Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Ganó el deporte: Cuba, segundo lugar

Sushi 10, Picadillo de Soya 6. El Clásico Mundial de Béisbol y la pelotización de la política.

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Le debo una disculpa al equipo cubano de béisbol. Antes de que empezara el Clásico Mundial no daba por ellos ni 20 centavos (aunque pensándolo bien, al cambio eso representa más o menos el valor de un mediodía de trabajo en moneda nacional).

Suponía que no pasaría de la segunda ronda y que el juego con República Dominicana iba a ser como un juego de fútbol entre Caimito y Brasil, con el equipo Cuba en el papel de Caimito. Pero no. Ocurrió que en su camino a la final del Clásico Mundial de Béisbol, Caimito derrotó a Venezuela, Puerto Rico y República Dominicana.

Sospecho que los compatriotas que celebraban en Cuba la victoria ante Dominicana no tenían idea del alcance de esta. En Cuba, las Ligas Mayores de Béisbol son un mito como El Dorado o El Bistec Que Se Sale Del Plato, porque en Cuba no tienen la oportunidad de ver los juegos de las Grandes Ligas. Y es que las Grandes Ligas —al igual que el bistec— impresionan más como realidad que como mito.

A los pitchers de Grandes ligas les está prohibido lanzar ante una alineación integrada por bateadores como Tejada, Pujols, Ortiz y Beltré, sin pasar antes y después por un psicoanalista. Y ahí está el problema, porque después de ganar al equipo que parecía el más fuerte del campeonato, perdieron la final con Japón y parece que en Cuba nadie se enteró de eso.

El titular de Granma decía: "¡Con las botas puestas!" (dejando fuera el consabido "Cayeron"), lo cual, más que una alusión a la derrota final, parece la declaración —un tanto enfática— de lo bien que los peloteros cubanos se saben amarrar los cordones. Posiblemente sea así y la preocupación de los cubanos por tener los zapatos bien abrochados haya sido aprovechada por los japoneses para anotar 4 carreras en la novena entrada.

Caimito contra Japón

Por otra parte está el recibimiento que le dieron al equipo en la Isla. Antes, cuando ganaban campeonatos mundiales y Olimpiadas, los iban a esperar al aeropuerto el ministro de Deportes y unos cuantos parientes a ver qué les habían traído: medallas al ministro y zapatos para el resto. Ahora les han dado un recibimiento sólo comparable al que darían al Papa si llegase acompañado de los doce apóstoles y de la comida sobrante de la última cena.

Sólo caben dos posibilidades: los compatriotas, o no se enteraron de que perdieron el último juego o, si se enteraron, aun así fueron a comprobar por sí mismos lo bien que se habían amarrado los cordones de las botas, porque esta vez los zapatos no iban a alcanzar para todos los que irían a recibirlos.

Es que el equipo logró entusiasmar con sus victorias a todos los compatriotas: desde los trabajadores sociales del Comandante hasta los viejos batistianos que quedan por mi barrio. Y entre estos dos grupos, toda la escala social de nuestros compatriotas, desde rotundos conocedores del deporte hasta aquellos cuyas nociones de pelota son tan vagas e imprecisas como las notas de Granma sobre la destitución de un ministro, pero no dejan de entusiasmarse hasta con el calentamiento de un pitcher.


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