Actualizado: 30/04/2024 23:28
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La columna de Ramón

Carta a Agustín Parla Orduña

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En 1913 su historia se puso buena. Consiguió su propio aparato, un desvencijado hidroavión, gracias a rifas, campañas y colectas de amigos y admiradores. He de explicar que un hidroavión no es un tareco que funciona con agua, aunque se han hecho muchísimos intentos de que así sea, sin muchos resultados.

Tampoco es cierta la teoría de que los cubanos estamos más aptos para la Aviación sólo por consumir huevos y carne de puerco. Tener el colesterol en las nubes no nos convierte en pilotos. Es innegable que estar desinformados y con el colesterol en la estratosfera se anda como en el aire. El equívoco se ha reforzado por las estadísticas. Las encuestas practicadas arrojan que uno de cada dos cubanos ha manifestado —en secreto, eso sí— su deseo de "volar de allí, o irse a casa del carajo".

Ese año, y siendo 19 de mayo —no olvidar lo martiana que era su familia—, se lanzó a conquistar la ruta Cayo Hueso-La Habana, para ganar un concurso del Ayuntamiento capitalino, que ofrecía 10 mil toletes contantes y sonantes al piloto que primero lo hiciera en menos tiempo. Nada, lo siento. Falló por coquito, pero se insertó en el corazón del populacho haciendo las cosas a lo cubano.

A un cubano no le importa que las cosas salgan bien, sino cómo se hacen. Juantorena llegó con el corazón en la mano y los mártires de Granada se inmolaron envueltos en una bandera, con lo cortico que es ese trapo. La onda es el envoltorio, el ingrediente curujey que le añada, que a la gente no le importan tanto los resultados como que lo haga con bravuconería, a lo cowboy, aunque se despetronque en el intento.

Las condiciones del tiempo tuvieron mucho que ver, pero así y todo usted dijo: "allá voy", y se lanzó Parla con una brujulita de bolsillo, nada profesional, que con el traqueteo de aquella catana le fue indicando otra cosa y casi aterriza entre los esquimales. Menos esquimal que divisó las costas de la Isla y luego declaró que lo salvaron las palmas, las palmas deliciosas —que también las hay en La Florida o en Puerto Rico—, y cayó de fly a cincuenta kilómetros de lo previsto, y sorprendió a los habaneros entrando por el lugar que no esperaban. Suerte la suya con las palmas, que no eran Las Palmas de Gran Canaria. Esas maticas han salvado a muchos en este mundo, empezando por el ganado porcino, que en ellas tiene corral y proteínas.

También le debemos otras proezas, como la primera foto aérea de la capital, que algún día servirá para reconstruirla, cuando desaparezca el piloto que nos tiene suspendidos en su cosmos, y nadie se explica muy bien cosmos ha sido. Un sátiro que se cree céfiro.

Pero usted no agarró este despelote, que tiene ligerísimas cosas buenas como el deshonor. Usted se quedó sin trabajo, sin cargo ni el sello de correos que le habían prometido sacar, y se fue para la casa y se voló —nunca mejor dicho— el baúl de los recuerdos. Con lo fácil que le hubiera sido ahora cambiar de profesión y hacerse artesano, marinero en tierra, vendiendo pulsos, aretes, cabezas de nigromantes o sandalias. Tal vez, con su valor y su experiencia en las alturas hasta dirigiría una empresa de cosas inútiles pero decorativas.

Nada, Parla, que no ligo el parle, y años más tarde viene otro aguerrido piloto como yo a sacarlo de su nimbo aerostatito, porque mi larga experiencia con pilotos me lo permite. No sabe cuántos años dediqué al pilotaje, de piloto en piloto, hasta caer en tierra firme. Será por eso que siempre miro al cielo. No sé si es esperándolo a usted o para ver el rastro de Superman, porque el del superman ya lo dejé en aquel islote donde lo enterraron el 31 de julio de 1946.

Con las hélices oxidadas,
Ramón


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