Actualizado: 17/04/2024 23:20
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La columna de Ramón

Carta a Agustín Parla Orduña

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Volátil, audaz y pilotero Agustín Parla Orduña:

Nunca ha sido fácil ser un pionero. En mi época no resultaba muy complicado, pero luego se encargaban constantemente de recordarte tu condición sacrificada, atormentadora, y terminaba uno deprimido por la eterna dolencia cerebral del guía que te tocara.

Y no es que los guías de pionero te tocaran. Todos padecían de una migraña feroz y musical, según la letanía clásica de acampadas y viajes, que decía, más o menos: "A mi guía, a mi guía, le duele la cabeza,/ el médico le manda una corbata negra", con lo que se lograba poner a los niños de condición pioneril al borde de un derrame cerebral por dos complicadísimas contradicciones: o el médico era un imbécil brillante o no se había enterado que las corbatas desaparecieron.

Usted tuvo otra suerte. Fue pionero de otra manera, sin mucho soviet en el ala, por eso se libró de intentar alcanzar la gloria de aquel paladín estalinista que denunciara a su propio padre y este, equivocándose en la noción de propiedad privada, lo hizo gandinga de chivo ucraniano por su precocidad chivateril, y el gobierno férreo del Pepe metálico elevó luego al infante al altar comunista. Un hijo es como la tierra, de quien lo trabaja, y los gobiernos de esa tendencia le labran y siembran con más entusiasmo que la propia familia, a la que dejan de pertenecer. Así que nadie le pidió a usted convertirse en soplón filial, y pudo de esa manera volar libremente a su albedrío, que no he descubierto para qué lado tira.

Déjeme presentarlo de otro modo, que si no seguiré chapoleteando, sacando sancochos mentales, irradiaciones odiosas de mi etapa primaria, junto a hogueras inútiles, en el inicio de una labranza cerebral que ha hecho de mi un perfecto inútil en este mundo de créditos y débitos. Su nombre brilla en el firmamento de la Isla porque fue el primer cubano en lograr lo que ahora es un lugar común: estar en el aire, que es como decir que fue el primer aviador en nuestra historia terrenal.

Corro un gran riesgo diciéndolo de ese modo. En el aire, lo que se llama tener las patas por encima del surco, solamente un grupo selecto y muy anterior, comenzando por el archiconocido Matías Pérez, doblando hacia el noreste con Domingo Blino y abriendo paso a todo un largo pelotón de ahorcados, que si bien no volaron, ni lo hicieron en su mayor parte por voluntad propia, clasifican como hombres ligeramente aéreos, aunque, si queremos rigor, se acercan más a lo arbóreo. Y mezcló todo eso porque al final resultó usted un experto en dos materias: la aviación y el suicidio, aunque lo primero lo practicó poco, por la incomprensión gubernamental, y lo segundo lo ejerció una sola y definitiva vez. Esa es una materia en la que no se suele repetir, ni hay segundas vueltas. Casi nadie se pega un tiro en la sien y luego tiene ánimo para envenenarse.

Había nacido en Cayo Hueso, el 11 de octubre de 1887, en plena temporada ciclónica, lo que pudiera explicar su tendencia a la ventolera, y a volverse un cayo hueso duro de roer. Sus padres, emigrantes, habían colaborado con Martí, que es otra señal para que el cuerpo se eleve y le huya al fanguero terrestre. De modo que en la segunda década del siglo XX, se convirtió en el primer alumno cubano en graduarse del curso de la Escuela de Aviación Curtiss de La Florida, en uno de aquellos aparatos que andaban entre la carretilla y la chiringa.

El 9 de febrero de 1912 fue declarado vanguardia por el piloto norteamericano Charles Witner, su instructor, cuando realizó su primer vuelo. Yo no tuve instructores en mi primer vuele, y no conservo diplomas ni imágenes claras, solamente nociones y palpitaciones. En cambio, usted tuvo la oportunidad de hacerlo como estaba escrito en los manuales, que eran de reciente factura, como de la semana anterior, porque en esa época se estaba inventando todo a la carrera.


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