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Sociedad

La Isla de la senectud

Si el éxodo masivo ha sido una forma de 'votar con los pies', la crisis de la natalidad equivale a una 'huelga de vientres vacíos'.

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Es casi una perogrullada afirmar que esas transformaciones habrían ocurrido también en Cuba, con castrismo o sin él. Otra cosa es querer apuntar esos logros científicos y esas tendencias colectivas en el haber del socialismo; son más bien las sociedades capitalistas de Europa y América del Norte las que han incubado el 99 por ciento de esos cambios.

El mundo soviético —cuando existía— y los restos del imperio que han sobrevivido —Cuba, Corea del Norte— se han limitado a copiar y tratar de aclimatar al contexto totalitario los frutos obtenidos por los países democráticos, desde la vacuna contra la polio hasta 1a píldora anticonceptiva y los ordenadores.

Pero el problema del rápido envejecimiento de la población, tal como se manifiesta actualmente en la Isla, tiene otros aspectos que no concurren en los países desarrollados y que es necesario airear aquí.

La otra versión

En el capítulo de las causas, cabe destacar la función que desempeñan la represión, el fracaso económico del régimen y las desesperantes condiciones en las que malvive la mayoría de los cubanos. La crisis insoluble de la vivienda, la escasez de agua y electricidad, las dificultades del transporte, la mala alimentación, la falta de ropa y zapatos, y, sobre todo, la convicción de que nada de eso va a mejorar en el futuro, constituyen otros tantos elementos disuasivos de la natalidad en la Isla.

El resultado es que las tasas de aborto y emigración de Cuba figuran entre las más altas del planeta —al igual que los índices de suicidios—. En esas condiciones, muchísimas mujeres jóvenes se niegan a tener hijos; otras aplazan la decisión en espera de marchar al exilio y tenerlos allí.

Si en estos años el éxodo de más de un millón de cubanos ha sido una forma de "votar con los pies" en contra de la dictadura, la crisis de la natalidad viene a ser el equivalente de una "huelga de vientres vacíos" contra un sistema donde el propio cuerpo es casi lo único que escapa —a ratos— al control del gobierno.

Respecto a las consecuencias, el asunto no puede ser más ominoso. El aumento exponencial del número de ancianos, unido a la disminución de la población activa, es un factor adicional de empobrecimiento para una sociedad que ya padece índices muy bajos de productividad y de creación de riqueza.

Por más que la propaganda oficial destaque las medidas de protección a la tercera edad dictadas por el gobierno, esos arbitrios no pasan de ser paliativos mínimos, en un país donde la jubilación promedio es de cinco o seis dólares mensuales y las condiciones de vida en que transcurre la vejez son aun peores —si cabe— que las de la juventud.