo sin la intervención americana, el sistema de cosas implantado por Fidel Castro después de 1959 se hubiera establecido después del cese de la soberanía española, por representar esas medidas las tendencias de la mayoría del pueblo inferior cubano (blanco y negro).

Aparte de que había otros elementos de color tan influyentes como Juan Gualberto Gómez y Martín Morúa Delgado, que hubieran alentado a muchos jefes militares de la insurrección a realizar la revolución social, principal aspiración de los que se proponían convertir a Cuba en otra República de Haití. Por algo Maceo se había afiliado a la Liga Antillana, cuyo programa consistía en hacer de los países del Caribe una sucursal del continente africano.



Cuba interior: Textuales

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Textual: Información reciente en torno al prisionero de conciencia Juan Carlos Herrera Acosta.

Miami, 6 de agosto de 2008. Directorio Democrático Cubano. El prisionero político cubano Juan Carlos Herrera Acosta afirmó desde la Prisión de Holguín que fue obligado a dejar la huelga de hambre que sostuvo durante doce días, el jueves 31 de julio, cuando militares y autoridades carcelarias lo sometieron por la fuerza y le zafaron las coseduras de la boca que se había hecho en señal de protesta. En las primeras declaraciones que brinda después de la huelga, Herrera Acosta afirma que reanudará la huelga de hambre "cueste lo que cueste" y pide una campaña internacional por la libertad de los presos políticos cubanos.

"Doy a conocer ante el mundo que no cejaré en mis empeños de continuar reclamando todos mis derechos pisoteados y acudiré al mismo método sea cual sea el desenlace final. Si pierdo la vida será responsabilidad del régimen cubano y su sangrienta policía política represiva. No observaré con paciencia ni cobardía cómo los eternos torturadores pretenden rendirme mediante la coacción y el chantaje. Mantengo y mantendré mi consigna en alto y con firmeza de pie frente al terror. Muchos fueron los métodos sicológicos explotados por los militares con tal de que desistiera de mi postura y a la postre resultaron en vano", afirmó Herrera Acosta.

La declaración fue recibida a través de una llamada telefónica desde la Prisión Provincial de Holguín al activista Juan Carlos González Leiva, del Consejo de Relatores de Derechos Humanos de Cuba. En la misma Herrera Acosta relató la violenta intervención de las autoridades en la protesta, al igual que el apoyo incondicional de los también prisioneros políticos Alfredo Rodolfo Domínguez Batista, Orlando Zapata Tamayo y Luis Mariano Delís Utria, que lo acompañaron en la huelga desde el 19 de julio.

El documento completo en http://www.netforcuba.org/

Textual: Campaña a favor de las Damas de Blanco

Silvia Suárez Jiménez apunta en El Mundo que “hace más de cinco años el régimen cubano encarceló a sus familiares como presos 'de conciencia'. Las 'Damas de Blanco' son un grupo de mujeres que se presenta como una forma de hacer presión al estado cubano. ¿Siente la necesidad de ayudarlas? Ahora puede.

“Apadrinar a una 'Dama de Blanco' consiste en apoyar, de forma continuada, a ella y a su correspondiente familiar encarcelado. La iniciativa proviene de http://www.solidaridadconcuba.com/ , ONG mediante la que el contribuyente puede ayudar, moral y materialmente, a estas mujeres, y permanecer en contacto con ellas mediante cartas, llamadas y, de ser posible, visitas. Aunque la realización de estas actividades corre por cuenta del colaborador, que también puede enviar medicamentos, juguetes, o cualquier objeto que sea necesario".

Cortesía http://www.elmundo.es/



Perros, sábanas, perros

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¿Qué llama primero la atención del visitante en una ciudad como La Habana? ¿La suciedad de sus calles? ¿La fastuosidad de la pobreza? ¿La turbamulta de los niños pidiendo limosna o golosinas? ¿La a ratos abrumadora cordialidad de la gente? ¿La procacidad de la gente? ¿El mar? ¿El olor del mar yuxtaponiéndose en el salitre de los barandales? ¿La agonía de los viejos edificios? ¿El incesante desfile de los perros callejeros? ¿Las cagadas de los perros?

Un espacio donde el caminante debe evitar, si se decide a irrumpir en la ciudad real, autóctona, la omnipresencia del excremento en las aceras, en plena vía pública. La hez de los perros haciendo ola –haciendo cola– bajo el sol abrasador del mediodía. Dantesco. Escatológicamente alucinante. ¿El excremento es lo primero?

No sé qué llama primero la atención del visitante en la capital de Cuba. Sí sé qué llama primero la atención del exiliado habanero en ciudades como Madrid, Londres, Frankfurt, Oxford, Roma, Berlín, Cambridge, París, Medellín, Birmingham, Toledo e incluso –en menor medida– San Juan, Santo Domingo o Miami. Las palomas.

Fuera de Cuba nadie persigue a las palomas. Casi nadie hace sopa de paloma, ni negocios clandestinos con palomas, ni envía mensajes amarrados a la patita de una paloma. Y el excremento de las palomas, como el de cualquier otro pájaro, podrá empañarte el parabrisas del automóvil o, si realmente estás de mala suerte, ensuciarte la cabeza, pero nunca te perseguirá como un perro, con la pestilente insistencia del excremento de los perros.

La hez canina, particularmente leal en La Habana, es de una constancia incontestable. Persigue al visitante abrumado por las radiaciones solares, por el asedio de las prostitutas y los vendedores de tabaco, desorientado entre las callejuelas tortuosas y los solares en ruinas, y lo intercepta en las esquinas, a la caída de la tarde, en el aquelarre de las concentraciones populares –la cola del pan, del cine, del baño público...–, y le embarra los zapatos.

Es desde los zapatos que el excremento canino ingresa al totalitarismo, imperturbable, procaz: brota desde abajo y asciende, trepa, escala, sube, vuela: hiede. No cabe compararlo con una cagada de paloma.

Cuba. La nación doméstica es ya la nación callejera –el perro, arrojado de la casa, se enseñorea sobre esa otra casa mayor que es la ciudad–, igualmente servil, obediente, cabizbaja, pero ahora también abandonada, miserable. A lo largo y ancho de la Isla lo escatológico zigzaguea en forma de excremento canino, sobre todo en la capital cubana, ese monumento erigido por el castrismo en conmemoración del enésimo aniversario de la revolución de la inmundicia.

Llegado el momento, no será fácil higienizar la ciudad. Ni siquiera recoger a los perros.

Sábanas amarillas

La Habana no sólo conserva las ruinas de lo que fue La Habana. Esos espacios sodomizados por el tiempo y la desidia, en los que la ciudad que fue apenas si emerge de entre las piernas de la ciudad que es (o no es). Las fachadas sucias, moribundas, derruidas –pero también sus interiores-, los balcones desmadejados sobre los baches de unas calles ya irreconocibles, los apuntalamientos y costurones, las sábanas que alguna vez fueron blancas ondeando en la distancia, como vestigios de un armisticio que el castrismo nunca podrá ofrecerle a la capital cubana, a la nación cubana.

No habrá paz en Cuba mientras el actual régimen persista, o por lo menos conserve su carácter excluyente, discriminatorio. Habrá la guerra de los hombres y el tiempo, una contienda que continúa destruyendo minuciosamente la ciudad sodomizada.

Es lo que está a la vista. Aunque, con más frecuencia de la deseable, se olvida la otra ciudad, aquella que aguarda, sumergida, por un futuro más invocado –o deseado- que visualizado. La ciudad de los que acuden a la ciudad huyendo del campo arrasado por la incuria gubernamental, que desembarcan a remolque del hambre, la desesperación y, sobre todo, la esperanza de hallar una salida, la esperanza de “escapar” a cualquier precio. Llegan de todas las provincias y regiones, aunque predominan los “palestinos” (como los denominan, peyorativamente, los habaneros). Gente nacida en la zona oriental de la Isla, donde vino al mundo la vieja guardia reaccionaria que, en el poder desde hace medio siglo, los expulsa de la ciudad a la que arriban esperanzados. Ya se sabe: no hay peor astilla que la del mismo palo.

Un cable de la agencia EFE reveló recientemente que desde 2006 más de veinte mil ciudadanos que residían sin permiso en La Habana –en la Cuba de los hermanos Castro hay que pedir permiso para prácticamente cualquier cosa- fueron desalojados y devueltos a sus locaciones originarias, incluyendo 2,397 en lo que va de este año. La información fue tomada del periódico oficialista Juventud Rebelde, que puntualiza que ya en 1997 entró en vigor el Decreto Ley 217, que regula y contiene la migración hacia la capital cubana. El fenómeno, añade Juventud Rebelde, ha generado 46 asentamientos “ilegales”, dispersos por los quince municipios capitalinos.

Dichos asentamientos, las favelas invisibles de La Habana, proliferan desde hace tiempo en la ciudad, pero de una manera tan subrepticia y marginal –por lo general en la periferia- que muchos habaneros ni siquiera se dan por enterados. En este apartado, la crisis del transporte público, el periodismo castrista y la desidia general contribuyen a la desinformación. Yo mismo, que viví durante 33 años en la capital de la Isla, apenas descubrí estos caseríos –si así puede llamárseles- pocos meses antes de dejar Cuba, como reportero de la agencia Cuba Free Press, que fundara en Miami el activista Juan A. Granados. Constituyen, probablemente, la metáfora más acertada de lo que ha significado la llamada “revolución cubana”: chozas de la desesperanza donde la miseria, el hacinamiento y la corrupción campean por sus respetos.

Entretanto, la ciudad visible degenera como un antiguo animal, abandonada a su suerte por quienes supuestamente debían revolucionar el país, desarrollar el país. En sus balcones, en los que el recuerdo de la orgullosa capital aún persiste, ondean sábanas blancas en reclamo de un armisticio. Sábanas amarillas, vestigios al viento de la ciudad sodomizada. De la ciudad desconstruida.

Cortesía http://www.diariolasamericas.com/



Galería de próceres (III). Crónicas alternativas

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En Londres o Frankfurt, sobre todo en la primera mitad del siglo XX, Meneito no hubiera pasado desapercibida. Pero tampoco hubiera suscitado homenajes, seminarios, festivales y hasta una estatua en la principal plaza de la ciudad, como sucedió en Thamacun. Tampoco en Cuba “La mujer de goma”, como también se le conocía, hubiera generado tamaño despliegue popular.

A mediados de la década del treinta Meneito había alcanzado, anatómicamente, ese estado de la materia dispuesta, esa especie de arquitectura galopante hacia la que el común de los mortales deriva imbuido de una fascinación y un deseo sin límites. De la contemplación de su trasero -alto, desconcertante, inigualable- extraía el Reducto su secreta fuerza, su vitalidad. De sus andares obtenía la futura Cuba Inglesa el combustible del porvenir. Desde su cuerpo respiraba ansioso el islote, fascinado ante la perspectiva de trascender definitivamente la belleza (la ordinariez de la belleza). Porque su bamboleo –el bamboleo que justificaba no sólo los exquisitos desequilibrios de su estructura monumental, sino a todo Thamacun- era música, aroma, representación -y concreción- de lo divino. Era arte. Cultura asentada y trascendente. Un canto a la fecundidad.

Cuántas tardes robadas a la angustia, al tedio o la resignación, gracias a Meneito. Cuánta gente eternizada en un suspiro, inaugurando peñas en su nombre –establecimientos comerciales, clubes, incluso timbiriches-, renaciendo al compás de sus caderas. Cuántos ancianos floreciendo interminablemente, engendrados en la fotosíntesis de su esplendor. “Meneito podía haberse postulado a la presidencia de Thamacun si hubiera querido –escribe el periodista Sobrino Tadei-, y habría alcanzado el poder sin duda alguna. Claro, si en Thamacun hubiera existido un gobierno propiamente dicho, y si el poder le hubiera interesado, aunque fuera mínimamente, a los thamacuneses”.

“El poder idiotiza a los hombres”, afirmaría Nietzsche poco antes de que el concepto cuajara culturalmente en Thamacun. En el islote, en cambio, quien durante décadas idiotizó a los hombres –o “iluminó a los hombres”, para mejor decirlo- fue Meneito. Aun cuando su cuerpo, lastrado por los años y el sobrepeso, ya no fuera el que había sido. El que sería para la posteridad.

Ilustración, Omar Santana

Crónicas alternativas: Un hueso duro de roer

un texto de Heriberto Hernández

En un pequeño pueblo del centro de la isla, de esos que ya lo son porque tienen iglesia, un paseo con glorieta y banda municipal de conciertos (que toca marchas, pasodobles y algún que otro danzón los jueves y los domingos), estación de trenes, cine y por supuesto, cementerio, sucedió lo que me apresto a contarles.

Agotamos los días finales de la década de los ochenta, con las trompeterías de la perestroika aún resonando. Entramos en los noventa y la estruendosa caída del muro de Berlín fue a duras penas apagada por un tenebroso discurso del mesozoico dictador. Advertía al eterno enemigo que la derrota de sus aliados europeos no era razón alguna para pensar que seriamos presa fácil de sus sueños imperiales.

En su habitual lenguaje parabólico, lleno de símiles, expresó que no sería fácil de derrotarnos y mandó a imprimir su advertencia en todos los formatos posibles y cubrir con ella todos los sitios dedicados a la propaganda y divulgación de sus preclaras ideas. Al otro día, Thamacun amaneció lleno de pasquines, vallas y volantes impresos con la frase, ya histórica, del padre de la nueva patria y líder espiritual del hombre nuevo.

En nuestro pueblo, provinciano y cabal cumplidor de los deberes patrios, el día vio la luz junto a los dos enormes pinos que flanqueaban la puerta de madera del cementerio, en la cual habían puesto un enorme cartel: “Seremos un hueso duro de roer”.

Cortesía http://laprimerapalabraque.blogspot.com/

Crónicas alternativas: Deserciones en París

un texto de Abdurraman Calderón

No tengo claro cuál fue el saldo de medallas de Thamacun -si es que ganó alguna- en las Olimpiadas de París en 1924. Me parece haber escuchado que participó con una amplia delegación de entre ochenta y noventa deportistas y que sufrió dos humillantes deserciones en el equipo de boxeo sobre patines.

Cuentan que uno de los desertores recibió la ciudadanía francesa, que le fuera luego revocada por el régimen de Vichy, acción que luego fue justamente anulada por De Gaulle, quien le dio, para resarcirlo, trabajo de ascensorista en la torre Eiffel.

El otro, Miroslav Rigondeaux, fue deportado, pues a pesar de su apellido no pudo probar su ascendencia francesa. Hoy en día, a sus 104 años, aún se entrena con la esperanza de ser incluido en un equipo a Pekín, bajo cualquier bandera, siendo Kosovo y Bangladesh las únicas naciones que han mostrado algún interés hasta el momento.

Crónicas alternativas: El equipo thamacunés en las Olimpiadas de París: Una revelación

un texto de El Inglesito

Observo algunas imprecisiones en el escrito de Calderón, seguramente porque como él mismo dice “le parece haber escuchado”.

Thamacun no participó oficialmente en las Olimpiadas de París: su condición de estado asociado, no registrado en la comunidad de naciones, se lo impedía. Eso sí, participaron nueve atletas thamacuneses, repartidos en las delegaciones de Estados Unidos e Inglaterra. Tal vez Calderón confundió un noventa con un nueve.

Se dice que Harold Abrahams, que ganó medalla olímpica en cien metros planos por Inglaterra, realmente era thamacunés. En todo caso, los desertores a los que se refiere Calderón, Miroslav Trigoura –no Rigondeaux- y Mariano Jazbel tampoco eran tales. Eran delegados razonables comisionados por el Consejo de los Consejos para negociar los términos de la “invisibilidad” del islote. El interés de Thamacun en aquella época, diríamos que más que en ninguna otra, era pasar desapercibido. De ahí que ni siquiera enviara delegados activos, que por otro lado tampoco existían en aquellos años.



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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