Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Humor

Carta a Consuelito Vidal (II)

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Ya daba lo mismo que los papeles secundarios los asumiera un Aldana que un Pastrana, siempre que no pisaran el texto del actorazo principal, ex galán de noche, el mismo que motivó la amarga guarachita a la que pocos hicieron caso, y que reza, para mis ardientes pesadillas: "Se acabó la diversión/ llegó quien tu sabes y mandó a parar". Y hay que ver como lo paró todo parado, erigiéndose primer cómico del atolón, con rango mundial.

Entonces, por mandato y ley, a pesar de que existían dos Celias, una negra y otra blanca, se extendió una tercera, la suya propia, la que invento o provoco: mi Celia total por los cuatro costados. Mi Celia económica y espiritual, mi Celia galopante en todos los estratos de lo que es la persona. Cabeza, tronco y extremidades extremistas.

La fachada hizo cataplún, dejando al descubierto la inutilidad de los cubiertos, mientras un numeroso grupo de traidores nos pusimos a cubierto, repoblando, entre otras zonas del planeta, la cuenca del Rhin, los alrededores boscosos de Oklahoma, los arrozales de Okinawa —en Oriental se pronuncia Okay, nagüe—, el divertido fanguito de los Everglades y los pinares de Toronto, que suelen ser más esbeltos que los de Mayarí. La parte que no era precisamente el producto interno bruto se dio a la desbandada cuando comprendió que hasta el refajo era con orden. Con orden estatal.

Por suerte —iba a decir Gracias a Dios, pues recordé lo de "hay que tener fe"—, tus inicios en RHC Cadena Azul fueron intensos, diversos y variados. Era 1943 y llevabas la constancia y esa alegría siniestra que nos han dejado en la vinagrera los oriundos de Galicia. Así que no te amilanaste al primer fallo y volviste a la carga, y lograste abrirte camino como actriz, cantante, anunciante, locutora, presentadora, animadora y luego, para siempre, como mujer cubana, campechana y vivaracha. Y a la par, te realizaste como madre. Aunque, claro está, con ligeros tropiezos, leves dificultades que van más allá de la cocina y el agromercado.

Uno de esos ligeros tropiezos compone, escribe, esculpe —para ambos lados—, empolla poemas, coacciona cuentos, narra coacciones, canta, y come frutas de la mesa del Jefezaso. Brinca gritando que el que no salte vive en Oklahoma. Pretende estar en todo. Con todos y para el mal de todos. Cualquiera tiene un error en la educación de los vástagos. Los otros te salieron cariñosos y normales, así que no nos preocupemos por una oreja descarriada.

Tal vez no le prestaste demasiada atención. En un potrero donde ya daba lo mismo ser Chicha que limoná, es posible que tu piloto automático se relajara, y muy al fondo pensaras que alguien de tu estirpe pudiera hacer lo que te fue vedado por natura. Tu misma lo confesaste un día de este modo: "Traté de ser dibujante, no lo logré; traté de ser escultora, tampoco. Cuando terminé el piano, tuve la certeza de que iba a ser una pianista mediocre y a esta palabra le tengo terror". También tomaste clases de declamación, y declaraste que "parece que por ahí me entro el bichito". Lo que en ti fue ese mínimo y deslumbrante insecto, ese duende, en ese hijo del que hablo fue comején extendido. Pero eso no empaña tu empeño.

Ya te dije que ejemplares de cubanas, para no decir cubanas ejemplares, hay muchos. Se contradice el modelo. Uno de los más mentados, o el que sacan con más frecuencia cuando el Cómico Nacional se pone Trágico, es el de Mariana Grajales. Sospecho que Mariana era una madre muy templada. También me huelo que llegó a ponerse mal de los nervios viendo a aquella muchedumbre de mulatos desandando todo el santo día por el bohío. Así que la campana de La Demajagua le cayó como anido al dello, y se libró de la molotera familiar mandando marido e hijos para la guerra. Tú no tuviste esa suerte.

De todos modos, hiciste algo muy difícil en esta jubilosa desunión que padecemos los cubanos, este virus nacional que nos marca con fuego: caerle bien a tirios y troyanos. Y que todos sintamos tu adiós como un disparo en el pecho. Sobre todo la gente, que para eso ve televisión. Porque hay que ver, en la situación en que está el patio, no solamente por dónde, sino para dónde se van los tirios. De seguro que para la cuenca del Rhin.

Con la fachada incólume,

Ramón


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