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Los blogs y la guerra de todo el pueblo

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El debate sobre el estado y la naturaleza de los blogs cubanos, desde hace tiempo recurrente en la Red de Redes, gana terreno por etapas. Y parece que estamos en una de ellas. Así, tal vez quepa agitar un par de lugares comunes y aventurar, modestamente, que el fenómeno bloguero agudiza, incluso densifica, el fenómeno de la democracia, entendida como el gobierno de una mayoría respetuosa de la minoría, instalada en un espacio alternativo.

Hay blogs y hay blogs, sencillamente porque hay toda clase de personas. La blogosfera, esa caja de resonancia de lo individual, puede ser tan pluralista como misantrópica. Cada blog es cosa de cada quien. Cada quien publica en cada blog lo que estima conveniente. Hay blogs que radiografían la blogosfera cubana, como el que edita Al Godar; blogs centrados en el humor o en el ya clásico choteo –como Cubaleah-; hay blogs de caricaturistas y blogs de cinéfilos; blogs deportivos y blogs sobre artes plásticas; que suprimen o toleran comentarios; hay blogs de un rango informativo más abarcador –como Penúltimos Días o el blog de Ichikawa-; hay blogs en prosa y blogs en verso, y blogs en ambas dimensiones; blogs que asumen localidades y blogs que recrean profesiones, y hasta los hay camuflados en la densidad del hipercriticismo, como El Cabeza de Puerco Ilustrado y Tirofijo. Hay de todo un poco.

“La palabra es un sacramento de muy delicada administración”, afirmaba Ortega y Gasset, y, como cabía esperar, en el ámbito “cublogosfero” ha vuelto a ponerse de moda “la guerra de todo el pueblo”. Desde ese leitmotiv de la cubanidad que es pelearse hasta con su sombra, hay blogs violenta y sistemáticamente atacados –directa o indirectamente, por sus propios comentaristas o a través de cruzadas personales, enfocadas en quien lo edita- por su línea editorial o por la personalidad de su propio editor, por determinada ocurrencia e incluso por su diseño o su nombre (como sospecho podría estar ocurriendo, en alguna medida, con Cuba Inglesa).

¿Es la beligerancia un estado natural de lo cubano? ¿El cubano encuentra menos placer en la paz que en el enfrentamiento?

Hay blogs cuya razón de ser, la de juzgar a o cargar contra sus iguales, pareciera desvirtuar la esencia misma del fenómeno. Si uno inaugura espacios como estos para reflejar sus apetencias y/o vivencias, o las de su entorno cercano, o para adelantar determinada agenda cultural, incluso política, ¿qué sentido tendría enquistarse en el proyecto ajeno antes que en el propio? ¿Para qué añorar el plato de la mesa contigua si en la nuestra, frente a nosotros, se nos enfría la comida?

Pero claro, cabe insistir en que la blogosfera constituye una suerte de reflejo de la vida misma, con todos sus regocijos, alternativas e inspiraciones: con todos sus vértigos, oscuridades y empecinamientos. También abrir un blog es, en cierto sentido, un acto exhibicionista. Quien lo comete debe intentar relativizar la resistencia, minuciosamente improductiva, a la que lo someterán sus detractores, sus críticos o, más simplemente, sus “enemigos”. Porque, esa es la otra, los hay que se asumirán tus “enemigos” cueste lo que cueste, no importa cuánta consideración les tengas o cuánta atención les prodigues (y luego harán las pases contigo y se volverán a pelear, y lloverán insultos sobre la lúdica del arrepentimiento, y así sucesivamente). Debe intentar relativizar la resistencia, decía, quien carece de eso que en Cuba todavía llaman “tabla”.

En definitiva, uno compite, o debería competir, con uno mismo. Como me comentaba un amigo días atrás, para tener una pelea hace falta más de uno. Urge impregnar de un mínimo de racionalidad el afán de reconocimiento. El ego, esa losa que nos aplasta a medida que nos ridiculiza –a medida que nos revelamos incapaces de amortiguar su peso monstruoso-, puede y debe ser desdramatizado.

Hay citas que no es bueno evitar, como esta de Nietzsche: “La madurez del hombre consiste en recobrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño”. Somos lo que somos. Está grabado en letras indelebles –interminablemente reproducidas en la barra ardiente de Google- en la frente de cada blogger.

Nota: Con la esperanza de trascender la guerra de todo el pueblo, agrego que varios de los blogs que visito no han sido mencionados en este artículo, que varios de los mencionados en este artículo están entre los blogs que visito.

Los libros más vendidos en Miami

La librería y distribuidora Ediciones Universal circula su lista de títulos más vendidos en septiembre, en Miami. En la categoría de ficción figura Barrio azul, la novela de José Abreu Felippe que en su momento reseñamos en este espacio, publicada por la Editorial Silueta, que dirige el escritor Rodolfo Martínez Sotomayor:

No ficción:

1) LA VERDADERA REPÚBLICA DE CUBA, Andrés Cao Mendiguren (Universal) $39.95

2) RAÚL CASTRO A LA SOMBRA DE FIDEL, Lissette Bustamante (Martínez Roca) $49.00

3) LA FICCIÓN FIDEL, Zoé Valdés (Planeta) $49.00

4) EL ISLAM VISTO POR UN CRISTIANO, Efrén Córdova (Universal) $19.95

5) EL SECRETO, Rhonda Byrne (Atria) $23.95

6) VIVIDO AYER, LEYENDAS Y MISTERIOS DE CUBA Y LA HABANA, Sergio R. San Pedro Del Valle (Universal) $19.95

7) ¿OBAMA O MCCAIN», Frank de Varona (Alexandria) $20.00

8) RICAS, FAMOSAS Y ABANDONADAS, Pilar Eyre (Esfera de los Libros) $48.00

9) PRINCIPIO Y FIN DEL MITO FIDELISTA, José Álvarez (Trafford) $52.95

10) ESCRITO EN SHENANDOAH, Ricardo Brown, $15.00

Ficción

1) LA CASA DE DOSTOIEVSKY, Jorge Edwards (Planeta) $24.95

2) DOÑA BÁRBARA, Rómulo Gallegos (Porrúa) $19.95

3) BARRIO AZUL, José Abreu Felippe (Silueta) $20.00

4) EL NAVEGANTE DORMIDO, Abilio Estévez (Tusquets) $29.95

5) CONTRAMAESTRE, Raúl Eduardo Chao (Universal) $19.95

6) JUSTOS POR PECADORES, Fernando Quiroz (Planeta) $19.99

7) CHIQUITA, Antonio Orlando Rodríguez (Alfaguara) $19.95

8) SIN TETAS NO HAY PARAÍSO, Gustavo Bolívar Moreno (Quintero y Oveja Negra Editores) $16.95

9) EL JUEGO DEL ÁNGEL, Carlos Ruiz Zafón (Vintage) $17.95

10) LA CAZADORA DE ASTROS, Zoé Valdés (Plaza y Janés) $39.95



Dos eventos singulares

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Va a ser un jueves pasado por el agua de la literatura, y de la buena literatura, en Miami. Lástima que hayan coincidido en el tiempo dos eventos singulares: El que tendrá como protagonista al poeta y artista plástico Rodrigo de la Luz, quien leerá varias piezas de su último poemario en la librería Books and Books de Miami Beach, y el lanzamiento de los volúmenes La muerte de Patroclo y El libro del opio, a cargo de Ediciones Itinerantes Paradiso, que dirige en la capital del exilio el ensayista Ignacio T. Granados.

La lectura de Rodrigo de la Luz, que patrocina Hispanic Events, Inc., introduce una variable original -al menos yo no la conocía de primera mano- en el ambiente literario de Miami. Se trata del concepto de “Poesía Gourment”, esto es, del hecho de que la buena poesía arrope la buena comida, lo que seguramente nos asegurará, entre otras prestaciones, una buena digestión. El cubierto costará cuarenta dólares por persona e incluirá un libro autografiado por el autor. De la Luz leerá, básicamente, poemas de su último libro, Poesía viva, publicado por la Editorial Ultramar. Será a las 7.30 de la noche en el 933 Lincoln Road de Miami Beach. Teléfono 305.532.3222.

A esa misma hora, Ediciones Itinerantes Paradiso estará presentando sus dos últimos libros publicados. Los dejamos entonces con las palabras de su editor, Ignacio T. Granados, a propósito de la presentación:

Textual: Sobre El libro del opio y La muerte de Patroclo

El libro del opio es una plaquette de prosa poética escrita por Carlos A. Díaz Barrios, uno de los autores más formidables de Miami. Con varios premios importantes en su haber (Mairena, España, 1994), Díaz Barrios hace gala de una maestría sin igual para la imagen perfecta y

trascendente; con el mejor “manierismo”, logra el lenguaje perfecto del romanticismo gótico, en que el aquel es literalmente una joyería. La otra plaquette a presentar, La muerte de Patroclo, de Ignacio T. Granados Herrera, es una recreación dramática de mitos clásicos; vale decir, historias como la de Ulises y las sirenas, Dido y Eneas, y por supuesto, Aquiles y Patroclo y Aquiles y Anquises. En cada caso, se trata de explotar el dramatismo teatral como un recurso estético que realce la imagen poética.

Vale destacar que esta presentación se inscribe en los experimentos comerciales de Ediciones Itinerantes Paradiso, esta vez en colaboración con La Torre de Papel, que buscan hacer viable la producción de poesía con métodos alternativos y flexibles, que puedan regir la presión de los distribuidores en cuanto a precio y alcance. En este caso, se ha logrado un producto suficiente, que con un precio asequible aspira a activar un mercado real para la poesía.

Ambas presentaciones tendrán lugar en Agartha Secret City Bookstore, en el 133 Giralda Avenue de Coral Gables, este jueves a las 7:30 de la noche.



Islas y la Revolución Obama

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El décimo número de Islas, la publicación trimestral de temas afrocubanos que edita en Miami el antropólogo Juan Antonio Alvarado, ya está en la calle. A propósito, Cuba Inglesa reproduce uno de los textos fundamentales de este número, que ha tenido la gentileza de cedernos la revista: el artículo de Manuel Cuesta Morúa La Revolución Obama: una mirada desde Cuba.

Los interesados en adquirir el último número de Islas o comunicarse con su editor pueden hacerlo a alvarado@afrocuban.us

La Revolución Obama: Una mirada desde Cuba

un artículo de Manuel Cuesta Morúa

Revolución no es un concepto que me parezca asumible para propiciar las transformaciones de una sociedad ni para captar los procesos de cambio político. Es un concepto manido y epistemológicamente falso: las revoluciones políticas, sin contrapeso, han descrito siempre el ciclo de las revoluciones geofísicas: volver al punto de partida. Pero es un término al uso, del lenguaje común, que intenta reflejar que algo profundo está ocurriendo en algún lugar. Tiene valor, por tanto, como metáfora. Como tal, lo uso para el asunto que intento poner en perspectiva.

Los Estados Unidos han atravesado, desde mi punto de vista, por tres revoluciones: la de 1776, que propició la independencia; la de 1968, asociada a las luchas civiles lideradas por Martin Luther King; y la de 2008, protagonizada por Barack Hussein Obama. La primera cambió a toda la nación desde toda la nación; la segunda, al todo por la parte; y la tercera, a todos desde la nación y desde la parte. La primera fue el proceso político-económico que fundó la nación-Estado; las dos restantes son procesos socio-culturales, que completan la nación. Por eso, la primera tiene como protagonistas a todos los norteamericanos, mientras que las otras son asuntos de minorías que atrapan a la nación. Así es la Revolución Obama: desde la minoría le dice a todo un país: yo soy la prueba de que los Estados Unidos por fin pueden completarse.

Debo aclarar que se trata de la Revolución Obama y no la revolución de Obama. Para que sea lo segundo tendría que gobernar. Y debo justificarlo. Empiezo haciéndolo negativamente. Las incendiarias declaraciones de Wright, ex gurú espiritual de Obama, revelaron a un hombre racista, que a su modo rabioso siente la profunda satisfacción de que los suyos llegan, pero lo hace estallando por los dolores del pasado. Si Wright fue el artífice del libro The Audacity of Hope (La audacia de la esperanza) estamos frente a una catarsis de siglos por alguien que vio muchas esperanzas rotas en medio de la falta de audacia.

De otro lado, Geraldine Ferraro, quien ostentaba un cargo honorífico en la campaña de la senadora demócrata Hillary Clinton, no se pudo aguantar para decir que Obama “no estaría en la posición en la que está” si fuera blanco en lugar de negro. Un exabrupto incontrolado que refleja todo cambio auténtico: las resistencias de quienes se supone están, como es el caso de Ferraro, en la línea del progreso.

Así mismo con los medios. The New York Times, liberal, progresista e influyente, pidió en su momento abiertamente el voto para Clinton sin avizorar lo que traducía el mensaje profundo del clan Kennedy cuando se puso del lado de Obama casi al principio. Los demás diarios ni hablar. The Washington Post, Washington Times y los diarios económicos no pegaron el oído a la tierra, como hacían los indios topekas, para escuchar la avalancha desde la lejanía. The Wall Street Journal se lleva las palmas en la antiobamofilia.

Pero la avalancha estaba ahí, a la vista. El conmovedor discurso de Obama sobre la división racial en los Estados Unidos fue un éxito en Internet, al ser visto aproximadamente por 2.5 millones de personas en sólo tres días. Fue además la confirmación de aquel otro que había dado dos años atrás, en junio de 2006, sobre religión y política, considerado entre los discursos más importantes de los últimos cuarenta años.

Y esta Revolución Obama tiene dos caras perfectamente compatibles y asociadas: donde unos ven un presidente negro, otros ven un negro presidente. Casi el cierre de un ciclo cultural que pone a los Estados Unidos, una vez más, a la vanguardia histórica, a pesar de George W.Bush.

Ese ciclo cultural fue rápidamente asimilado por el representante de otra minoría: Bill Richardson, competidor por la nominación demócrata, representante de los hispanos y gobernador de Nuevo México, fue el segundo de los notables, después del católico clan de los Kennedy, en dar su apoyo a Obama y pedirle a la Clinton una retirada honorable y a tiempo por el bien del partido. Richardson llamó a que se uniera al “único presidente que unirá a la nación”. Esto llevó a un comentarista de CNN a decir al minuto que "… podría ser el principio del fin para Clinton", y al mismísimo New York Times a compararla con Ralph Nader en relación con Al Gore.

¿Por qué Obama fascina a Mario Vargas Llosa, a una ciudadana argentina, a líderes árabes, por supuesto que a toda África, no a muchos en el mundo latino y a casi nadie en Cuba? Esta frase de Obama en el Día de la Hispanidad podría ser respuesta suficiente: “No hay una América blanca, otra afroamericana y otra América hispana. Hay una sola América”. Pero no lo es. Obama fascina, porque desde John Kennedy un intelectual no expresa tan vivamente las posibilidades de renovar la nación americana. Como diría el analista político cubano Leonardo Calvo Cárdenas, Obama parece ser el hombre que los Estados Unidos esperaban sin saberlo. Un hombre que ganó la mayoría de las primarias, la mayoría de los delegados, de los superdelegados, las simpatías de los jóvenes… Y que sabe controlar los daños sin perder el control, la dignidad y el sentido de lealtad, como demostró en el caso del reverendo Wright.

Algo hay en este hombre que puede reunir más de diez mil voluntarios para su campaña, que recaudó mucho más que la Clinton y sigue recaudando a escala sin precedentes, para seguro disgusto de las elites políticas cubana y cubano-americana, sobre todo a partir de pequeñas contribuciones enviadas por miles y miles de personas, la mayoría de medianos y pequeños ingresos, es decir: los equivalentes de los tabaqueros de Tampa que en el siglo XIX ayudaron a José Martí.

Ser alumno estrella de la prestigiosa universidad de Harvard, dirigir la revista de su escuela de derecho y ser el único senador afroamericano en la actualidad son más que bellas credenciales en el camino exitoso de la jet society. Son indicios de una potencialidad cultural que disipa para siempre el prejuicio racista de que un negro no puede dirigir una potencia mundial.

Eso es lo que está en juego ahora mismo, y está claro que ninguna sociedad que necesita el cambio en época de cambios puede desaprovechar tal potencialidad. En este sentido los Estados Unidos dan una lección que muchos ignoraban. Hay allí racismo, sin duda alguna. En la tierra del Ku Klux Klan, la llama racista estará siempre encendida en las hogueras pero, a diferencia de Cuba y de República Dominicana, los Estados Unidos no son una sociedad racista. Y debo aclarar bien el punto, que puede implicar una diferencia sutil al tiempo que sembrar la confusión y el pánico entre quienes se escandalizan con esta afirmación.

Racismo hay dondequiera. Hay viejos racismos que siguen la línea de la raza o el color de la piel; hay nuevos racismos que postulan la superioridad de un grupo humano sobre otros por razones de cualquier índole: étnica, ideológica o política. Hay racismos eugenésicos, que se fundamentan en un tipo de hombre superior por sus genes ancestrales: este tipo derivó en el nazismo; hay también racismos basados en un tipo superior de hombre a partir de la condición ideológica, y que tienen su lógica y perfecta culminación en el hombre nuevo guevariano. De modo que, en el momento y lugar en el que la planta de la superioridad florezca, el racismo puede crecer incluso sin que nos demos cuenta. El racismo puede ser tan viejo como lo son la homosexualidad y la prostitución, así como durar un poco más allá del fin de los tiempos.

Sin embargo, no siempre que hay racismo podemos afirmar que la sociedad es racista. Semejante identificación ha llevado a considerar que el racismo necesariamente tiene su punto de remate en algún tipo de institucionalidad, o que donde no hay expresión institucional o se suprimió, el racismo no existe o está en camino de desaparecer.

Ver a los Estados como única fuente de legitimidad institucional, o como la única que genera instituciones cohesionadoras, ha llevado al espejismo de que el racismo se expresa mejor donde es más nítidamente visible. Y nada mejor para esta visibilidad que las instituciones. Sólo que lo contrario es lo cierto. Si nos guiamos por el criterio institucional, el racismo sólo ha existido en unos pocos lugares: la India, Sudáfrica, Estados Unidos, Alemania, Cuba, Brasil y algún que otro paraje, donde el acceso de los diferentes ha estado vetado por la ley o por las instituciones sociales o corporativas. De ahí la conclusión que el racismo ya no existe en el mundo, porque después de la eliminación del Apartheid en Sudáfrica, ningún Estado cuerdo daría el paso de segregar institucionalmente a los seres humanos por su pertenencia racial o étnica, o por el color de su piel.

Decir que un país no es racista porque no codifica la segregación es insuficiente, tal y como sucede en Cuba. Casi ningún Estado es racista, pero muchas sociedades aún lo son. Y una sociedad es racista cuando las referencias hegemónicas que rigen la convivencia de sus miembros segregan social y culturalmente a quienes discrimina, independientemente de y por encima de sus convenciones tácitas o escritas.

Cuando una sociedad dice, como reveló una encuesta de Newsweek, que un 92 % de los personas consultadas en los Estados Unidos sí votarían por un negro para la presidencia, y un 59% cree que el conjunto de la sociedad sí está preparada para aceptar a un mandatario negro, entonces esa sociedad ha cambiado sus pautas culturales en el rango que el prejuicio antiyanqui jamás le concedería. Lo que significa que, más allá de la libertad de expresión que toda sociedad libre y democrática está obligada a garantizar, el racismo en los Estados Unidos está marginado culturalmente y, en no pocos casos, penado por la ley. ¿Qué puede pasar allí con el chiste racista? Lo que no pasaría en Cuba, un país muy gracioso donde tanto negros como blancos gustan de hacer chistes que implican desprecio por la otra raza. Y el humor es la institución social por excelencia en sociedades sofisticadas que necesitan enmascararse dentro de la convivencia plural.

Cuba y la Revolución Obama

De manera que Obama abre una esperanza de profundo impacto en Cuba. Desnudar el racismo propio desde la lejanía no es el tipo de mensaje que, a estas alturas, conviene tanto al gobierno cubano como a buena parte de la sociedad, cuando se suponía que el racismo, como expresión social, habita en los Estados Unidos y no en Cuba.

Los medios oficiales en la isla reflejan este impacto de manera ejemplar. Cabría hacer un análisis de la mentalidad racista instalada en la mentalidad de las elites que conforman, o intentan conformar, la opinión a través de las publicaciones. Aquí no sólo vale lo dicho (que no se ha reflejado mucho, teniendo en cuenta que Obama es un fenómeno global), sino lo que no se ha dicho y aun el lenguaje gestual.

¿Qué ha primado? Ante todo el silencio. El silencio de los medios de comunicación respecto de la connotación cultural del hecho es de tesis. Ni una referencia a los antecedentes de Obama. Nada en relación con su mitad directamente africana por herencia paterna; nadie sabe tampoco que se crió en Indonesia, pocos conocen que su mujer y sus hijas son negras, por contraste con la publicidad que sí han recibido los Clinton (su hija Chelsea fue rápidamente conocida en Cuba durante la primera campaña de su padre). Pocos estudios tratan de reflejar los cambios sociológicos y culturales ocurridos en la sociedad norteamericana, donde los negros pasan a ser ya la segunda minoría.

Un analista y profesor del Instituto de Relaciones Internacionales adscrito al Ministerio de Relaciones Exteriores llegó a comentar que, en definitiva, Obama no era negro, sino mulato. Nuestro profesor traducía y proyectaba con ello su propio racismo. En términos de raza, esa clasificación es sólo válida para los cubanos y los dominicanos, no para los estadounidenses. La vieja mentalidad criolla del mestizaje necesario, que se desarrolló en las primeras décadas del siglo XX como modo de facilitar la asimilación y potabilización del negro en Cuba, se manifiesta en la concepción de esa “identidad infame” desarrollada a lo largo del siglo XIX en casi toda América Latina, que veía el mestizaje como resultado involuntario de la colonización blanca. Justo es decirlo, la excepción en esta mirada se llama Gilberto de Freyre, sociólogo brasileño de principios del siglo pasado, quien veía en el mestizaje una fuerza positiva.

La complejidad del impacto trasciende. Como en ciertos aspectos del desarrollo y estructura mentales los cubanos son premodernos e inmaduros, es decir, no asumen la introspección y el autoanálisis, la sociedad cubana no se ve a sí misma como racista, siéndolo. En este sentido se esconde detrás de la imagen que de sí mismo ha tenido el Estado, y sólo ve el racismo como rezago o reminiscencia de un pasado que en nada le corresponde. Y esa falta de introspección no permite ver que tanto la sociedad como el Estado tienen ya su propio pasado, y que ambos se ríen frente a la televisión cuando alguien se burla de los negros. ¿Hay algo más jerárquico que el poder de reírse, cómodamente, de los otros? Sólo el poder de vida o muerte que se abrogan como derecho los Estados.

Obama ha desnudado a todos en Cuba: a negros y a blancos. A la pregunta clave de si tendría posibilidades de llegar a la presidencia, muy pocos lo aseguran, entre ellos los mismos negros. Ahora bien, teniendo en cuenta que la estimación no se basa en el contraste de informaciones que no se poseen, se facilita el análisis del prejuicio casi en estado puro, porque traduce más las referencias y preferencias que el análisis objetivo de las tendencias culturales y políticas de la sociedad norteamericana.

Cubabarómetro, encuestadora cubana de la sociedad civil animada por el Dr. Darsi Ferrer (médico cubano conocido en los medios disidentes y con trabajo de excelencia en esta dirección) hizo la siguiente pregunta a 49 personas blancas de todos los sectores: ¿Ves oportunidades de que algún negro sea elegido presidente en Cuba después que termine el mandato del actual gobernante? Dieron respuesta positiva tan solo el 4% de los encuestados. Más de dos tercios (69.3%) dijo que no y el resto (26.5%) afirmó no saber. La muestra confirma mis reflexiones anteriores.

Justo es decir que, para una minoría vanguardista multicolor y birracial, el fenómeno de Obama es revolucionario. Es el espejo que nos pondrá frente a frente a nuestros propios demonios racistas y facilitará la discusión en profundidad, sacándola de la discusión de cámara que hoy anima, para contentar al poder en la lógica del pensamiento compensatorio, una parte del tercio negro ilustrado del país.

Por eso espero con certeza que Obama no termine como el Invisible Man (Hombre invisible) del escritor Ralph Ellison, que nos cuenta acerca de un brillante estudiante negro del Alabama de 1947. Después de probar sus credenciales en el aula, iba a ser obligado a confirmarlas en una pelea con los suyos, sus hermanos negros, esto es: consigo mismo, para satisfacción y goce de un grupo de espectadores blancos.

De no ser así, la Revolución Obama estará consumada como fenómeno global, al que Cuba no escapa ni escapará. Habría que esperar entonces por la revolución de Obama. Ya ésta es otra cosa.



Gálvez: Martí y la mansión infinita

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un artículo de Joaquín Gálvez

La estancia de José Martí en los Estados Unidos fue decisiva para reafirmar su credo artístico-literario. Si los demás poetas modernistas se nutrieron primordialmente de la escuela francesa para ejecutar una escritura que liberara al verso de la tiranía neoclásica y el romanticismo trasnochado, Martí fue consecuente con su criterio artístico y filosófico, y, por consiguiente, se nutrió hasta donde le pareció imprescindible de Francia. Pero es en Norteamérica donde encuentra eficaz acicate para continuar una obra que demostró con creces que el contenido no está reñido con la forma.

De los trascendentalistas, especialmente de Ralph Waldo Emerson, Martí incorpora la forma breve y sentenciosa en su poesía, como lo demuestran los Versos sencillos. Si comparamos el poema de Emerson A Mountain Grave (Una montañosa tumba) y el poema XXIII de Versos sencillos, podemos corroborar dicha aseveración. En una traducción de Una montañosa tumba, leemos:

Me gustaría morir,

donde todo viento que barra mi tumba

vaya cargado de un libre perfume

impartido con la caridad de un Dios

Leamos, entonces, lo que rezan estos Versos sencillos de Martí:

Yo quiero salir del mundo

por la puerta natural:

en un carro de hojas verdes

a morir me han de llevar

Ambos poetas se valen de la expresión breve y conceptual para vaticinar sus respectivos encuentros con la muerte. En ambos predomina la búsqueda liberadora de la naturaleza. Sin embargo, en Martí esa búsqueda se entrelaza con el sacrificio patriótico, como forma enaltecedora del espíritu en aras del deber cumplido:

No me pongan en lo oscuro

a morir como un traidor:

!Yo soy bueno y como bueno

moriré de cara al sol!

Asimismo, Martí participa con el filósofo de Concord de una nueva concepción religiosa, basada en la vida misma, pues encuentra su fundamento en la naturaleza como algo sagrado, virginal y revelador, despojada ya del pecado original y del dualismo cristiano. Emerson, quien fuera un pastor unitario, rompió sus nexos con la religión oficial y con los moldes del puritanismo calvinista, en busca de una religión del propio individuo, que le devolviera su verdadera libertad; y por ello trazó en la naturaleza una nueva ruta para el hombre, donde el bien y el mal, o el pecado original, desaparecieran. Por su parte, Martí también se va divorciando paulatinamente de sus raíces católicas, para alcanzar un credo universal en el que persiste una esencia ética tradicional, pero que no responde a los dictámenes dogmáticos de la religión.

Martí, a diferencia de Emerson, puso su pensamiento al servicio de la independencia y el surgimiento de una nación. Por eso en su papel de líder independentista no obró como un político, sino más bien como un guía espiritual. En él lo literario y lo político formaban un mismo cuerpo, cuya columna vertebral era su mística, su pensamiento metafísico, razón por la que su ideario adoleciera de un programa definido sobre el futuro de Cuba. Su ética revolucionaria, que no dejaba de ser religiosa, en el sentido más puro de la palabra, y su idealismo, fueron impedimentos para que asumiera la realidad de su nación con sentido común, tal como lo hizo Sarmiento en Argentina, claro está, en diferentes circunstancias. En el código político martiano no echó raíces lo que ya en su tiempo era un método efectivo de hacer política, al mejor estilo florentino o maquiavélico: The Real Politic.

Lo planteado anteriormente es correlativo con el ensayo Whitman. Existe un contraste entre el hombre natural al que le canta Walt Whitman y el que habita en Nuestra América. Los hombres naturales de Whitman van ganándose un espacio en la joven democracia norteamericana, bajo una estructura de poder constitucional, que se iba afianzando política y económicamente. Esta sociedad, a diferencia de las latinoamericanas, era más homogénea, predominantemente anglosajona.

En el ensayo Nuestra América, Martí manifiesta su anhelo de que las repúblicas latinoamericanas se erigiesen sobre los cimientos de sus elementos naturales; pero no llega a especificar cómo deben estar estructuradas políticamente, criticando, inclusive, a aquellos gobiernos latinoamericanos que imitaban fórmulas norteamericanas y europeas. Como consecuencia de su idealismo, Martí se vio imposibilitado -o estuvo renuente- a presentar un proyecto concreto para su América; es decir, una vez más le faltó -o no apeló- al sentido común para hallarle una solución viable o pragmática a los problemas sociopolíticos de su continente.

Tanto Emerson como Martí son pensadores con una visión universal, vista a través de sus respectivos pensamientos metafísicos. Por eso fueron predicadores de una mística de contenido ecléctico, a la que le añadieron también elementos de las filosofías orientales, como el hinduismo y el budismo. Este eclecticismo puede considerarse visionario, ya que en nuestro mundo postmoderno el llamado pensamiento de “La Nueva Era” comulga con esa misma visión de la vida.

Podemos, entonces, resumir que Martí y los trascendentalistas, sin proponérselo, fueron precursores de una mística y una forma de vida alternativa ante los efectos mecanicistas de la modernidad en el hombre y su dominante vida urbana. Esa alternativa, de aparente refugio, es nuestra mansión infinita: la naturaleza, el universo.



De El bardo inmortal, Barrio azul y El submarino amarillo

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“Mi autoestima se reduce a cero cuando leo párrafos y párrafos y no logro entender qué dicen. No me entusiasmaría provocar esa sensación en los lectores”, confiesa el escritor José Abreu Felippe a la periodista de El Nuevo Herald Sarah Moreno, a propósito del lanzamiento de su última novela, Barrio azul (Editorial Silueta, 2008). Pero la sencillez – Barrio azul está redactado desde la perspectiva de un niño- es sólo una de las virtudes de este libro, que contiene muchas otras.

La obra de José Abreu Felippe (La Habana, 1947) es extensa, y buena parte de ella ha sido publicada. Considerado por los críticos uno de los integrantes más destacados de la Generación del Mariel, entre sus títulos se encuentran Sabanalamar,Siempre la lluvia, Habanera fue (con sus hermanos Juan y Nicolás Abreu), Cuentos mortales y Dile adiós a la Virgen, así como los poemarios Orestes de noche,Cantos y Elegías y El tiempo afuera (Premio Gastón Baquero de Poesía en el año 2000).

Barrio azul será presentado por el editor y crítico Rodolfo Martínez Sotomayor. Será este viernes, a las ocho de la noche, en el Centro Cultural Español de Miami (800 Douglas Rd. Suite 170. Coral Gables). Para más información, los interesados pueden llamar al 305 448-9677.

Cortesía http://www.editorialsilueta.com

Un submarino en plena faena

El ensayista y editor Ignacio T. Granados propone una nueva revista cultural, alojada en la web de la editorial que dirige en Miami. Granados resume así el concepto de El submarino amarillo, que es como ha llamado a la publicación:

“Porque es un símbolo generacional e icono de una cultura, Ediciones Itinerantes Paradiso presenta por segunda vez una revista cultural bajo un tema de los Beatles. Esta vez se trata de El submarino amarillo, que, como antes lo intentó El tonto de la colina, pretende incidir en el panorama de la cultura local. Esta no es una revista literaria en sentido estricto, sino más bien una especializada en la manufactura y distribución del libro, así como en el tratamiento teórico de la literatura contemporánea, por medio de reseñas críticas. Pero sí incluiremos literatura, a modo de ilustración y aligeramiento de nuestra densidad; y, por lo mismo, eso la hace el medio ideal para la exposición de los autores a un medio de promoción activa para su trabajo”.

Al texto completo de la presentación, así como al primer número de la revista –que les recomendamos fervientemente-, puede accederse aquí:

http://www.editpar.com/submarinoamarillo.htm

El bardo inmortal

un cuento de Isaac Asimov

-Oh, sí -afirmó el doctor Phineas Welch-. Puedo resucitar los espíritus de los muertos ilustres.

Estaba un poco bebido. De otro modo, quizá no habría dicho eso. Desde luego, era perfectamente natural hallarse un poco embriagado en la reunión anual de Navidad.

Scott Robertson, el joven profesor auxiliar de literatura inglesa, ajustó sus gafas y miró a un lado y a otro, para cerciorarse de que nadie los había oído.

-¿De veras, doctor Welch?

-Tal como digo. Y no sólo los espíritus, sino también los cuerpos.

-Yo diría que eso es imposible -manifestó muy estirado Robertson.

-¿Y por qué no? Es una simple cuestión de transferencia temporal.

-¿Se refiere usted al viaje en el tiempo? Pero eso... digamos que me parece completamente… insólito.

-No si se sabe cómo.

-¿Y bien, doctor Welch? ¿Cómo lo hizo?

-¿Cree que voy a revelárselo? -preguntó gravemente el físico. Miró vagamente a su alrededor buscando otro trago, pero no halló ninguno:

-Hace poco resucité a algunos muertos ilustres. Arquímedes, Newton, Galileo… ¡Pobres tipos!

-¿No les gustó el mundo de hoy? Yo hubiese pensado que quedarían fascinados ante la ciencia moderna -opinó Robertson, que empezaba a disfrutar de la conversación.

-Sí, claro que se quedaron… En particular, Arquímedes. Al principio pensé que iba a volverse loco de alegría, hasta que le expliqué algo de ella en un poco de griego que había estudiado. Pero no... no...

-¿Algún problema?

-La gran diferencia cultural. No lograban acostumbrarse a nuestra forma de vida. Se sentían terriblemente solitarios y asustados. Tuve que devolverlos a su tiempo.

-¡Qué lástima!

-Sí. Grandes mentes, pero no flexibles. No universales. Así pues, probé con Shakespeare.

-¿Qué! -aulló Robertson, a quien el personaje tocaba más de cerca.

-No grite, muchacho -recomendó Welch-. Es de mala educación.

-¿Ha dicho que resucitó a Shakespeare?

-Pues sí. Necesitaba a alguien con una mente universal, que conociera lo bastante al ser humano como para ser capaz de convivir con él fuera de su propia época. Shakespeare me pareció el más indicado. Por cierto, me dejó su firma como recuerdo...

-¿La tiene aquí? -preguntó Robertson, con ojos desorbitados.

-Aquí mismo -Welch hurgó en los bolsillos de su chaqueta, uno tras otro-. ¡Ah, aquí está!

Tendió al profesor una tarjeta en cuyo anverso podía leerse L. Klein e hijos. Ferretería al por mayor. En su reverso aparecía escrito, con enrevesada caligrafía, Will Shakespeare.

Una disparatada conjetura asaltó a Robertson.

-¿Qué aspecto tenía? -preguntó.

-No lucía como en sus retratos. Calvo y con un feo bigote. Hablaba con marcado acento irlandés. Desde luego, hice cuanto pude por reconciliarle con nuestra época. Le dije que teníamos en la mayor estima sus piezas de teatro y que aún seguíamos representándolas. De hecho, le aseguré que en nuestra opinión eran las obras maestras de la literatura en lengua inglesa, tal vez las obras maestras de toda la literatura.

-Muy bien… muy bien… -aprobó Robertson sin aliento.

-Le expliqué que se habían escrito volúmenes y volúmenes de comentarios sobre ellas. Naturalmente, deseó ver uno de ellos y fui a buscárselo a la biblioteca.

-¿Y...?

-¡Ah! Se mostró fascinado. Desde luego, tropezó con dificultades respecto al idioma actual y las referencias a los acontecimientos ocurridos a partir del 1600, pero le ayudé a comprenderlos. ¡Pobre hombre! No creo que esperase tal trato. “¡Alabado sea Dios!”, comentó. “¡Qué de cosas han parido las palabras en cinco siglos! ¡Qué homérica inundación puede dar de sí un paño mojado!”.

-No… no diría eso. William Shakespeare no diría eso…

-¿Y por qué no? Escribía sus piezas con la mayor rapidez posible. Tenía el plazo limitado, me dijo. Por ejemplo, acabó Hamlet en menos de seis meses. El argumento ya era conocido. Él se limitó a pulirlo.

-Es todo lo que se le hace a un espejo telescópico… pulirlo -se indignó el profesor de literatura inglesa.

El físico pasó por alto la observación y, reparando en un cóctel incólume sobre la barra, a sólo unos pasos, se lo apropió.

-Le dije al bardo inmortal que hasta dábamos cursos universitarios sobre Shakespeare.

-Yo doy uno.

-Lo sé. Lo matriculé en su curso nocturno de ampliación. Jamás vi a un hombre tan ávido por descubrir lo que la posteridad pensaba de él como lo estaba el pobre Will. Trabajó con mucho empeño en eso.

-¿Matriculó a William Shakespeare en mi curso? -farfulló Robertson.

Incluso considerándolo como una fantasía alcohólica, el pensamiento le causó vértigo. ¿Pero era en verdad una fantasía alcohólica? Comenzaba a recordar a un hombre calvo de raro, singular léxico.

-No con su nombre verdadero, desde luego -dijo el doctor Welch- ¡Lo que tuvo que soportar! Cometí un error, simplemente. Un gran error. ¡Pobre tipo!

Había alcanzado ya el cóctel y meneaba la cabeza con la vista clavada en él.

-¿A qué error se refiere? ¿Qué sucedió?

-¡Tuve que enviarle de nuevo al 1600! -rugió Welch con indignación-. ¿Cuánta humillación cree usted que puede soportar un hombre?

-Pero… ¿de qué humillación me habla?

El doctor Welch vació de un solo trago su copa.

-¡Usted, amigo mío...! ¡Usted cometió la imperdonable estupidez de suspenderlo!



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El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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