Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Sociedad

Los ángeles de Castro

Trabajadores sociales: ¿Se pretende acabar con la corrupción fomentando un ejército de corruptos?

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Allí se puede leer que todo trabajador social que llegue a solicitar atención médica, será atendido por el jefe de la Guardia y recibirá gratuitamente los medicamentos indicados en la farmacia principal del municipio. Como si todo esto fuera poco, en caso de requerir servicios hospitalarios, se llamará al Centro de Servicios de Ambulancias, encargado de trasladar al "angelito" en cuestión al hospital que tiene asignado para su atención personalizada.

Téngase en cuenta que cualquier ciudadano común que asiste a estas consultas, es atendido generalmente por algún estudiante latinoamericano o de cualquier otro país de los que gozan de la muy difundida solidaridad cubana, muchos de los cuales tímidamente se limitan a recetar lo que el paciente les sugiere.

Debido a la conocida escasez de médicos en la Isla, puesto que los que no están en el extranjero (otra cara de la "solidaridad"), están en su mayoría en otros hospitales de Cuba, pero también atendiendo a extranjeros (una tercera variante "solidaria"), ser atendido actualmente en el Cuerpo de Guardia de un policlínico por un médico que sea al menos cubano, se ha convertido en una aspiración no siempre realizable para la población. Por supuesto, deberemos pagar los medicamentos que se nos indiquen, si tenemos la dicha de que se encuentren en existencia en la farmacia.

En cuanto al tema de las ambulancias, baste decir que hace pocos días un anciano vecino, aquejado de cáncer de pulmón, debió esperar cerca de dos horas en un quicio de los bajos del edificio a que llegara el susodicho vehículo, que finalmente lo condujo al hospital donde fue internado.

Árbitros de la economía y la moral

Al margen de todos los cuestionamientos e inconformidades que puede despertar este tratamiento diferenciado, resulta absurdo pretender acabar con la corrupción fomentando el surgimiento de un ejército de corruptos.

Porque lo que sí está claro es que en un país largamente aquejado por carencias de todo tipo, constituye una inmoralidad sin cuento —además de una declarada intención de corromper desde el poder— seleccionar todo un grupo de jóvenes, en su mayoría hasta hace poco desvinculados de los estudios y del trabajo, de cualquier actividad político-ideológica y en modo alguno comprometidos con la revolución, y asignarles relojes, zapatillas y otras prendas de marcas reconocidas.

Además de, fuera del acceso de cualquier otro joven de la población que malvive o sobrevive de su trabajo (ni qué decir de los que son estudiantes), otorgarles el poder de árbitros de la economía y de la moral social y, encima, asignarles una atención diferente de la que recibe el resto de la población, en rubros que hasta ahora han sido el machón propagandístico de la "igualdad revolucionaria", como son la salud y la educación.

La historia de la humanidad calificó de criminal un tipo de labor similar, desarrollada por Adolfo Hitler, quien creó las tristemente célebres juventudes nazis.

Fuera del análisis de lo que supone, de inmediato, una fuerza juvenil (otrora llamados lumpens) con tamaños poderes, debe considerarse el daño moral y social que constituye a mediano y a largo plazo para las nuevas generaciones que se están formando, si se compara con aquellos jóvenes que en su momento optaron por el sacrificio que supone el estudio.

Es decir, los que decidieron continuar sus estudios cuando estos —hoy trabajadores sociales, baluarte del decoro y la pureza— vagaban por las calles o perdían el tiempo dedicados en muchos casos a actividades ilícitas, ven disminuidos (o en el mejor de los casos, equiparados con ellos) sus derechos de superación, sin contar con las ventajas económicas de las que gozan desde ahora los nuevos ungidos de Castro.