Actualizado: 25/04/2024 19:17
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La Columna de Ramón

Carta a Pedro Antonio Santacilia Palacio

Aunque Santacilia y Lafargue fueron pioneros, la exportación de yernos en Cuba no alcanzaría su esplendor hasta bien entrado el siglo XX.

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En territorio nacional se puso a fundar cosas y colaborar con periódicos y revistas —ya lo dije, ese fatal libre albedrío, cará— como la publicación Ensayos literarios —al que le sirva el ensayo, que se lo ponga—. Su pluma retozona colaboraba con El Redactor, Semanario Cubano, El Colibrí, El Artista, El Almendares —que era una publicación contaminada, tal vez financiada por la CIA—, El Orden, La Semana Literaria y otra cosa cuyo título me sugiere que tenía que ver con la economía cubana: La Piragua.

Y claro, tanto pensar por sí mismo, tanto exponer sus puntos de vista, tenían que terminar mal, conspirando con Narciso López, que le valió cárcel y deportación, esta vez ya en su nombre, expulsado de suelo patrio, lanzado a ese inmoral mundo extranjero y capitalista.

El destierro le produjo un gran dolor, un dolor inexplicable, un dolor acerbo. Nunca he estudiado medicina, pero presiento que un "dolor acerbo" debe ser de los dolores grandes y graves. Usted mismo lo escribió en unos versos que también pudo garrapatear José Tejedor, cuando dijo: "No más, Cuba hermosa, veré tus montañas,/ tus límpidas aguas, tu fúlgido sol...".

Y luego comienza a quejarse de lo que le esperaba, que usted no veía como placer o turismo, sino como una desgracia: "que pronto vagando por tierras extrañas/ ni habrá quien escuche mi lúgubre ¡adiós!". Ahí fue que me enteré que, además de dolores de muela, oído, estomacales y cerebrales, existían otros, cuando plasmó: "Por eso abatida mi frente altanera/ la nube oscurece de acerbo dolor".

Durante algún tiempo esos versos me produjeron cierta confusión. Yo me fui de lo que suelen llamar territorio nacional precisamente para estar abatido. A batido en la mañana —de mamey o mango—, a batido al mediodía —¿guanábana?— y cerrar la jordania con otro de trigo, eran mi sublime aspiración gastronómica. Pero, ver para creer, en su caso fue a abatirse por los rincones, quejándose de lo que yo creo una gran suerte.

Ese poema, titulado certeramente Adiós, no se queda ahí, sino que se hincha hacia el final cuando menciona su "voz postrimera", que es otro tipo de voz, entre nasal y ronca, y le echa la culpa al destino ("quiere el destino que lejos sucumba/ del suelo adorado que vida me dio") y de su final vegetal.

A mi modo de entender los tropos, elige usted un cierre como de boniato, por esa alusión a que el suelo de la Isla le dio vida. Solamente le faltó indicarnos el surco en que lo plantaron y el tipo de tierra utilizado, con su PH, su granulación y la temporada en que lo hicieron.

Mas, he ahí el detalle más relevante, la causa de su dolor acerbo: "Mi triste familia que gime angustiada/ al cielo elevando ferviente oración". La familia que queda atrapada en ese islamismo nacional hace siempre la misma gracia: gime angustiada. Y no vea cómo piden auxilios electrónicos y ayudas económicas, mientras anda el desterrado batiéndose con los batidos. Como si ingerir un triturado de mamey con lácteo fuese símbolo de riquezas.