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La Columna de Ramón

Carta a Ruy de Lugo Viña

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Cuando se olió que el amable público argentino no le iba a aguantar un estreno más, enfundó el petate y partió hacia Nueva York, en busca de unos espectadores si no más amables, al menos más bilingües. Está comprobado que no hay como una platea repleta de bilingües para dejarle pasar obras a uno. En lo que llegan a entender a fondo, ya se puede andar en un tren por Conecticut, en el departamento de fumadores, haciendo crucigramas. Tal vez usted se aconsejó, a pesar del público bilingüe, y no estrenó nada dramático, sino que se puso para el periodismo y fundó otra publicación. Me extraña que nadie lo apodara en la Gran Manzana Ruysito Fundora, pues cada vez que plantaba la carpa fundaba algo.

Para completar su currículo periodístico se fue más tarde a la capital mexicana. Allá, haciéndose el cuate, ejerció como redactor de Excelsior y El Universal, como pensando en la envidia que iba a darles a las tambochas provincialmente literarias del Liceo cienfueguero cuando regresara. Ser cubano y trabajar en Excelsior no da necesariamente mucho prestigio. Conozco casos que han terminado siendo personas miserables y hasta abominables, pero sospecho que ya eran así cuando entraron a la publicación.

Ya para entonces se había convertido en sutil y encendido polemista, y en un articulista de éxito, lo que me hace pensar que escribía excelentes artículos de consumo. Era creativo y bastante independiente, y cuando se ejerce la profesión con esas miras, se poseen 99 papeletas para visitar el presidio a cada rato. Así le sucedió en el retorno a suelo patrio. Le dio por meterse con el gobierno de Mario García Menocal, siendo plantilla del Heraldo de Cuba, y la plantilla completa fue ubicada en una alegre mazmorra cuando cerraron el diario.

Esa fue una buena inversión, suya por supuesto, pues agarró prestigio, y con ese prestigio, más la mirada ligeramente profunda que sabía poner —no olvidar que ya incubaba la gran idea de la Intermunicipalidad Universal—, fue electo concejal del Ayuntamiento habanero, que es una manera de desarrollar proyectos sociales y ejercitar los maxilares mordiendo el jamón.

No quiero seguir hablando de los lugares en que trabajó, que no soy jefe de personal de empresa alguna. Cuando uno lee lo que trabaja la gente por ahí, termina agotado. Al menos a mi me horroriza leer sobre trabajar. No puedo ver las pirámides de Egipto sin fatigarme, y me pongo a pensar, sudando, en todos aquellos pobres tipos arrastrando inmensas piedras para que los faraones tuvieran un confortable último reducto, en vez de estarse bañando en el Nilo.

Es cierto que por esos años el río estaba repleto de cocodrilos, así que tal vez era preferible ponerse a arrastrar grandes cambolos, con la secreta idea de sepultar, con más seguridad, al faraón. Yo, personalmente, prefiero a los cocodrilos, aunque no escatimaría fuerzas si la cosa es enterrar a un gran jefe. Me viene a la mente uno específicamente, pero preferiría echarlo al agua infectada de depredadores.

Me fui del tema y le pido perdón. Considérelo como mi horario de merienda, o que me puse a recorrer el municipio dándole cráneo a su obsesión intermunicipal, que no acabo de acomodarme en la silla turca. Posiblemente usted haya pensado en algo distinto, como que cada municipio pueda establecer relaciones con otros países. Leyendo la historia de los viajes al extranjero que hizo a costilla de esa idea, se me ocurre pensar que se creía usted mismo un municipio, y se había impuesto relacionarse lo más estrecha y divertidamente que pudiese con el resto de la humanidad.