Actualizado: 25/04/2024 19:17
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La columna de Ramón

Carta a José López Rodríguez (I)

Si un hombre con tanto dinero se mata en Cuba, qué le depararía el destino a uno que tiene el lavamanos tupido y una nevera sin siquiera cucarachitas alemanas.

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Suicidario, gallegancio y potajero José López Rodríguez, Pote:

Pocas personas en este mundo son alérgicas a las vacas. Si descontamos unos cuantos millones de hindúes, ciertos vegetarianos empedernidos, al capitán Nemo y a algunos miembros del antiguo Directorio Revolucionario 13 de marzo, a los demás terrestres la onda vacuna nos cae de maravillas. Sin embargo, usted murió de ellas.

Claro que no eran cuadrúpedos mugidores, pastoriles, con tarros y la piel alejada del taburete, sino aquellas Vacas Flacas metafóricas, que fue cómo se conoció la crisis económica de los años veinte, cuando bajó el precio del azúcar cubano en el mercado mundial y comenzó a salarse nuestra vida. Se podría inferir que usted falleció por propia mano a causa de la diabetes, pero no soy entendido en glucosas, y no entiendo cuándo se tiene el azúcar baja o alta. No he pasado de la guarachita de Rolando Laserie Tiene la azúcar abajo.

Seguramente hubo cientos de cubanos que ñampiaron en aquel desastre. Unos de estupor, otros de lenta inanición, y hasta a quienes ayudó amablemente el gobierno de Gerardo Machado a ver a Caronte cara a cara. Pero en su caso fue relevante por causas varias, comenzando porque en su caso particular y peculiar, era dueño, o lo había sido, de una extensa fortuna, amasada —no sé por qué siempre se dice "amasada", como si los millonarios vivieran en la bóveda de un banco tocando billetes las 24 horas— con esfuerzo y picardía asturiana, porque ahora mismo no está muy claro si había llegado usted de la fría y suspicaz Galicia o de la verde y mineral Asturias, paaaatriaaa queriiidaaa.

En efecto, era usted un hombre rico, muy rico. Y cuando afirmo esto no quiero que nadie confunda rico por sabroso, aunque parece ser que usted tenía un modo de ver la vida más sabroso que rico, una manera de hacer de lo difícil una absoluta gozancia, y eso lo llevó a la fortuna, y al verbo amasar. Lo que muchos ven ahora como un defecto o una falla de su moral —hacer dinero— lo entiendo yo como una virtud. Pudo haber sido un agresor sexual, un militante comunista o un asesino en serie, pero no; se puso para las cosas con ese hobby de juntar billete sobre billete, y había que ver cómo se esmeró para legarnos edificios y entidades que ni el tiempo ni la precisión destructiva del actual gobierno han podido derribar.

Todo comenzó por lo que en la Madre Patria se denomina "braguetazo", y que Antonio Machado versificó espléndidamente de esta guisa: "que fue casarse con una/ doncella de gran fortuna". Las malas lenguas —que para eso son malas lenguas— le fustigaron por ese detalle nimio, que no era más que un peldaño en su superación personal, y que es también para mí el verdadero amor puro.

Si uno arma la vida con una muchacha, por muy bonita que sea, con tantos problemas económicos que hasta podría asegurarse que es pobre, cuando pasan los dos o tres meses de pasión y ella empieza a no lavarse el pelo por falta de champú, o a quejarse de lo cara que está la vida, y a jugar a ese juego macabro que es la frialdad en los calderos, todo se va a bolina, que es como se dice en rumano irse a la mierda.

En cambio, una muchacha con medios económicos y tiempo para la peluquería, con propiedades y responsabilidades, que le arrime a uno esa generosa ternura monetaria, ya es garantía de largos y fructíferos años de pasión renovada. Cada vez que firma un cheque, nuestro corazón se inflama y la testosterona se pega al techo.

Si eso no es amor, que mueran los románticos (es curioso que todos los que proclaman ser románticos tienen en común síntomas como desnutrición, alcoholismo, drogadicción, tuberculosis, piorrea, falta de higiene, intemperismo, vagabundeo, esquizofrenia, nocturnidad, alevosía, chancros, sarcomas, atrofia genital, bronconeumonía, delirios de grandeza, desamparo textil y calcificaciones cervicales), esos seres inflamados y extraños que suelen no rebasar la pubertad.


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