Actualizado: 18/04/2024 23:36
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La columna de Ramón

Carta a Carolina Poncet y de Cárdenas

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Pedagógica y buscona Carolina Poncet y de Cárdenas:

Que el mundo está mal hecho no es un descubrimiento mío. Es más, creo que tengo poca culpa en eso, aunque me he esforzado aportando disparates diversos. Y como el último lugar donde se pudiera arreglar el mundo es en la isla que me vio nacer —donde realmente los nacidos en ese trozo de tierra buscamos soluciones descabelladas que terminan poniendo al mundo irreconocible, peor que como estaba—, mi percepción del universo es una percepción perversa. Y una de esas perversidades ha sido el papel que la mujer ha tenido en mi país.

En otros sitios, el papel más común en la mujer es el papel de cocina, para no hablar del papel higiénico. Pero en los últimos cuarenta y pico de años, ni eso, por algún problema de pulpa o de bagazo. Cualquier filosofo alemán concluiría, muy a la ligera y germanamente, que en Cuba la mujer no tiene papel, olvidando que de vez en cuando las representantes del llamado —erróneamente— sexo débil hojean un periódico, de modo que algún papel tienen entre las manos. O sostienen.

Hay, sin embargo, otros dos importantes papeles que ha tenido la mujer de mi tierra, si entendemos papel como función, y no como el resultado de todo un proceso químico que sirve lo mismo para un cartucho que para una orientación de arriba. Son el de objeto y el de madre. En lo segundo hay una hondísima contradicción a pesar de que todas han venido a este mundo perverso debidamente equipadas con el instrumental necesario para la producción de niños: vulva, vagina, útero y “ay, papi, qué rico”.

Sucede que, en mis incansables investigaciones populares, todos se empeñan en afirmar que “madre hay una sola”. De modo que el puesto de madre siempre esta ocupado. Habría que intentarlo en el oriente del país, donde, de vez en cuando, algún científico de esquina afirma que “madres hay una solas”, para que se ensanche la plantilla aunque sea fonéticamente.

Que yo sepa, usted no quiso ser mujer-objeto. Hay algunos objetos muy feos, y mujeres-objeto realmente aborrecibles. Yo no abogo por la igualdad. En realidad no abogo por nada, pues si no nado me abogo. Me gustan las cosas claras y el chocolate por la libre, y que cada cual ocupe el lugar que quiera. Si una mujer desea ser objeto, pues que se esfuerce en no ser un objeto inútil. Las hay que intentan ser objetos y resultan tarecos, y los hombres somos, más que objeto, objetivos. Pero en su caso, nació usted con un cerebro de los buenos, una inteligencia que la alejaba del anafe, y unas ganas tremendas de ser útil mas allá de la comadrita, así que se puso a estudiar, a investigar, y a escribir.

Una mujer investigando es cosa seria, porque tienen como una tercera capa en el moropo, casi una membrana, que les da ventaja sobre los machos. Eso les agudiza la mirada, les pone el olfato a mil y les va creando una clarividencia asombrosa, como a tres kilómetros del útero. A esta altura, y en habiendo conocido muy de cerca peerles a cientos de ejemplares del sexo opuesto —no entiendo por qué le dicen sexo opuesto si lo que más deseamos es tener sexo con ellas— he llegado a brillantes conclusiones que algún día pondré en un informe. Una de ellas se refiere precisamente a ese aguzado olfato de las féminas. Y afirmo que el hombre inventó los perfumes por pura envidia, para atrofiarles las mucosas nasales y, con ello, el mondongo craneal.


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