Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Detrás de un nombre de mujer…

En este año que acaba se conmemoró el aniversario 30 del inicio de la aventura militar cubana en Angola, una página de nuestra historia en la que el pueblo fue engañado, manipulado y arrastrado a una guerra que se cobró 2.000 vidas.

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En referencia al papel jugado por el gobierno soviético en aquella guerra, Castro señala: “Ellos, aunque no fueron consultados sobre la decisión cubana de enviar tropas a la República Popular de Angola, habían decidido posteriormente suministrar armamento para la creación del ejército angolano y habían respondido positivamente a determinadas solicitudes nuestras de recursos a lo largo de la guerra”. Estas palabras entran en contradicción con la generalizada opinión de que el gobierno de la Isla participó en esa guerra a instancias del soviético o —cuando menos— en contubernio con él, toda vez que la economía y recursos militares cubanos hubieran sido insuficientes para sostener tan larga y permanente presencia en la nación africana. ¿Y qué decir del combustible que movía los medios de combate y las caravanas de suministro para el Ejército?

Los grandes ausentes

Es sintomático que, tanto en las entrevistas a los veteranos de Angola como en las crónicas del periódico Granma, no se hayan presentado a los familiares de las víctimas. No ha aparecido una sola madre o esposa para manifestar su orgullo porque su hijo o su esposo dio la vida por la libertad de Angola. No se ha hablado del costo moral para aquellas familias que perdieron a un padre, si es que tuvieron atención del Estado después de su pérdida, y de lo que piensan los hijos huérfanos.

Pero, sin dudas, el gran ausente de todas estas crónicas es el general Arnaldo Ochoa. Es como si sus “fallas” y su “traición” —que lo llevaron al paredón de fusilamiento en 1989— hubiesen borrado de un plumazo todos sus méritos militares y su función como estratega principal de la contienda en las etapas finales, que cerraron con la célebre batalla de Cuito Cuanavale.

El nombre de Ochoa, quien se hizo acreedor de la condición de Héroe de la República de Cuba precisamente por su participación decisiva en esa guerra, no se ha mencionado ni veladamente en toda la campaña propagandística del gobierno por el aniversario 30 de la inefable Carlota. En su discurso, el Comandante en Jefe dice de esas acciones finales de la guerra, que los cubanos “prepararon una trampa mortal a las poderosas fuerzas sudafricanas que avanzaban hacia aquella gran base aérea [Cuito Canavale, que antes había sido base aérea de la OTAN]”, y enumera la presencia de 40 mil soldados cubanos, 30 mil angolanos, 600 tanques, cientos de piezas de artillería, mil armas antiaéreas y “las audaces unidades de MIG-23”. Castro evade cuidadosamente la mención del oficial cubano que ideó y llevó adelante esta ofensiva definitiva.

El general Cintra Frías (Polo), subalterno del mítico Ochoa, fue mencionado por el gobernante, como al azar, acaso para que no se hagan asociaciones indeseadas por la cúpula del poder: “Aquí están presentes el compañero Polo Cintra Frías, jefe audaz del frente sur de Angola en aquel momento, y numerosos compañeros que participaron en aquellos gloriosos e inolvidables días”. El efecto de la omisión de Ochoa tuvo, no obstante, un efecto contrario al que se perseguía: el silencio hizo más perceptible su imagen y su recuerdo.

A la vera de este triste aniversario, los medios oficiales sólo hablan de “glorias” y elevan un discurso falso sobre la épica de los cubanos en Angola. Sin embargo, detrás del nombre de Carlota hay más de dos mil familias cubanas que sufrieron una pérdida irreparable y todo un pueblo que ignora el verdadero costo de esa guerra. Cuba deberá en un futuro calcular el auténtico saldo de su intromisión en tierras africanas, la experiencia inútil que pesa sobre el fondo del alma de la nación. Hoy es un tema tabú. Llegará el día en que se tenga que hablar de ello.


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