El vil papel
De cara al régimen, uno puede trabajar y cobrar en dólares, siempre que hable o actúe en pesos cubanos.
La reciente fuga frustrada de dos boxeadores cubanos —devueltos por el gobierno de Brasil a su país de origen— ha desatado muchísimas críticas. (Si en vez de críticas hubieran desatado a los boxeadores, ya estarían ganando millones). Algunos la comparan con la fuga de dos esclavos —no esclavos de barracón, sino esclavos que desempeñan funciones más prestigiosas, como podría ser la de caleseros— devueltos por el rancheador Lula da Silva (qué buen nombre para un rancheador) a su legítimo dueño, el anciano hacendado Don Fidel.
Al recibir los esclavos, Don Fidel declara que no serán puestos en el cepo ni recibirán latigazos, pero no verán una calesa más en su vida, y que ellos y el resto de los esclavos no saldrán de la hacienda mientras viva (una amenaza esperanzadora para los esclavos, ahora que su mercé Don Fidé tené una maleza en lo mondongo que no saná con ná).
Otros pensarán en comparar la situación de los boxeadores con la de los futbolistas brasileños. Quizás se imaginen a los desertores Ronaldo y Ronaldinho devueltos a Brasil por la policía española, mientras que Lula (el rancheador de la versión anterior, hacendado en esta), al recibir a los deportistas, declara que ninguno de los dos va a ver más nunca una pelota de fútbol, y que en lo adelante desempeñarán tareas decorosas vinculadas al deporte, como vender Coca Cola en el Maracaná. No, Coca Cola no, mejor batido de maracuyá, que es autóctono y rima con Maracaná.
Quienes así piensan lo hacen con una mentalidad totalmente anquilosada por los vicios capitalistas. No entienden que estos boxeadores, como buena parte de sus compatriotas, no funcionan de acuerdo con las leyes del mercado y las divisas libremente convertibles, porque son hombres nuevos.
La psicología del hombre nuevo
Según la versión de los boxeadores, que es la que cuenta, horas antes de la competencia comieron demasiado (el estómago tiene razones que la razón no entiende) y, asustados ante la posibilidad de ser descalificados, fueron a quitarse el nerviosismo en compañía de tres trabajadoras sociales brasileñas expertas en cuestiones sexuales (que por problemas de traducción la prensa ha calificado de prostitutas) y dos representantes de una agencia alemana de boxeo profesional.
Por cuestiones de bajo nivel cultural —como ha señalado el destacado intelectual Teófilo Stevenson ("La técnica es la técnica y sin técnica no hay técnica")—, los boxeadores no han sabido explicar qué función cumplían los representantes en compañía de las trabajadoras sexuales. Comparto la opinión de Stevenson. Aunque conozco tipos con doctorados en la Sorbona que tampoco sabrían explicar satisfactoriamente —a sus esposas— qué hacían en una habitación con tres prostitutas y dos empresarios.
Si además de las tres prostitutas y los dos empresarios, hubiera habido una vaca, entonces todo sería más fácil: podrían decir que estaban explicándoles a símbolos de la decadente sociedad capitalista, como las prostitutas y los empresarios, los avances de la ganadería en Cuba: conseguir que las vacas dieran carne, leche y, al mismo tiempo, satisfacciones a los turistas.
Tendrían que explicar además cómo el jefe de la agencia de boxeo afirma tener en su poder un precontrato firmado años atrás por los boxeadores, a cambio del cual dio 5.000 euros a cada uno. Ese sería un buen motivo para que la actual campaña por la masificación de la cultura hiciera más énfasis en nuestros deportistas. Así les podrían explicar la diferencia entre firmar un autógrafo y un precontrato, y que ni siquiera la gente más generosa regala 5.000 euros como souvenir.
Sólo el que no entienda la compleja psicología del hombre nuevo y sus sólidos principios, no podrá comprender cómo es que alguien puede renunciar a una oferta de millones de dólares, y en su lugar vender café o pizza en el Latino, entre otras tareas decorosas que se le encomendarán en lo adelante. El hombre nuevo, tan desinteresado y altruista, queda por completo fuera de nuestra comprensión de simples seres corrompidos por el vil papel.
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